20 años no serán nada, pero la 20ª Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid ha sido mucho, a veces muchísimo: el número de proyecciones, poco menos que innumerable, se ha visto complementado por abundantes talleres formativos o el cada vez más importante Foro Profesional. La Semana crece y crece, fenómeno que, eso sí, podría ocasionar un problema de saturación en un futuro próximo.
Pero hoy por hoy los problemas son otros, y ninguno de ellos es achacable ni a la Semana ni a sus trabajadores, sino a la propia infraestructura de la Comunidad de Madrid: entre ellos destacaría la extrema simplicidad de la imagen corporativa y el diseño gráfico, a todas luces insuficiente para un certamen de esta envergadura; y muy especialmente la perenne y, al parecer, obligada utilización del Cinestudio del Círculo de Bellas Artes como Sede Principal. Es cierto que la calidad de las proyecciones ha mejorado ostensiblemente en los últimos años, pero solo una obra de grandes dimensiones podría convertir el minúsculo Cinestudio en la Sede que la Semana se merece. O tal vez algo más sencillo: cambiar esta Sede por otra que acoja a un público mayor en las proyecciones oficiales.

Los inocentes, de Guillermo Benet
Respecto a la selección, es obligado recordar que el año pasado llamamos la atención sobre la presencia excesiva de veteranos frente a la escasez de nombres jóvenes. Ese desequilibrio (que, desde luego, no era exclusivo de la Semana) parece haber desaparecido en esta edición, en la que aparecen numerosos nombres nuevos. Además se ha incrementado notablemente la presencia de Documental y, por fin, Animación. Mejoras notables que hay que apuntar en el pro de la Semana.
Los mejores, en Madrid en Corto
Comentar los casi 40 premios del Palmarés de la Semana se antoja una tarea poco menos que titánica, así que nos limitaremos a comentar los galardones más significativos. Y para empezar, diremos que el Jurado de Madrid en Corto no tuvo dificultad alguna para reconocer los cortos más estimulantes del certamen.
Era fácil advertir el indudable interés de Wan Xia: la última luz del atardecer de Silvia Rey Canudo. Este documental sobre los chinos mayores de Usera, que recuerdan los tiempos de Mao con un sentimiento casi nostálgico, o escenifican bailes de la época que se columpian entre lo conmovedor, lo cómico e incluso lo estremecedor, son retratados por Rey Canudo con una desarmante alegría para rodar y mezclar lenguajes: las entrevistas directas se alternan con falsas cámaras ocultas, conversaciones ficcionadas y hasta fugas fantásticas a lo Apitchapong Weerasethakul o, directamente, David Lynch, sin que ninguno de los elementos chirríe, sin que la amalgama lingüística impida el paso a la emoción contenida.

Wan xia, la última luz del atardecer, de Silvia Rey Canudo
Uno de los títulos más premiados fue Los inocentes de Guillermo Benet, que entre otros obtuvo el codiciado Premio ECAM. Es cierto que sus 29 minutos pueden resultar excesivos, pero en ningún momento anulan el interés de su curiosísimo planteamiento, bastante bien resuelto además. Relato: un grupo de jóvenes que se han visto involucrados, de una manera u otra, en una manifestación con violencia policial, se muestran desolados por la muerte accidental de un policía, de la que todos se sienten responsables (aunque ninguno lo sea realmente, como apunta su título). Pero atención a la resolución formal: los jóvenes se muestran desolados por separado; el director atrapa su dolor aprisionándoles en planos individuales que parecen celdas carcelarias. No hay contraplano, porque no hay posibilidad de compartir el sufrimiento personal con los otros (a veces hay escorzos y referencias, pero estos se antojan incompletos, siempre parece que falta algo).
En las antípodas de la experimentación se encuentra Ato San Nen del veterano Pedro Collantes. Aparentemente. Porque Collantes rueda como si fuera el más clásico de los cineastas, con planos enteros, planos medios y planos-contraplanos. Y sin embargo hay algo especial en ese despojamiento expresivo, en la cadencia, la mirada hacia los personajes. Estoy convencido de que, rodado por otro, este bonito cuento sobre la soledad de un japonés que traba relación con una mujer madura y también sola sería, con toda probabilidad, otra comedia dramática más sobre la dichosa profunda soledad. No es así con Collantes: se palpa la desesperación interior y la tristeza que se esconde bajo la superficie idílica. El magnífico diálogo/monólogo en japonés del protagonista recuerda a Paul Auster. Y puede que Ato san nen sea un trabajo imperfecto, con momentos más logrados que otros, pero el conjunto deja una sensación embriagadora: la sensación de que, en el ámbito del corto español, solo Collantes rueda así, solo él cuenta historias de esta manera.

Seattle, de Marta Aledo
En un año en el que crítica y público parecían ir, como veremos a continuación, cada uno por su lado, Seattle puso de acuerdo a todos. El mejor trabajo de Marta Aledo es, paradójicamente, de lo más tradicional: una obra impecablemente producida, un guion bien engrasado y unos actores de lo más entonado. Pero Seattle trasciende con mucho los límites del mero producto comercial, pues hay verdadera inspiración en esta sencilla historia de amor entre una azafata y un piloto, narrada a partir de un ingenioso mecanismo: sus encuentros por diversos hoteles del mundo, como una comedia de Neil Simon tipo El próximo año a la misma hora. Pero ese mecanismo jamás resulta mecánico: precisamente, la sucesión de rituales furtivos revela que la historia de amor nace constreñida, que no puede fluir y crecer con naturalidad, y que su final, realmente conmovedor, no podía haber sido otro.
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