Esa sensación de que habitas una realidad a la que no perteneces. Esa sensación de que has aterrizado en un planeta cuyos escenarios y signos te son extraños. Esa sensación de que la realidad se ha demudado, como cuando un escenario se abandona, y sólo restan los residuos herrumbrosos. Esa sensación de que quizá lo que estés percibiendo sea un espejismo, una simulación, quizá las alucinaciones bajo el efecto de una fiebre. Silica, de la cineasta australiana Pia Borg, pone en cuestión los límites. Las imágenes son composiciones de espacios del sur de Australia. Una voz en off nos habla de una mujer que realiza localizaciones de escenarios de otro mundo para una película de ciencia ficción. Unas luces de colores nos sitúan en un espacio desubicado, como si fuera una noche en cualquier espacio o firmamento. Más tarde, una pantalla, en la que se proyecta una película, nos sitúa, y a la vez pone en interrogantes nuestra percepción y relación con la realidad. El desierto y las cuevas de unas minas de ópalo fueron escenarios donde se rodaron películas como Mad Max, Pitch Black o Red planet. La voz en off habla de una nueva adaptación de Crónicas marcianas. Voces grabadas de emisiones pretéritas nos multiplican en nuestra posición pues son las sensaciones de un personaje ficticio en otro planeta ante el espacio abandonado de una ciudad. Nosotros contemplamos espacios que parecen abandonados, con escasas presencias vivas, algún minero, algún perro o gato. Pero ¿En qué medida somos ficticios y reales?
Un hombre juega al golf en la oscuridad con pelotas fosforescentes. Quizá seamos nosotros con nuestro espejismo de realidad, esa serie de rutinas y patrones que establecemos para conducirnos en la misma. Un coche boca abajo, en la distancia, parece haber sufrido un accidente, pero en la proximidad se revela que son los residuos de algún rodaje. En su interior hay un maniquí. Así conducimos, aunque pensamos que somos reales, que conducimos nosotros la realidad. En Crónicas marcianas los personajes se asientan en otro planeta. ¿En qué realidad estamos asentados? Las imágenes de los espacios se combinan con imágenes microscópicas de los minerales. Los ángulos y las perspectivas se multiplican, y propician que la mirada pueda ser elástica. La cámara encuadra agujeros, aberturas, cuevas en la tierra, como incógnitas, como esa pantalla que modifica nuestra percepción de la oscuridad, una película, nuestra forma de relacionarnos con la realidad. En una cueva hay una especie de iglesia que podría pertenecer a cualquier lugar del mundo. Un escenario que puede ser múltiple, que puede pertenecer a diversos lugares, e incluso planetas y tiempos. Estamos en un futuro posible, imaginario, y entre los residuos herrumbrosos del pasado, en un presente que se escurre entre imágenes y pantallas, minerales que quizá provoquen alucinaciones, y creaciones sintéticas, en laboratorios europeos, de minerales que sustituyen lo real y por lo tanto provocan que se deserticen espacios porque ya nadie puede habitar donde los recursos ya no proporcionan nutrición de vida. Nos precipitamos en una realidad que cada vez se asemeja más a un escenario sintético y un espacio abandonado.
Pia Borg fue recientemente considerada entre los 25 nuevos rostros del cine independiente por la revista ‘Filmmaker’. Ha realizado películas e instalaciones, tanto en 16mm como 35mm, y suele recurrir a imágenes de archivo o animación. Las etiquetas se escurren con sus obras, aunque se la catalogue de documentales experimentales. Con esta cautivadora Silica, que difumina los límites de documental y ficción, modula, con exquisita musicalidad, una alteración de nuestra mirada, nos desubica para que sintamos la fisura de lo real, la mirada que se interroga sobre nuestra relación con lo real, que no son meras luces en un espacio flotante, sin gravedad, como así parece la inercia de nuestra mirada cada vez más vaciada en las estériles cuevas platónicas de lo virtual, como maniquíes en un coche que parece accidentado pero es residuo del rodaje de una película que quizá siga con otro argumento, quizá el de nuestra misma vida ordinaria.
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