Ya es por todos conocido el cambio que ha ido imponiéndose en el Festival de Málaga de un tiempo a esta parte, tomándose muy en serio la calidad de su selección y la competencia de sus jurados. Este esfuerzo se ha visto recompensado en los últimos años con una suerte de renacer para el festival, que lo ha rehabilitado de las críticas de sus primeros inicios y lo ha situado poco a poco, y con justo merecimiento, entre los más importantes del estado español.
Esta labor ha tenido un especial significado en el ámbito del cortometraje, y a día de hoy, se puede asegurar que la competición de cortometrajes de Málaga es una buena representación de la actualidad de ese cortometraje español instalado dentro de los contornos de lo narrativo que busca la complicidad del público medio, aunque también procurando aportar cierta frescura y dinamismo. El resultado de todo esto es una selección de cortometrajes cada vez más ecléctica y aperturista, tal vez a veces un poco demasiado heterogénea, pero en la que se va cediendo espacio a obras más arriesgadas que aportan variedad y que se escapan de los usos más manieristas.
Pero este año hay que añadir una matiz más. La competición de este año se esperaba reñida en las tres categorías a concurso, a tenor de la calidad general de los cortos seleccionados, algunos de ellos respaldados ya con una buena trayectoria (Matria, Les bones nenes, Vacío, Vida y muerte de Jennifer Rockwell, La inútil, Aliens…). Pero lejos de lo más destacado entre los estrenado en los meses anteriores, también Málaga apostó por filmes menos conocidos, por nuevos talentos y por interesantes estrenos. Una apuesta que además ha encontrado un perfecto acomodo en un palmarés que, de alguna manera, resulta original, sorprendente y que, en definitiva, se agradece. Un palmarés además que, atendiendo con justicia a los vientos que corren en el cortometraje/cine español contemporáneo, tuvo una marcada impronta femenina
Así, en la categoría de ficción, terminó por imponerse La última virgen (Bàrbara Farré, 2017), hábil mirada hacia el universo femenino-adolescente que, sin escapar de los tópicos del subgénero (tampoco lo pretende), los aborda con una frescura e solvencia capaces de situar el corto muy por encima de propuestas similares. La última virgen sirve además de ejemplo como término medio de la línea de programación de esta sección: un punto equidistante de la modernidad abstracta de Vacío o Salió con prisa hacia la montaña (Pablo Hernando, 2017) y el neoclasicismo de Matria, Che-Li (Ciruela de agua dulce) (Roberto F. Canuto, Xiaoxi Xu, 2017)o Seattle (Marta Aledo, 2017), este último galardonado con el Premio del Público. Además, Vacío y Australia (Lino Escalera, 2017) se llevaron los premios a la Mejor Actriz y al Mejor Actor respectivamente.
Otra de las grandes sorpresas fue el premio a Mejor Cortometraje Documental, que fue a parar a Virginia García del Pino por su excelente Improvisaciones de una ardilla (2017), lúcida, ácida y también pertinente revisión de la actualidad política española, en la que la cineasta despoja a los políticos de toda acción y actividad, concentrándose únicamente en los tiempos muertos, en los instantes de espera, en las entradas y salidas de escena. Un dispositivo con los que, de alguna manera, la directora los desactiva, les anula su aura mítica y nos los presenta con los ojos del único espectador que mira al emperador con su nuevo traje. Una mirada que además se ve reforzada por un discurso filosófico y político tan sereno como agitador. Toda una sorpresa, insistimos, este galardón, que sirve además de reconocimiento a una de las documentalistas fundamentales del país. Você não me conhece (Tú no me conoces), de Rodrigo Séllos, recibido una Mención Especial dentro de esta categoría por un trabajo interesante e igualmente sorprendente. Ademas, el Jurado Joven de la Universidad de Málaga dio su premio para esta sección a Kiyoko, de Joan Bover y Marcos Cabotá.
Por último, en el apartado de la animación puede que se encuentre la menor de las sorpresas del palmarés, pues no eran muchos los cortos que competían en este espacio y el vencedor contaba ya con una amplia lista de selecciones y algunos importantes premios. El premio, en definitiva, fue para la coproducción hispano-ecuatoriana Afterwork, de Luis Usón y Andrés Aguilar, un impecable trabajo que mezcla 3D y 2D, humor y tragedia, y que de alguna manera rinde homenaje a los dibujos animados de la época clásica de la Warner, aquellos con los que hemos crecido generaciones. Lo que pasa es que Usón y Aguilar le imprimen una carga extra de crueldad, amargura, realismo y desesperación, poniendo también en primer término la contradicción entre el idílico paraíso que nos vende la televisión sobre lo que debe ser la vida y la más negra realidad. En esta categoría, el premio del Público fue para Eusebio80, de Jesús Martínez e Iván Molina.
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