Paseo por la Sección Oficial
Volviendo a los cortos nacionales, Aguilar dejó constancia del dulce, memorable momento del documental español realizado por mujeres. En la competición figuraban todas las imprescindibles del año: Maria Elorza y su Ancora Lucciole, que fue reconocida con la Mejor Dirección; Elena López Riera y Los que desean, que obtuvo el Premio Caimán de la Crítica; las cinco directoras de Galatée a l’infini, espléndido trabajo que se hizo con el Mejor Montaje; y aunque esta vez no obtuvo ningún premio, Silvia Rey Canudo y Wan Xia: la última luz del atardecer, uno de esos trabajos que, por muchas veces que se vea, siempre se ve como si fuera la primera vez. Y en el ámbito de la animación, la personalidad gráfica y la delicadeza narrativa de María Manero, que se ha revelado este año con el imaginativo y deliciosamente medido Patchwork, Premio al Mejor Corto dirigido por una Mujer.
La juventud conflictiva es otro tema recurrente en el cortometraje español del momento (bueno, de cualquier momento), que se ha visto representado por títulos tal vez imperfectos pero llenos de ideas y de frescura. Dos de ellos despertaron la atención del Jurado: Jauría de Gemma Blasco, Mención Especial para todo el Reparto y Mejor Fotografía para Alcides Forbitti, narraba con nerviosas cámaras en mano la espinosa relación entre una chica deportista y su hermano mayor, camello y un tanto inconsciente, que desemboca en una situación peligrosa y algo inverosímil, único pero que cabe aducir a un trabajo que respira tensión; y Ropa sucia de Iván Blanco y Daniel Jordán, Premio Jurado Joven, que retrataba con veracidad la noche a noche cotidiana de un grupo de post-millenials, integrando en ese retrato, y sin fisura alguna, el lenguaje visual de los ‘smartphones’.
Aunque no eran historias sobre jóvenes, hubo otras piezas que rebosaban juventud por los poros. Es el caso de Knock stricke de Genis Rigol Alzola, Pau Anglada y Marc Torices (Premio Alerta Sonora a la Mejor Música Original para Nico Roig), animación que lleva el ‘nonsense’ a extremos desopilantes, con grafías y colores que remiten al cómic ‘underground’, y que consigue el nada despreciable mérito de arrastrarnos dentro de su vorágine de despropósitos, alguno de ellos tan genial como la equiparación visual entre un castillo gótico y una cinta VHS. Y aunque no se llevó ningún premio, rescatar un título tan humilde pero tan prometedor como La herencia de Felipe Arnunzio Aizpún, cuento ‘rap’ de ingenioso humor negro (a veces parece escrito por un Gogol con ganas de camorra) que sin duda fue el mejor corto castellano-leonés que pudo verse en Aguilar, si bien el Premio de la Prensa al Mejor Corto de Castilla y León se lo llevó Supreme de Pablo Conde.
Finalmente, los Premios de Interpretación recayeron en piezas que representaban el cortometraje español más tradicional (pero en ningún caso menos interesante) que pudo verse en la Sección Oficial: Mejor Actor para el siempre sólido Pedro Casablanc en esa bonita historia de amor que es León y Morgana de Enrique Leal; y Mejor Actriz para la sobresaliente Nuria Herrero en el sobresaliente Seattle de Marta Aledo.
No queremos acabar este apartado sin hacer mención a tantos títulos internacionales que, dadas las circunstancias, no tuvieron opción a premio. Volvió a romper esquemas Caroline de Celine Held y Logan George (EEUU); la salvaje animación Coyote de Lorenz Wunderle (Suiza) encandiló a unos y horrorizó a otros, como debe ser; levantó sonoras carcajadas el documental Tungrus de Rishi Chandna (India), con el personaje más macarra, malhablado e incordiante que pudo verse en Aguilar: un gallo con todas las letras convertido en animal doméstico subversivo y destrozón; cautivaron animaciones llenas de sensibilidad, como The call (Rumanía) de Anca Damian, recientemente homenajeada en nuestro país; impresionaron documentales como All inclusive de Corina Schwingrüber Ilic, uno de los triunfadores de Gijón 2018, que mostraba un trasatlántico en pleno crucero como un complejo elefantiásico de diversión artificial y programada… y ya que estamos, citemos otros títulos nacionales que sí tuvieron opciones de premio pero que, aunque no lo obtuvieron, merecen ser recordados aquí, como Espedizio handia, Los inocentes, Violeta+Guillermo de Oscar Vincentelli o Nuestro amor de Mario Fernández Alonso.
Alteraciones y Minifica
No podemos acabar esta crónica sin dejar constancia del excepcional interés de las dos nuevas secciones competitivas. Alteraciones reunió lo más granado del cortometraje experimental o inclasificable de la temporada. Ganó el hipnótico A creak in time de Steven McInerney (Reino Unido), meditación de carácter científico que pretende, y consigue, dar imagen a la naturaleza fractal del universo en dos partes que tanto recuerdan, en su juego de escalas, al clásico Powers of ten de Ray y Charles Eames. Obtuvo la Mención Especial el español Corre brilla luz luz de Miguel Ángel Blanca y Jordi Díaz: a partir de las interesantísimas reflexiones de un ornitólogo, que describe la progresiva desaparición de las aves como un desastre de proporciones incalculables, Blanca y Díaz articulan un mundo distópico de luces mortecinas, en un sentido que recuerda un tanto a la desaparición de las luciérnagas en el citado Ancora lucciole.
Y aunque no recibió premio alguno, me gustaría romper una lanza por el soberbio Mudanza contemporánea de Teo Guillem, para mí uno de los mejores cortos españoles del año. Sus primeras imágenes, con un tipo más bien volado que efectúa extrañas danzas con sábanas y cabezales de lámparas casi incita al rechazo, pero todo está demasiado bien elaborado como para tirar la toalla tan pronto. Así que el espectador espera. Y poco a poco el disparate inicial va cobrando cuerpo, el rechazo se transforma en desconcierto admirado, y de repente llega una segunda parte que otorga sentido a todo lo anterior, de tal modo que el humor va dejando paso a la desesperación, hasta desembocar en un clímax vertiginoso cuyo montaje, estoy seguro, habría aplaudido Iván Zulueta.
Alteraciones ya había empezado a conformarse en la edición anterior, pero la aparición de MiniFica, competición de cortometraje infantil, ha sido una feliz novedad. No solo por los previsibles llenos de público, sino por el rigor con el que ha sido planteado y resuelto: MiniFica no ha sido un certamen exclusivamente para niños y madres y padres, sino para todos los interesados en disfrutar de un tipo de cine que suele ser despreciado por su apariencia simple, cuando en realidad el corto infantil está lleno de propuestas complejas, bellísimas, cine con todas las letras.
Algo que salta a la vista al ver los cortos galardonados: Premio Iris (+0) para Ameise de Julia Ocker (Alemania), primoroso cuento de hormigas que mutiplican su capacidad laboral gracias a la imaginación y las ganas de diversión de una de ellas, la única roja; Premio Licinia (+3) a La licorne de Rémy Durin (Bélgica), cuento medieval de un unicornio que se siente morir al ser atrapado entre los muros del castillo de un rey, pues él pertenece al bosque, a la naturaleza intangible; o Premio Renato (+7) al adorable Threads de la oscarizada Torill Kove (Noruega-Canadá), en el que los lazos afectivos y los deseos de descubrir el mundo se materializan en hilos de colores que relacionan a las personas, con un desarrollo tan sencillo como intensamente poético, y que podría haber concursado sin problemas en la Sección Oficial.
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