Más ejercicios que obras
Hace unos meses, la Sección Oficial Nacional de Cortometrajes de DocumentaMadrid nos dejó una sensación final de insatisfacción. Después de ver los cortos seleccionados por Alcances, la sensación está cerca de convertirse en certeza: no es Documenta, no es Alcances, es lo que hay. El documental ha dejado de ser el ámbito más creativo del cortometraje español (un cetro que ha sido arrebatado por el drama cotidiano de ficción).
Podría hablarse de cierta autocomplacencia, de repetición de esquemas ya ensayados, de excesiva confianza en la improvisación, de abuso de lo Observacional (este lenguaje, que pretendía huir de la codificación, ha llegado a resultar tan codificado y previsible como un chico-conoce-chica)… pero tal vez el problema central sea la falta de trabajo. En lo que aquí nos concierne, muchas de las piezas presentadas parecían más ejercicios, proyectos, planteamientos, que obras acabadas. Bastantes procedían de escuelas de cine, proyectos académicos o propuestas de colectivos, algo estupendo si no fuera porque, en buena parte de los casos, podría hablarse de obras a medio hacer. Partían de ideas buenas, premisas a menudo excelentes, y casi todas poseían planos y momentos rescatables… Pero los resultados no estaban a la altura esperada.
Curiosamente, el resto de los cortos contenidos en otros apartados del Palmarés escapan a esta clasificación, al menos relativamente. Es el caso del Premio Festhome al Mejor Cortometraje, The fourth kingdom de Álex Lora y Adán Aliaga, también comentado en la reseña de DocumentaMadrid. Aunque se pierde en una serie de apuntes dispersos, hay que valorar su originalidad a la hora de abordar la realidad de la inmigración, comparando a los inmigrantes USA con los extraterrestres de las películas y series de los años 50, y especialmente un sentido del humor insólito en este tipo de temáticas. Más discutible era el Premio DOCMA de Cortometraje, concedido a El becerro pintado de David Pantaleón, ya comentado en la reseña de Documenta, y excesivamente deudor de su magnífico antecesor La pasión de Judas.
En cuanto al Premio ASECAN, Conversaciones ajenas de Manuel Jiménez Núñez, proponía un experimento refrescante: grabar conversaciones de diversos grupos de amigos charlando de sus cosas en un bar, como si estos no advirtieran la presencia de la cámara. Son, por supuesto, conversaciones conchabadas con colegas y conocidos, pero su espontaneidad está fuera de toda duda, y la elección de los temas abordados tiene su miga. El caso es que Jiménez Núñez parece conocer de sobra a los contertulios, y no le cuesta nada sentir empatía por ellos. Pero para el espectador es un poco más difícil, y a veces no puede evitar escucharlos con la misma indiferencia con la que suele escuchar conversaciones pilladas al vuelo. En cualquier caso se trata de una propuesta valiosa (como suele ocurrir con Jiménez Núñez, que siempre tiene ideas de lo más curioso y variopinto), y su ligereza, en medio de una sección oficial de marcada gravedad, se agradecía enormemente.
Un festival contestatario
Afortunadamente, y sin perjuicio de todo lo anterior, Alcances sigue siendo uno de los certámenes cuya programación presenta un cariz social y político más abiertamente progresista, tanto a nivel internacional como nacional: refugiados, indigentes, vallas fronterizas, inmigrantes, problemática rural y laboral… y la mujer, por supuesto. Si acaso, la deriva hacia lo experimental de otros años ha quedado algo aparcada, en esta ocasión, a favor del documental de contenido humanista. En cualquier caso esa vocación inconformista de Alcances vuelve a resultar, como siempre, digna de admiración.
En este sentido está plenamente justificada la inclusión de obras que aúnan la ambición estética con la reivindicación sociopolítica, aunque en muchos casos solo estén conseguidas a medias. El tema estrella de la mujer fue abordado desde los más variados puntos de vista, con trabajos tan diversos como Gure hormek, el más correcto Andrekale, o la evocación poética de la invisibilidad histórica femenina en Homes de Diana Toucedo (que cuando menos poseía un plano excepcional, en el que el rostro de una mujer aparecía y desaparecía fugazmente, fundiéndose con la imagen de un árbol). Pero también estaban los refugiados de No jungle!; el laberinto en que se han convertido las calles de El Cairo después de la revolución en Lunch time de Irené Bartolomé; el día a día de los camioneros en el simpático Área de descanso del Colectivo Hola Cariño; los inmigrantes de Ceuta en Hombre negro sin identificar; o la curiosa idea del taller de cine de Colmenas de Iskander García e Íñigo Jiménez, en el que personas que viven en la calle reciben una cámara para contar su historia con sus propias imágenes (y la verdad, los cortos realizados por estos son perfectamente comparables a los de no pocos trabajos seleccionados en festivales prestigiosos).
Sin olvidar otras reivindicaciones más intangibles, como ocurre con 25 cines/seg de Luis Macías, una vez más ampliamente comentado en Documenta, que trasciende la mirada nostálgica a las salas de cine perdidas a través de su discurso sobre la indefensión del cineasta frente a las leyes del mercado, algo que le valió la Caracola al Mejor Mediometraje. Finalmente, otros dos mediometrajes obtuvieron galardón: Mención Especial del Jurado para Ozpinaren sindromea de David Aguilar y Pello Rodríguez; y Premio Festhome de Distribución para Descanse en paz, Mr. Hopper de Daniel García y Aurelio Medina.
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