Un año más, Curtocircuíto ha dado un paso adelante afianzando su progresión. En los últimos años, el festival de Santiago de Compostela ha conseguido y defendido una identidad fuerte y diferenciadora, apostando por la búsqueda de nuevas expresiones en lo formal y lo narrativo, que le ha llevado a situarse poco a poco entre lo más singular y rompedor del panorama tanto nacional, como internacional. No erramos a la hora de definir Curtocircuíto como un festival moderno, que sostiene un estilo vanguardista e innovador, sin dar la espalda al público mayoritario. La creciente asistencia de espectadores, así como el crecimiento general del festival, son la mejor prueba de que se puede ser transgresor y actual sin ser elitista. Su secreto es conformar un festival que no pretenda ser en todos los momentos para todos los públicos, si no que los integre superponiendo distintas capas de contenidos destinadas a cada audiencia singular.
Así, junto a las habituales secciones competitivas Radar, Explora, Penínsulas y Planeta Gz, se pudo disfrutar este año de retropectivas a F.J. Ossang y Teddy Williams (Pude ver un puma), un generoso programa de actividades y proyecciones dedicado al sonido (Arredor do son), distintos pases especiales (Homenaje a Harry Dean Stanton, Minute bodies, Alberto García-Alix) o la visita especial de Peter Greenaway, con un foco en sus cortometrajes iniciales, producidos durante la década de los setenta (A walk through H: The reincarnation of an ornithologist, H is for house, Vertical features remake…), unos trabajos bastante desconocidos, pero en los que ya se puede descubrir la impronta del cineasta británico.
Cabe destacar también el esfuerzo del festival por procurar incluir en la programación competitiva un amplio número de estrenos nacionales e incluso internacionales, consiguiendo así significarse como un certamen original y atractivo, atento siempre a la novedad, y que logra año tras año afianzarse como uno de los referentes más importantes en la programación de cortometrajes dentro del territorio español.
Les îles, de Yann Gonzalez
Radar
La sección Radar compila obras de marcado carácter narrativo, pero que dentro de esta línea buscan trabajar sobre propuestas narrativas alternativas, ligeramente experimentales, que procuran ensanchar la mirada del espectador. Con los años, esta sección ha ido radicalizando su discurso, prefiriendo incluso obras no totalmente redondas, pero sí estimulantes, sorprendentes y retadoras, sin por ello dejar de ser una competición asequible para el público general. Conviven en ella ficciones, documentales, animaciones y ensayos caracterizados por la búsqueda de nuevos caminos expresivos y por temáticas contemporáneas y originales.
Un buen ejemplo de todo esto es el ganador del Premio al Mejor Cortometraje de la sección Radar, el documental alemán Find, fix, finish, de Mila Zhluktenko y Sylvain Cruiziat, una revelación sorprendente y estremecedora que alimenta la paranoia del ciudadano común al saberse objetivo y víctima potencial de los drones militares que pueden estar espiando a cualquiera, dispuestos a teledirigir un misil contra cualquier persona. Conjugando una delicada belleza plástica con el frío horror de los testimonios de los militares que manejan estos aparatos y explican su misión, Find, fix, finish hace tiempo que se desmarcó como uno de los cortometrajes más importantes del año, un hecho que este nuevo premio viene a corroborar.
La mención especial de esta sección fue para Les îles, última obra de esa gran promesa del cine francés que es Yann Gonzalez. Les îles es un corto irregular y cuestionable, de esos que arrastra tanto a consumados defensores como a firmes detractores; síntoma de ser una pieza arriesgada y visceral. No se le puede negar un interés intrínseco a la hora de explorar e incluso ironizar con los deseos oscuros y ocultos de la sexualidad adolescente, acercándolos esta vez al lenguaje del gore y la nueva carne. En el otro extremo, puede resultar un poco excesivo y esteticista, incluso petulante; pero por todo ello puede que sea un buen merecedor de una mención especial, que nunca debería tomarse como un segundo premio, sino como una llamada de atención ante una obra radical, híbrida, a veces imperfecta, pero siempre llamativa.
Los otros tres premios que recayeron en esta sección son también un buen reflejo de las inquietudes que la condicionan y también de la notable querencia de Curtocircuíto hacia el cine portugués. Flores, de Jorge Jácome (Potugal, 2017), un curioso y simpático falso documental que ironiza sobre una invasión floral y sobre el tabú de la homosexualidad en el ejército y que no pierde de vista el pasado del país (la Revolución de los Claveles), recibió el premio de la crítica (Jurado Camira); el excelente Nyo Vweta Nafta, de Ico Costa (Mozambique, Portugal, 2017), una aparentemente ligera, pero llena de significado, mirada hacia la juventud de Mozambique, con sus sueños, fantasías y frustraciones, fue el elegido por el Xurado Novo, que decidió además conceder una mención especial a Farpões Baldios, de Marta Mateus (Portugal, 2017), algo hermética reflexión entre el documental y la ficción sobre la historia y la herencia de los habitantes del Alentejo.
En su conjunto, Radar resultó una competición sólida, con pocas fisuras dentro de su identidad, que congregó algunos de los cortos más importantes del momento (Miss Holocaust, Os humores artificiais, Cidade pequena, All small bodies, Tijuana tales). Por encima de ellos, conviene además destacar dos obras de enorme calado, ausentes del palmarés, pero sin duda merecedoras de los mejores elogios: Martin pleure (Jonathan Vinel. Francia, 2017), un emotiva y sorprendente exploración de la soledad y el miedo a perder a los amigos construido sobre una partida del GTA4; y Sakhisona, un excepcional trabajo del hindú Prantik Basu, donde se dan cita tradición y modernidad, fantasía y mito, sensibilidad y belleza.
All comments (0)