No se trata de elegir lo mejor del año, aunque parece ser que estas fechas animan a las publicaciones a hacer un balance del mismo. Si este ejercicio es siempre subjetivo, parcial y sesgado, en nuestro caso lo es en grado sumo, habida cuenta la cantidad de obras de corto metraje que se producen en todo el mundo (una cantidad inabarcable para cualquiera). Nuestro propósito pasa entonces por recuperar algunos, unos pocos, trabajos meritorios que según nuestra consideración son representativos de la cosecha anual y merecen no caer en el limbo del olvido; o al menos no del todo. 10, 12, 15… También esta ha sido una decisión arbitraria. Diez nos parecía poco. Incluso 15 nos siguen pareciendo pocos, puesto que 2013 ha entregado al aficionado suficientes piezas de interés como para duplicar esta cifra sin dificultades. Finalmente nos hemos decidido por la docena simplemente porque sí.
Tampoco este artículo responde a una metodología definida. Nos hemos dejado llevar simplemente por el principio del placer, por el buen recuerdo dejado por las obras y también un poco por los resultados obtenidos (aunque esto en escasa medida). No se trata de seleccionar los mejores, ya que es una tarea tan exigente como imposible que los miles de festivales de todo el mundo afrontan continuamente. Esta docena podría haber sido otra y estamos seguros de que hay ausencias imperdonables, pero es la docena que después de varias discusiones nos ha salido. Con ello no queremos tanto reconocer su superioridad como dejar una pequeña nota para el futuro, cuando nuevos centenares de títulos sepulten estas obras en el silencio, al mismo tiempo que incitar a los espectadores que aún no hayan disfrutado de los integrantes de esta lista a que corran, que corran rápido a consultar cuál es el festival cercano, la página web o la cadena de televisión que los programa, pues muchos de ellos aún están en plena vida.
Sin que el orden sea significativo de preferencia, comenzaremos esta selección con uno de los títulos más reconocidos del año, el británico The mass of men, de Gabriel Gauchet, que no ha dejado de cosechar triunfos allí donde ha sido exhibido (Tampere, Zinebi, Recife, San Sebastián, Mecal, Lille, Granada, Curtocircuito… la lista es interminable). Público, jurado y critica de medio mundo se han rendido a este corto que vehicula la rabia y la frustración de los que sufren la crisis y se sienten humillados por las administraciones transitando entre el drama brutal y la comedia más agria para rubricar una liberadora catarsis.
Avant que de tout perdre (Xavier Legrand. Francia, 2012), corto de este mes de diciembre en Cortosfera, también tiene un lucido historial, en el que destacan los premios conseguidos en el pasado Clermont-Ferrand dentro de la Competición Francesa en la que competía. Y todo el mundo sabe lo difícil que es conseguir el Premio del Jurado y del Público en un mismo certamen (mérito que, por cierto también logró A story for the Modlins en la sección Labo de este mismo festival). Legrand consigue evitar todos los tópicos del cortometraje sobre malos tratos y entregar una brillante pieza que transforma el drama en thriller sirviéndose además de muy pocos elementos.
Buscando las hibridaciones más allá de la convención, Karni & Saul proponen un extraño viaje al dolor y la fantasía en el formidable Flytopia (Reino Unido/Hungría, 2012), relato que alterna tragedia y superación, sensualidad y repugnancia sin perder en ningún momento la belleza y la profundidad a la hora de retratar la desolación del abandono y la necesidad de afecto. Sin duda una de las películas más sorprendentes de los últimos tiempos.
Y por imaginación que no quede. Orbit ever after, otra producción británica, dirigida por Jamie Stone, nos eleva hasta la estratosfera para situar la típica historia de rebeldía juvenil, y darle una dimensión épica como pocas veces se ha visto. Un cortometraje apabullante, con un impresionante nivel de acabado, que está llamado a recolectar una larga serie de premios (especialmente del público).
En el terreno de la animación, But milk is important, de los noruegos Eirik Grønmo Bjørnsen y Anna Mantzaris, tal vez no haya recibido los reconocimientos que se merece y otras cintas, como Oh Willy!, Fear of flying, Plug and play o Luminaris se hayan llevado la parte del león en este sentido, pero no queríamos dejar la oportunidad de reivindicar una de las historias más emotivas y cuidadas que han circulado por las pantallas de 2013. En breve dispondrá de su crítica en esta publicación.
Crítica que también recibirá Subconscious Password (Canadá, 2013), la última y polémica espasmodia del maestro de la animación Chris Landreth, merecedora, entre otros galardones, del preciadísimo Cristal de Oro de Annecy. Landreth derrocha virtuosismo e inventiva con este salvaje divertimento sobre las profundidades de la memoria, articulado en torno a un concurso de preguntas y respuestas en el que concurren, entre otros, William S. Burroughs, Yoko Ono, Dick Van Dyke o el Superego.
También ha sido un buen año para las producciones que nos han llegado desde Latinoamérica. Se podría hablar de Reality 2.0, Los retratos/El tiple o Los tachados sin ningún rubor, lo mismo que de Rodri, coproducción franco-colombiana donde Franco Lolli difumina las fronteras del docudrama y la ficción amparado en las enormes interpretaciones de sus protagonistas, una familia acomodada harta de cargar con Rodri, el hermano pequeño, que no es capaz de tomar las riendas de su vida.
Lleno de poesía, el griego Hamomili (Neritan Zinxhiria, 2012) rodea de delicada belleza el viaje a la muerte y el olvido de una pareja de ancianos, últimos resistentes de la vida campesina, con guiños a Sokurov o Béla Tarr. No menos poesía que la que captura el español Lois Patiño con su cortometraje Montaña en sombra (que también tendrá su crítica próximamente), sucesión de planos generales de una montaña nevada por la que se deslizan pequeñas motas negras de esquiadores, estimulando la evocación y la imaginación en el espectador.
Otro corto español de mérito ha sido Misterio, nuevo trabajo del siempre interesante Chema García Ibarra, que navega entre la extrañeza, el (ir)realismo social y la ciencia ficción abstracta para narrar el hastío existencial de una mujer de mediana edad, cargada con un marido agonizante y un hijo nazi border-line. Todo un destello de imaginación y lucidez.
El mundo juvenil se ha visto diseccionado con precisión en dos grandes trabajos. Por una parte Magnesium (Sam de Jong. Países bajos, 2013) hace confluir a los hermanos Dardenne de Rosetta, el Darren Aronofsky de Cisne negro y el cine rumano a lo 4 meses, 3 semanas y 2 días en la historia de una joven gimnasta que en una semana deberá enfrentarse a dos grandes retos físicos y psicológicos: una competición y un aborto. En otro extremo, Noah, de los canadienses Walter Woodman y Patrick Cederberg, logró ser un pequeño fenómeno en Internet tras imponerse en Toronto, gracias a servirse de las redes sociales para reflejar la distorsión de las relaciones sentimentales adolescentes tamizadas a través de la pantalla del ordenador.
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