Chispazos
Pienso que ningún otro título alcanzó el nivel de los reseñados, pero sería injusto no dedicarle un párrafo aparte a la otra Mención Especial, 592 metroz goiti de Maddi Barber, relato de las nefastas consecuencias que trajo consigo la construcción de una presa en Navarra, que inundó siete pueblos y tres reservas naturales. El trabajo de Barber alternaba escenas simplemente correctas con otras realmente logradas, como las relativas al tratamiento de rapaces y animales moribundos, y presentaba una solidez global bastante por encima de la media.
A partir de aquí, algunos de los cortos ofrecieron imágenes válidas, intuiciones aisladas, escenas excelentes. Son chispazos que merece la pena recuperar, pues indican que sus autores, veteranos o neófitos, pueden descolgarse pronto con obras redondas. El ejemplo perfecto sería el multipremiado Improvisaciones de una ardilla de Virginia García del Pino: a todas luces demasiado dilatado, alternaba momentos y revelaciones triviales con instantes magníficos. Estos últimos no son muchos, pero sí tan brillantes que hacen olvidar los otros.
También habría que destacar La vida cansada de Inma Muñoz, que sigue la vida, o más bien la muerte lenta, de una mujer que trabaja como teleoperadora. Es un trabajo sencillo y sin demasiadas pretensiones, pero los primeros planos de la mujer poseen una fuerza desacostumbrada (en buena parte gracias a la expresividad del rostro de Analía Griselda Marchí, su protagonista), perdida en medio del trabajo, de las voces de sus compañeras, de los minutos de espera en el mortecino cercanías.
Finalmente, no hay que olvidar los fogonazos que ofrecen tres obras dirigidas por hombres. Los que ven del veterano Jesús María Palacios cuenta un episodio de visionarios en plena República Española (alineándose claramente a favor de estos, escarbando fuera de los límites de la versión oficial) a partir de un esmerado montaje fotográfico. Su trabajo resulta respetable, tal vez demasiado para lo que exigía el tema abordado, pero los rostros de las fotos elegidas descuellan por su estremecedora expresividad. Mi amado, las montañas de Alberto Martín Menacho es más una ficción con no-actores, pero sus mejores acordes proceden precisamente de sus apuntes documentales y de cómo estos se integran en el relato. Por último, Porque la sal de Nicolás Cardozo Basteiro describe la agonía de un pueblo envejecido en las salinas almerienses, y como mínimo hay que rescatar los planos de los gatos aburridos, las escenas de baile, los momentos de humor (el plano del carrito de compra escapándose a espaldas de su dueño) y, sobre todo, ese final abstracto, inesperadamente bello, en el que las arrugas de la naturaleza se confunden con las humanas.

Porque la sal, de Nicolás Cardozo Basteiro
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