Videojuegos íntimos
Dos de las piezas más originales de la competición abrazaban el lenguaje del videojuego, pero a su manera: huían del escapismo habitual del género para descubrir tonos insospechadamente intimistas y hasta filosóficos.
Por un lado, el francés Jonathan Vinel volvió a sorprendernos con Martin pleure. Un sujeto de lo más curioso este Vinel. Después de ganar el Oso de Oro con el francesísimo Tant qu’il nous reste des fusils à pompe, abrió un camino lleno de posibilidades con Notre héritage: allí logró despojar de pedantería al típico relato intimista francés de ‘qualité’ gracias a su ingenioso empleo de películas X entresacadas de una web porno. Ahora, en Martin pleure, los pensamientos de un Martin que se siente abandonado por sus amigos se visualizan con violentísimos fragmentos del ¡Grand Theft Auto V!. Los resultados son de lo más estimulante: la languidez francesa mostrada con imágenes de golpes, patadas, palizas y sangre a raudales despedaza cualquier tópico, y se revela como un modo inmejorable de representar la profunda rabia que se oculta detrás de los sentimientos heridos.
Por otro lado tenemos a otro veterano competidor de Berlín, el animador irlandés David O’Reilly, que parece querer convertirse en El Bosco de nuestro tiempo. En The external world pintó como nadie una realidad desesperante, comparable al Infierno de El Jardín de las Delicias. Ahora, con Everything (EEUU-Irlanda) parece querer pintar un retablo del Edén. O’Reilly parte de diversas declaraciones del filósofo británico Alan Watts, figura esencial de los tiempos de la Contracultura que se inspiraba en fuentes tan diversas como Gurdjeff, la teosofía y el budismo zen para afirmar que todo está conectado, todo influye sobre todo y todo ocurre por un motivo cósmico. O’Reilly parte de los pensamientos de Watts y, poco a poco, se abandona a una sugestiva ilustración de la armonía universal, llena de hallazgos visuales, que puede resultar fascinante para aquellos espectadores dispuestos a entrar en el videojuego.
Latinoamérica en el Palmarés
La Región volvió a dejar su impronta en un Palmarés que incluyó dos trabajos latinos. No pudimos ver el Oso de Plata, Ensueño en la pradera de Esteban Arrangoiz (México). Y lo lamentamos por varias razones. Primera, más de una vez hemos hablado de las excelencias de El buzo, el estupendo documental de Arrangoiz presentado en la Berlinale 2016. Y segundo, su nueva propuesta suena prometedora: a partir de un gran plano general en el que vemos a dos personajes, un hombre y una mujer, y un coche aproximándose, Arrangoiz parece trazar una atmósfera opresiva en torno a diversos temas de triste actualidad en su país: la emigración forzada y la extorsión.
Ensueño en la pradera, de Esteban Arrangoiz
En cuanto a la Mención Especial del Jurado, Centauro de Nicolas Suárez (Argentina), supone un curioso experimento que recuerda en buena medida a Cilaos. Al igual que ocurre en el relato de Restrepo, Centauro se articula en torno a un personaje que busca a un ser descrito con resonancias míticas. Si allí una mujer busca a un padre llamado La Boca, aquí un joven jinete quiere encontrar al caballo de rodeo que ha matado a su hermano. Esta historia de venganza tiene el sabor de una antigua balada de la Pampa, y al igual que Cilaos pretende relacionar una historia individual con la cultura oral de todo un pueblo. En un momento dado los personajes no viven su drama, sino que lo recitan o cantan de manera asumidamente teatral. El problema es que el recitado y el canto tienen, a veces, menos fuerza de la que podía esperarse, lo que no quita para que Centauro sea una propuesta de lo más estimable.
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