Lo que ha hecho especial a este 30 aniversario del Festival Internacional de Cortometrajes de Aguilar de Campoo no ha sido el fasto ni el relumbrón (que también lo hubo, con merecidos homenajes a Natalia Mateo y Javier Gutiérrez), sino el salto adelante, la apuesta definitiva por construir un certamen del siglo XXI, que entiende el cortometraje no como un ente cerrado y monolítico sino como una multiplicidad de posibilidades pendientes de explorar. Así, la Sección Oficial ha apostado definitivamente por la coexistencia de lenguajes, y ha permitido dar paso a otras competiciones planteadas no como complementos de aquella, sino como nuevos pesos pesados del Certamen: así ha ocurrido con Alteraciones, dedicada al corto experimental, y MiniFica, con respecto al corto infantil. En cualquier caso, todo lo anterior sigue girando alrededor de la incuestionable calidez y cercanía del FICA para con todos los cortometrajistas invitados, a través de la extraordinaria implicación del equipo comandado por Jorge Sanz, director-coordinador, y Jorge Rivero, director de programación. El hecho de que este último sea coordinador de contenidos de Cortosfera, y que el firmante de estas líneas pertenezca al Comité de Selección del FICA es una futesa, una minucia insignificante que no debe poner en cuestión la evidente objetividad de esta reseña.
Los premios mayores
Este año la Sección Oficial ha eliminado, definitivamente, las barreras antes existentes entre corto Nacional e Internacional. Unos y otros han concursado al mismo nivel, conviviendo dentro de cada sesión, retroalimentándose. Solo falta que esa convivencia se traduzca igualmente en el Palmarés del FICA: persiste la desproporcionada mayoría de galardones para cortos nacionales. Supongo que la equiparación solo es cuestión de tiempo.
Comencemos con el Mejor Cortometraje Nacional (y Mejor Guion e inesperado Premio Jurado Senior): De l’amitié de Pablo García Canga. Poseedor de una curiosísima trayectoria como guionista (en la que figura Alegrías de Cádiz de Gonzalo García Pelayo), García Canga es conocido sobre todo por sus trabajos filmados en Francia con espíritu inevitablemente francés. De l’amitié, como antes Portrait en deux temps o Pissing territories, es una narración sentimental rodada en un blanco y negro estilizado que evoca en todo momento la luz de la ‘nouvelle vague’ y las primeras obras de Truffaut y Rohmer, aunque podrían rastrearse otras huellas menos evidentes, como la del cineasta español Paulino Viota, una de las inspiraciones de De l’amitié junto con Diderot y Chris Marker.
Como en Ma nuit chez Maud los personajes conversan incesantemente, elaborando fascinantes digresiones sobre la Democracia griega. Pero muy pronto la reflexión filosófica se confunde con las vivencias personales, y debajo de tan lúcidas palabras se adivina la desorientación emocional de los personajes. Lo que cala en De l’amitié es el retrato humano de los tres protagonistas, sus miradas cruzadas, los miedos que se esconden bajo su máscara intelectual. El cine de García Canga apela al clasicismo en sus referentes novelescos, en el peso de sus magníficas interpretaciones y en su guion impecablemente construido y dialogado, pero a la vez entronca con la modernidad a través de una puesta en escena que apuesta por el despojamiento absoluto, dejando al descubierto las encrucijadas afectivas y morales de tres almas varadas entre el pasado y el futuro.
En cuanto al Mejor Cortometraje Internacional, hemos hablado de él en varias ocasiones, y con razón. Los que vieron Skuggdjur de Jerry Carlsson (Suecia) en la pantalla grande del Cine Amor no pensaban en cortos o largos, sino en cine con mayúsculas. Imposible no identificarse con esta niña que asiste a una ceremonia adulta en la que todos se comportan de un modo absurdo porque es la Norma. Imposible no revivir con ella el miedo a crecer y a formar parte, algún día, de ese carnaval delirante y antropófago al que, me temo, todos acabamos perteneciendo. E imposible no sentirse aterrado por las envolventes imágenes del baile peruano, la sombra furtiva, el rostro de la terriblemente educada anfitriona, que nos hiela la sangre cuando afirma que todo va bien.
Solo hubo un premio internacional más: Mención Especial a la encantadora animación Entre sombras de Monica Santos y Alice Guimaraes, trasposición del cine negro clásico al actual imaginario femenino, con virtuoso stop-motion y desbordante imaginación visual, que encandiló a un público que le concedió su Premio, por encima de otros títulos que, aunque no obtuvieron nada, también concitaron la admiración popular. Entre ellos destacaron Fauve de Jeremy Comte (Canadá), devastador retrato del fin de la infancia, con el hundimiento del amigo del joven protagonista en las arenas movedizas, todo ello en mitad de un paisaje que acaba revelándose implacable; y The love letter de Atara Frish (Israel), que desgrana el conflicto, tan castrense como personal, entre una comandante y una recluta, a través de una presunta carta de amor que la segunda ha escrito a la primera. The love letter echa mano de un guion astutamente ambiguo: nunca sabremos si la carta es una broma o es real, o si la una está enamorada de la otra, pero en cualquier caso los acontecimientos, algunos de una crueldad inusitada, desenmascaran las carencias afectivas de ambas mujeres.
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