Comedia, por favor
Todos los cortos citados hasta ahora son, abiertamente, dramas, y sin duda esta fue la tendencia predominante en toda la Sección Oficial, que no se caracterizó precisamente por su abundancia de títulos divertidos. En nuestra crónica de Alcine ya comentamos la dificultad para encontrar comedias que arrojen una mirada innovadora u original sobre el género, y en Aguilar ha vuelto a manifestarse esa dificultad. Una tesitura que sin duda ha beneficiado a las pocas comedias presentadas: las risas brillaban en medio de obras todo lo espléndidas o interesantes que se quiera, pero en las que el drama parecía querer arrasar con todo e imponer su ley a sangre y fuego.
Así apareció Una casa en el campo de Chiqui Carabante, una de las pocas comedias dignas de tal nombre que figuraba en la competición nacional, y que mereció hasta dos premios del Jurado, Mejor Guion para Carabante y Mejor Actor para Vito Sanz. Más redonda y rotunda que su anterior Normal, Carabante parte aquí de una situación de lo más ingeniosa: en un café, un hombre se presenta a otro como su vecino ¡de tabique!, y a lo largo de una marciana conversación va revelando ciertos detalles que al vecino, la verdad, no le hacen demasiada gracia. Carabante recupera el buen pulso en la conversación filmada de la época de Bailongas (2001), adopta las maneras del microteatro y emplea métodos de toda la vida (con una solidez por encima de la media, eso sí): el plano contraplano, el contraste de caracteres, el apoyo en los diálogos… Pero esos métodos realzan una mirada distinta, en la que los conceptos de intimidad y privacidad quedan dinamitados por una mentalidad más sana y libertaria. Una casa en el campo no fue la única comedia nacional que pudo verse en la Sección Oficial (ahí estaba el encantador Les vimos reír y creímos que era de felicidad de Vermut, el imaginativo y ‘spikejonziano’ Megazoe de Marc Oller; y, de algún modo, el devastador Aliens, que incluía fragmentos muy divertidos y que aquí obtuvo el Premio de la Crítica), pero sí fue la más celebrada.
De igual modo, el Público recibió con alborozo un corto como Le mécène de Lionel Auguste (Francia), comedia de manipulación social imposible de resumir aquí que se alzó con el Premio del Público. Probablemente se trataba del corto más tradicional de toda la competición, y su premisa argumental resultaba, la verdad, algo inverosímil. Pero esa inverosimilitud se veía compensada por un planteamiento asumidamente teatral y heredero del mejor ‘vaudeville’ francés, lo cual permitía disfrutar del ingenio de sus giros, la impecable construcción narrativa, la solidez de unos actores afinados que nunca se hacen los graciosos, sino que dejan que la comicidad surja por sí misma.

Cop Dog, de Bill Plympton
Ya fuera del Palmarés, hubo otro título que despertó sonoras carcajadas: Cop Dog. Tuvimos la suerte de que este año el gran Bill Plympton decidiera brindarnos una nueva entrega de su irresistible perrito neurasténico. Desde los tiempos felices de Guard dog (2004), Plympton ha ido perfeccionando año tras año su retrato de este pequeño mito de la animación cómica: un can extremadamente sumiso a sus amos, que ve peligros mortales allá por donde mira, y que cuando se enfrenta a ellos no hace sino empeorar las cosas hasta limites insospechados (es decir, una de las mejores metáforas del estadounidense medio post-11-S). Los cinco minutos de Cop Dog le bastan y sobran al simpático pero temible perrito (aquí policía) para sembrar el caos en un aeropuerto, y como de costumbre el resultado vuelve a ser un despliegue de gracia e inventiva.
Títulos para el rescate
No queremos finalizar esta reseña sin remitirnos al resto del Palmarés FICA y mencionar, siquiera sea brevemente, algunas piezas que llamaron la atención por diversos motivos y de las que aún no hemos tenido ocasión de hablar: en el Certamen Nacional, el curiosísimo Waste de Alejo Levis y Laura Sisteró, cine-danza en el que cinco jóvenes mujeres ansían el poder que les confiere un lápiz, objeto que admite amplitud de lecturas, si bien todas confluyen en el carácter destructivo de los roles impuestos a la mujer, sobre todo cuando esta asume esta imposición (este lápiz) como propia; el emotivo El vestido, de Javier Marco, narración minimalista y precisa en la que una hija debe conseguir un traje de lujo para vestir a su madre muerta en el funeral; Le vivre ensemble de José Luis Santos, trabajo en el que se consigue mostrar, con un equilibrio difícil de conseguir, cómo los educadores deben proteger a los niños del terrorismo, y a la vez cómo este afán de protección puede llevar a una sociedad de paranoia y control igualmente peligrosa.
En el Certamen Internacional, No pases por San Bernardino de Hugo Magaña (México), relato despojado en el que se disecciona la doble presión que ejercen sobre la madre de un chico asesinado las dos partes en litigio de la manifestación en la que ocurrió la tragedia, orden público y manifestantes, evitando caer en cualquier tipo de reduccionismo; el francés I want Pluto to be a planet again, de Marie Amachoukeli y Vladimir Mavounia-Kouka (Francia), inspirada animación al más puro estilo Autour de Minuit, cuya temática distópica muestra una historia de amor claramente inspirada en el miedo a la nueva estructura de clases que podrían traer consigo los avances científicos, muy en la línea de Gattaca; y ya que estamos con Plutón, el plutoniano Jodilerks de la Cruz, employee of the month de Carlo Francisco Matanad (Filipinas-Singapur), muestra de surrealismo oriental en el que el soberano aburrimiento y la ultrarrutina de una empleada de gasolinera le induce a provocar situaciones inenarrables, algunas algo obvias, otras divertidísimas, o terroríficas, o las dos cosas.
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