Memoria de los seres queridos
Llamaba la atención cómo varias de las piezas presentadas en Alcances partían de una misma premisa: alguien indaga, rebusca en los objetos, recuerdos y estancias de una persona desaparecida para reconstruir su experiencia vital. De entrada, dos obras ya conocidas: Eco de Xacio Baño, en el que un joven descubre el diario de su madre en medio de una mudanza; y 23 de mayo, de David Martín de los Santos, en el que el realizador reconstruye la trayectoria de un hombre gris a partir de una casa caída en el abandono.
Y una más reciente: Vai chover, donde el director Santiago D. Risco bucea en los escritos de su abuelo a través de la mirada de su familia, y que cuando menos atesora uno de los momentos más hermosos que se vieron en la competición: una mujer, madre o tía del director, se ha dedicado a transcribir los poemas y ensayos del abuelo, con la intención de que los más jóvenes, aquellos que no le conocieron, puedan leerlos dentro de unos años. La expresión de la mujer cuando afirma que el abuelo murió demasiado pronto vale por toda la cinta.
Otras propuestas y un mediometraje
En esta edición de Alcances se han dado cita diversas piezas ya reveladas en otros festivales del circuito, casi siempre procedentes de realizadores más o menos consagrados, que se repartieron los premios no oficiales: las ya citadas La mano que trina (Premio RTVA) y 23 de mayo (Premio Uptofest de Distribución); Ur Artean, de Jesús M. Palacios e Íñigo Jiménez, con su preciosa historia del farero que fue campeón olímpico de tiro al blanco (Premio ASECAN Julio Diamante); o el provocador Ojo Salvaje, de Paco Nicolás (Premio DOCMA al Mejor Corto). Por su parte, Eco, Ventanas y el estupendo Campanya (uno de los mejores) se fueron de vacío.
De entre las novedades que no figuraron en el Palmarés, destacaríamos Sin título, en la que los directores Julio Lamaña y Ricardo Perea se adentran en la escalada de los peregrinos hasta lo alto de la montaña de Monserrate en Bogotá, con una mirada frontal y, hasta cierto punto, exenta de juicios hacia el catolicismo milagrero y la miseria social que rodea a este entramado de superstición.
Y no queremos acabar sin mencionar Freedom to kill the other’s children de David Varela, Mejor Mediometraje para el Jurado Oficial (La plaza de Lola Clavo obtuvo un Premio Uptofest a este formato). Varela documenta el proceso de liberación de Gilad Shalit, joven soldado de las Fuerzas Armadas de Israel que había sido secuestrado por Hamás.
El director elabora un film-ensayo-reportaje que amalgama los más diversos procedimientos (grabaciones propias de Shalit, cámara doméstica, diario, capturas, reportaje tradicional, fragmentos de noticiarios, frases superpuestas sobre la pantalla…) alrededor de un discurso político que denuncia la ceguera de aquellas personas y colectivos que, por el hecho de defender lo suyo y a los suyos con uñas y dientes, se creen con derecho a cometer las mayores atrocidades. Un discurso nietzscheano que, desde luego, resulta extrapolable a infinidad de ámbitos, sobre todo cuando existe una clara ventaja de poder de los unos sobre los otros.
No es la primera vez que vemos un trabajo de estas características, pero Varela sabe jugar con sus materiales, y el juego le sale sólido, contundente y matizado, reflexivamente humanista. Además, su espíritu de continuo descubrimiento acaba atrapando algunos momentos excelentes: como ese bebé mordisqueando un ejemplar deMás allá del bien y del mal; o esa superposición final de telediarios de las más diversas procedencias (de CNN a Al-Jazeera), informando sobre el caso Shalit con absoluta egolatría, mientras un pitido insoportable llena la banda sonora. En cualquier caso lo que realmente destaca de Freedom no son los detalles, sino el conjunto.
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