Otras Mujeres
Este cronista opina que en el Certamen Europeo figuraban cortos dirigidos por mujeres que reunían similares o aún mayores méritos que los galardonados. Entre los similares figuraría Ungar de Nanna Kristin Magnúsdottir (Finlandia), ficción sobre un hombre que debe hacerse cargo de tres niñas en una fiesta de pijamas, situación que da vía libre a diversos desencuentros entre dos niñas que parecen detestarse cordialmente, y que deja al descubierto esquemas racistas y clasistas ocultos; interpretada de manera desigual, con algún conflicto que se apunta pero no se resuelve (como la atracción del hombre por una de las niñas, o al menos eso me parece a mí), pero con una dureza global digna de admiración, sobre todo en una escena climática que convierte la inocencia infantil en algo estremecedor.
Entre los mayores destacaría una ficción y una animación. La primera es la estupenda Cléo de Julie Navarro (Francia). Cléo es un buen corto francés al uso, de temática social y observación atenta de los personajes, que ilustra el caso de una niña que se siente abandonada por sus padres, pues ninguno de los dos quiere hacerse cargo de ella. Al uso, sí, pero dentro de su corte tradicional se trata de una tradición de altura. Cléo muestra el mundo de las casas de acogida con la convicción de quien sabe que domina el tema a fondo (el ambiente, pero también la psicología: soberbio todo lo referente a los padres inventados de Cléo); Julie Navarro es una experimentada directora de casting, y eso se nota en la dirección de los actores y, sobre todo de los intérpretes infantiles, que se antoja invisible. Por último, frente a escenas algo fuera de tono (la negativa de los padres a ocuparse de la niña tiene un tono demasiado grotesco) hay otras
espléndidas, como la formidable escena final del tren.
Cléo, de Julie Navarro
La segunda procede de una de las más respetadas parejas de la animación actual: Michelle y Uri Kranot. Hace mucho que no ofrecían una obra a la altura de su prestigio, pero Nothing happens (Dinamarca) es tan sencilla como cautivadora: en un bosque cuyos árboles aparecen dominados por cuervos y cornejas, toda una comunidad de gente se congrega para presenciar… nada. Este Esperando a Godot comunitario es una de las mejores alegorías de la sociedad actual que he visto en mucho tiempo, y esa brillantez temática se acrecienta gracias a su atmósfera ominosa y a la musicalidad con la que se van sucediendo los planos.
Experimentos y otros compañeros de viaje
No ha sido este Certamen motivo de descubrimiento de abundantes hallazgos formales. Hubo propuestas, por supuesto, pero casi ninguna totalmente satisfactoria, lo cual no es un reproche, puesto que a los experimentos no se les pide que sean redondos, sino que sean interesantes o sugestivos. Y algunos, tampoco muchos, lo fueron. Como el Tercer Premio, Green Screen Gringo de Douwe Dijkstra (Países Bajos), diario a lo Jonas Mekas de la estancia del director en el São Paulo de hoy, con el trasfondo de la caída en desgracia de Dilma Roussef.
Las imágenes de Dijkstra acaban formando un conglomerado disperso, sin unidad, sin que tengan muy claro qué quiere contar o hacer sentir, pero cobran cierta personalidad a partir de un artilugio formal francamente atractivo: un hombre se pasea por la ciudad con un croma ambulante, colocándolo de manera estratégica en diversas ubicaciones, y proyectando sobre él otras imágenes que sirven de complemento o contraste ante la situación retratada. Personalmente creo que el director no consigue sacar el debido partido a su soberbia idea, pero eso no quita para reconocer la originalidad de su propuesta.
Ya definitivamente fuera del Palmarés, el Europeo ofreció otros experimentos tan imperfectos como estimulantes. Nature: All rights reserved de Sebastian Mulder (Países Bajos, y van tres). Se inspiraba en una frase magnífica de alguien que no recuerdo: «Mis flores falsas se murieron porque no fingí quererlas».
Mulder parte de la idea de que la mayoría de las personas viven rodeadas de sucedáneos de naturaleza para sustituir a la naturaleza misma, y que, ya que esto es lo que hay, sería bueno establecer lazos afectivos con dicha naturaleza falsa. Nature… alterna rotundas obviedades con momentos espléndidos, y al igual que ocurre con Green Screen Gringo, su inteligente propuesta (que recuerda no poco a la hermosa muerte de Edward G. Robinson en Soylent Green, 1973, de Richard Fleischer) ofrece un cúmulo de posibilidades que apetece explorar.
Hubo otros trabajos dignos de mucho más que una mención. Algunos de ellos ya han sido comentados en Cortosfera: Min Börda, En la boca, Moms on fire, Valparaíso… y no quisiéramos olvidar In Kropsdam is iedereen gelukkig de Joren Molter (Países Bajos). Mientras escribo este artículo, me voy dando cuenta de la excelente aceptación de los cortos neerlandeses: Green Screen Gringo, The origin of trouble, Nature: All rights reserved, In Kropsdam…
Y quién diría que es holandés, porque In Kropsdam… tiene todas las características de un corto del Norte de Europa. Nos encontramos ante una nueva variación de Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen: una empresa de energía eólica pretende instalar sus molinos en un pueblo un tanto reacio a los cambios, y el sencillo protagonista choca con la hostilidad de todos los vecinos porque en la presentación de la empresa eólica ¡ha sido el único que ha comido un trozo de tarta!
Hasta entonces, los planos largos y alejados de la acción hacen pensar en muestras de humor nórdico como Ja vi Elsker, pero la animadversión vecinal pronto se torna demasiado seria como para tomársela a broma. El discurso sobre la intolerancia humana y su estupidez intrínseca no es nuevo, pero In Kropsdam… consigue despertar la indignación del espectador sin necesidad de tender trampas sentimentales o de ofrecer finales complacientes, evolucionando de manera fluida desde el humor hasta el terror gélido, hasta la total desesperanza.
All comments (0)