Viendo el último trabajo de Chema García Ibarra, la mente se dispara en múltiples direcciones. Sus puntos de contacto con el nuevo cine español, con otros tipos de cine, con la propia carrera del ilicitano… Y para hablar de esas curiosas conexiones, remitimos al lector a nuestro artículo Alrededor de Chema García Ibarra, que pueden leer en nuestra sección «Plano Abierto».
Ahora les pedimos que vayan un momento al final de este artículo y pulsen el link para ver Misterio en su integridad. Después de verlo, y sólo después de verlo, pueden leer la reseña que sigue. Si leen primero la reseña, se exponen a conocer demasiadas claves de antemano.
¿Ya lo han visto? Vamos allá.
El nuevo trabajo del ilicitano tiene el mismo punto de partida de los anteriores: un personaje inmerso en medio de una realidad deprimente, pero que trasciende esa realidad gracias a su creencia en un encuentro posterior que raya en la ciencia-ficción.
En esta ocasión, una mujer convencida de que un extraterrestre vendrá a buscarla para llevársela a su mundo. Un argumento que recuerda (en su contenido, no en su forma) al de una película curiosísima, Platillos volantes de Oscar Aibar, inspirada, por cierto, en un caso real que ocurrió en 1972.
Pero, aunque todo tiene un tratamiento similar y formas similares a las de cortos anteriores, en ningún caso se puede decir que Misterio sea una mera repetición. Sería más propio decir que García Ibarra profundiza en sus temas para mejorarlos, sacarles punta, abrir nuevos caminos a partir de un tronco común.
En primer lugar, los dos cortos anteriores parecían suceder en la actualidad. En cuanto a Misterio, si al principio hubiera un rótulo que dijera «Epoca Actual*, colaría. Si el rótulo dijera «1972», colaría. Y si dijera «Año 2098», volvería a colar. No es que García Ibarra haya conseguido una película intemporal, que también, sino que ha conformado una estética que unifica la película de época franquista, el presente y la ciencia-ficción. Es, digamos, todo-temporal.
¿Y eso cómo ha ocurrido? Bueno, Misterio se abre con la protagonista, Trini, limpiando una habitación. Sobre la cabecera de la cama hay un poster medio caído, y Trini vuelve a colocarlo. Se trata de… una cruz gamada. El lugar de la Virgen ha sido sustituido por el más rotundo símbolo del fascismo, y eso nos predispone a esperar, a continuación, un relato distópico a lo 1984.
Pero lo que sigue es una historia de hoy, y un mundo reconocible como el nuestro. Trini es una sencilla ama de casa, su marido está atado a una botella de oxígeno y su hijo tiene discapacidad intelectual. Trabaja con otras señoras en un taller de calzado en el que ponen maquinaza dura como ambientación musical, y cuando suena la hora de la comida todas sacan un tupper con bollería industrial (¡palmeras de chocolate de chino!). Y todas las mujeres se reúnen para adorar a la Virgen… Misterio sugiere que es el fascismo el que realmente ha acabado ganando la Guerra, aunque sea, eso sí, un
fascismo pop.
Continúa la ambivalencia. Pero, si en Los robots y Protopartículas el mundo que rodeaba al personaje central era simplemente gris, en Misterio se transforma en una auténtica pesadilla cotidiana, una involución a los tiempos de La Tía Tula. No es que la protagonista viva en un ambiente deprimido, es que todo este país es así.
Es verdad que Trini, aficionada a todo lo que tenga que ver con el espacio, está convencida de que vendrán los extraterrestres. Pero siempre es más verosímil que la creencia en la Virgen, cuyas revelaciones, además, no sirven para sacar a las mujeres de su pozo sin fondo. Los extraterrestres, al menos, permiten soñar con planetas mejores. Y por cierto, fíjense que, en el plano final, una niña se acerca, porque parece haber visto algo especial…
Chema García Ibarra reincide en el tratamiento amateur. Bueno, amateur… Amateur porque se realiza con pocos medios, y porque los actores son amigos y familiares sometidos a esa imperturbabilidad centroeuropea. Pero ahí se acaba lo amateur, ya que las composiciones son exquisitas, con los habituales planos largos y vacíos pero impecablemente medidos, y no digamos la dirección artística.
Una dirección artística modélica, en la que esa fría sordidez que recuerda, en efecto, a Ulrich Seidl, parece extremadamente pensada y sentida, tiene una rara armonía. En ese sentido recuerda, con las obvias diferencias, a la estética del ínclito Santiago Lorenzo, como puede verse en sus cortos o en sus largos Mamá es boba o Un buen día lo tiene cualquiera. Pero, mientras Lorenzo es más bien barroco, García Ibarra es mucho más esencial.
Los hallazgos de ambientación son numerosos: la cruz gamada, el taller de calzado con los cajones al fondo, los posters y alfombras del espacio, de leones, de palmeras tropicales… o las irresistibles chaquetas que llevan todas las señoras, algo así como una versión futurista-cañí de los vestidos de la protagonista de In the mood for love (Deseando amar) de Wong-Kar Wai, todos rebosantes de «glamour» pero con el mismo corte. En este caso, todas las chaquetas parecen batas de guatiné idénticas y despersonalizadas, pero eso sí, con distinto estampado chillón.
Y, por encima de cualquier otra consideración, García Ibarra transmite un inmenso amor hacia sus personajes. No sólo a Trini, a su familia, al gato que cuida la mujer. Todas las señoras que aparecen son frágiles, enfermizas, definitivamente conmovedoras, y todas parecen amigas de la Chus Lampreave de ¿Qué he hecho yo para merecer esto!? (se diria que en cualquier momento van a ponerse a pintar bibelots). Como dice el diálogo de Trini con una vecina: «¿Cómo vamos, Mari Carmen?» «Como podemos, Trini».
Por todo ello, Misterio me parece un paso adelante en la obra de García Ibarra. Es cierto que, pensando en la obra futura del ilicitano, aún acecha el fantasma de la repetición, y queda la duda de si un estilo como el suyo sería capaz de sostener por sí mismo un largometraje. Pero no son más que hipótesis que no llevan a nada. La realidad es que Chema García Ibarra es, hoy en día, uno de los pocos nuevos directores españoles que posee, sin lugar a dudas, eso que suelen llamar un universo. Ojalá que siga creciendo.
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