Con el paso del tiempo, Labo ha ido dejando de ser el contenedor para el cine experimental del festival de Clermont-Ferrand para reinventarse en una segunda competición (léase esto sin que sea peyorativo) que apuesta más por las mutaciones narrativas y la hibridación de códigos lingüísticos , que por el estructuralismo o el vanguardismo estético, sin dejarlos de lado del todo, por supuesto (queda Re-Vue, del australiano Dirk de Bruyn, como sintomático vestigio).
Esto ha devenido en que Labo sea desde hace tiempo la sección preferida por aquellos que buscan un cine más novedoso y arriesgado, y donde se pueden encontrar por norma general las más agradables sorpresas del festival. Pero este viraje también ha llevado desenfocar un poco la línea general de la sección, sobre todo, con la incorporación de ejemplos narrativos más convencionales de lo esperado. El límite entre la Competición Internacional y Labo es en algunos casos muy sutil, y situar en Labo algunas películas que bien podrían estar en la primera, puede redundar en descafeinar ambas propuestas.
Sin que en realidad sea una tónica general, sino más bien casos puntuales, podemos citar piezas como Find, fix, finish (Sylvain Cruiziat, Mila Zhluktenko. Alemania, 2017), Bendito Machine IV (Jossie Malis Álvarez. Francia, España, 2018), Tshweesh (Feyrouz Serhal. Alemania, Líbano, España, 2018) o incluso Reruns (Rosto. Francia, 2018) y Awasarn sound man (Ssorayos Prapapan. Tailandia, 2017), todos ellos filmes defendibles, que no extrañarían en absoluto dentro de las competiciones más generalistas.
Viajes en el tiempo, el espacio y la identidad
El palmarés resultó a la postre ser bien fiel al espíritu contemporáneo de Labo, y el jurado quiso destacar por encima de todo cortometrajes que respondieran al intento de la sección de visibilizar narrativas oblicuas y mestizas, siendo la idea del viaje, en sus diversas acepciones un aspecto común en muchos de los trabajos premiados.
Ya desde su título, Retour (Pang-Chuan Huang. Francia, 2018), ganador del Grand Prix Labo de esta edición, incide en esta cuestión, y lo hace doblemente, ya que el documental propone dos líneas narrativas superpuestas, una que rescata el pasado familiar a través de una vieja fotografía que vamos escrutando pulgada a pulgada prácticamente, y otra que se sitúa en el tiempo actual y que recoge el viaje en tren que el protagonista hace a su hogar. Bien apegado al minimalismo, Pang-Chuan Huang va haciendo confluir esos dos movimientos opuestos, el mental que va del pasado al presente y el físico que va del presente al pasado, jugando con elegancia la baza de una metáforas simples, pero efectivas, para terminar por abordar un tema universal y natural en un corto de estas características, como es el de la propia identidad.
Mucho más ambicioso es el viaje que propone David O’Reilly en su impactante y magistral Everything (EE.UU., Irlanda, 2017). También bien explícito en el título Everything trata al final de todo: de lo grande y de lo pequeño, de lo histórico y de lo eterno, de lo micro y de lo macro, del átomo y del universo… Pero más allá incluso del impresionante texto del filósofo Alan Wats que hila toda la historia (y cuando digo toda la historia, quiero decir toda la Historia), y que es ya de por sí una inmensa lección de narrativa, O’Reilly termina fascinándonos cuando construye todo el corto sobre un videojuego. Y no es que Everything incorpore en su dispositivo el lenguaje de los videojuegos (como lo hacia, por ejemplo Gamer girl), o que utilice el videojuego como herramienta narrativa (al modo de Martin Pleure) sino que Everything es en realidad un videojuego y este corto funciona lo mismo como trailer, animatic y obra en sí misma a un tiempo.
Everything se destaca por estos y otros méritos como una de las grandes sorpresas del año, y en cierto modo, atendiendo a la identidad de Labo, casi hasta se le queda pequeño el Premio Especial del Jurado, pues es una obra que no dejará de sorprender a nadie.
La oportunidad de viajar, en particular viajar a través de las vidas de los demás, que ofrece en algunas ocasiones Internet, está también en la base de SNAP, estimable, aunque un poco caótico e inconsistente, pieza de apropiacionismo firmada por los chilenos Felipe Elgueta, Ananké Pereira y Alba Fabiola Gaviraghi Espinoza, donde recogen los videos colgados en una red social por tres personas transgénero a quienes no conocen invitando a una reflexión sobre el cambio, el cuerpo, la identidad y la ciudad. SNAP posee sin duda un buen montón de buenas ideas, aspectos sugerentes que invitan a la reflexión y al debate y también muchas buenas intenciones, pero a veces la urgencia y el compromiso con lo que se quiere contar impide a los realizadores meditar un poco más sobre elementos más generales (y fundamentales en este aso), como el montaje, la significación de la imagen, el ritmo narrativo… Es un trabajo irregular, pero prometedor, donde la fuerza de los personajes y sus historias, además de la rabiosa actualidad de lo que cuenta (y de cómo lo cuentan), permite salvar otros lastres.
Beetle Trouble (Gabriel Böhmer. Reino Unido, Escocia, 2017) es otro de esos cortos que se sitúan en el límite entre esta sección y la Competición Internacional, pero al que estar finalmente en Labo le ha ayudado a ganar visibilidad finalmente, pues es probable que no hubiera alcanzado el palmarés en la otra sección. Es un corto imaginario y vertiginoso que también profundiza en la idea de la identidad y propone un viaje a través de la mente y los traumas presentes y pasados de su personaje. Böhmer firma un corto muy atractivo en lo visual (hay un trabajo muy expresivo de la línea y el color) y algo laberíntico en lo discursivo, lo cual no termina por jugar necesariamente en contra de una película construida casi a modo de pesadilla por su autor,
Con todo ello, el filme más desconcertante del palmarés fue el malasio Lagi senang jaga sekandang lembu, de Amanda Nell Eu. Centrado casi en exclusiva en la relación de dos adolescentes vecinas que residen en una apartada zona rural, Nell transmuta las normas del cine teen y saca todo el jugo a los pocos elementos que se permite (dos chicas, un árbol, un paisaje, algo así como un novio con moto…). Lagi senang… opta por el camino de la extrañeza, de la elipsis, del giro brusco cada vez que el espectador parece coger el hilo de la trama… Pero entre esos quiebros, los silencios, los fuera de campo, las elipsis, los personajes apenas mostrados, la directora va atrapándonos y llevándonos a un mundo secreto e íntimo donde la soledad, la violencia, el deseo y la ternura logran encontrarse (aunque no necesariamente en la pantalla).
Estos tres últimos trabajos lograron cada uno una Mención Especial del Jurado. Un reconocimiento tan discutible como justo, puesto que los tres tiene luces y sombras y a la vez, en mayor o menor medida, se muestran originales, modernos, renovadores y transgresores. También es cierto que otros trabajos poseían estas cualidades y este mérito podría haber recaído sobre ellos, y a este respecto cabe recordar los ya citados Find, fix finish, Reruns y Awasarn sound man, e incluso añadir el abrasivo Je me souviens de Sunderland, de Felix Fattal (Francia, 2017) o el muy singular Meninas formicida, João Paulo Miranda (Brasil, 2017), poseedor de un universo adolescente y femenino tan extraño como Lagi senang...
Dos celebraciones de lo negro
El palmarés de Labo se completó con el Premio del Público, que fue a parar al documental Black America again (Bradford Young. Estados Unidos, 2016) , retrato y celebración del lugar de significación y de reconocimiento que la comunidad negra ha alcanzado en los últimos años en Estados Unidos, a pesar de que en la actualidad esté viviendo un momento de retroceso en lo social. Black America again pone sobre todo el acento en la música y logra mantener el ritmo construyendo un híbrido entre documental, videoclip y reportaje fotográfico. Cumple su función de poner en valor un elemento esencial de la cultura, la historia y la sociedad norteamericana, pero por momentos acaba resultando un poco autorreferencial y acomodado; o al menos desde una óptica europea, desde la que no siempre consideramos a Estados Unidos como el centro del universo.
En este sentido, me decanto más por Rebirth is necessary, cortometraje de Jenn Nkiru (Reino Unido, 2017) galardonado con el Premio Canal+ que lleva aún mucho más hasta el límite de sus consecuencias su mestizaje narrativo con el videoclip, la publicidad y la moda, para poner de manifiesto algunos puntos similares al anterior: la belleza, la dignidad y el orgullo de ser negro (con la base discursiva cósmica de Sun Ra de fondo). El resultado en este caso es mucho más visceral, instigador y provocador, por mucho que peque a veces de excesivo esteticismo y cierta vacuidad.
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