El fulminante comunicado de Enrique González Macho (presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España) de poner fin a las actividades de su distribuidora Alta Films y del cierre de buena parte de las 200 salas que la cadena Renoir tiene dispersas por varias ciudades españolas, es un signo revelador. Algo más que una llamada simple de atención enmarcada entre el enfadado y contenido discurso de González Macho en los Goya y el similar, pero más técnico, de Pedro Pérez (presidente de la Federación de Productores de España) en medio del Festival de Cine Español de Málaga; las dos citas institucionales por excelencia de la industria cinematográfica española.
La noticia ha dado mucho que hablar, pues pone en primer término y en su clave más dramática el estado de salud del negocio y del arte cinematográficos en un país atascado y colapsado – me atrevería a decir en caída libre – en lo cultural. Para despachar rápidamente las críticas más epidérmicas (y por ello a veces las más secundadas), diremos que a través de sus empresas, González Macho y sus socios han producido, distribuido y exhibido películas españolas y extranjeras; pequeñas, medianas, grandes y muy grandes; malas, regulares, buenas y muy buenas; de culto y prescindibles… No se trata entonces de si financiar o no el sector del cine (en todo su espectro), sino de cómo hacerlo; de cómo se está haciendo y sus consecuencias.
La situación de Alta Films no viene a demostrar que algo pasa con el cine en España, sino que todo parece estar mal. El panorama es que cada vez hay menos salas en el estado español, y de estas, la inmensa mayoría pertenece a multinacionales extranjeras (es un error llamarlas majors americanas como se empeñan en decir los medios generalistas, pues ya no son ni lo uno ni lo otro). La producción de películas españolas va decreciendo a ritmo preocupante en los últimos años y su presencia en las carteleras se mantiene en unos números engañosos, por mucho que el pasado año haya dado mejores resultados que los inmediatamente anteriores: se celebró a bombo y platillo que 2012 cerraría saludablemente para el cine español, pero como todos sabemos, son dos o tres títulos los que terminan impulsando su cuota de pantalla, y en general estos casos se corresponden a películas con grandes apoyos internacionales (sin que esto sirva para menoscabo de las mismas, pues buen favor le hacen además al crédito profesional del sector).
No vamos a extendernos en datos que se encuentran fácilmente en la red. Sólo resumiremos que un análisis de esta realidad muestra que en España el concepto de independencia está cada día más desterrado del marco cultural, cuya protección está (debería estar, mejor dicho) al cuidado institucional para garantizar una mayor libertad y espacio de competencia en lo financiero, y una mayor libertad en general en lo artístico. No es que queramos colocar a Alta Films el rango de mártir cultural (no tenemos ni la información, ni el propósito, ni seguramente la educación suficiente para ello), pero no podemos dejar de sentir su pérdida como un síntoma, deseando que no alcance la dimensión de síndrome.
La sintomatología del caso indica más cosas que el hecho de que cada vez sea más difícil que las producciones independientes se cuelguen en las carteleras, o que las empresas independientes se abran paso en el mercado. Deja en evidencia la desafortunada decisión de subir el IVA del sector cultural a unos niveles muy poco realistas con respecto al poder adquisitivo de los ciudadanos y a las perspectivas de supervivencia de los profesionales del cine afincados en España. Deja en evidencia la falta de una estrategia clara que configure, dinamice y regule el marco general de una Política Cultural Integral, pues es demencial la situación que se vive en torno a la Ley de la Protección Intelectual, el nivel de piratería no deja de ser motivo de vergüenza internacional para el país, y en lo referente a la Nueva Ley de Cine, adivinamos que será ya vieja cuando salga definitivamente a la luz (¿alguien dijo enero de 2014?).
No tiraremos aquí más de esta cuestión, pues el sustrato de mecenazgo (particular) que parece regirla merece también una discusión propia en toda regla. Sólo añadiremos de la situación legal un aspecto que el propio González Macho ha destacado como otro factor decisivo en su decisión: el negativo apoyo que ha venido recibiendo en los últimos tiempos por parte de TVE a la hora de financiar sus películas. No vamos tratar de su caso ni de sus películas en particular, pues entendemos que el problema no es una cuestión personal, sino una línea de actuación del ente público, compartida en buena medida también por las cadenas privadas.
El hecho final es que también la presencia de lo llamado independiente (empresarial y artísticamente hablando) en las televisiones españolas cada vez es más infrecuente. Actualmente las inversiones en cine de las cadenas españolas están casi congeladas, especialmente en lo que ocupa a la producción
de películas por parte de empresas independientes y la adquisición de los derechos de emisión de las mismas. Esto no sólo resta oportunidades comerciales para competir, sino que acota mucho la capacidad de elección del espectador, imponiéndole al espectador modelos de acceso a los contenidos culturales muy restrictivos.
Todo parece indicar que la escapatoria para los más inquietos, inconformistas y reacios al tedio está en Internet. Puede ser cierto; pero en tanto no se realice una profunda transformación en el modelo de negocio y se acomoden unas leyes que protejan tanto los intereses de autores y de espectadores, y se asuma que la salud cultural de un país comienza en la sensibilización y la educación, el sector cinematográfico seguirá estando desprotegido, falto de un sustento que seguirá cabreando a quienes consideran que no debe salir de sus bolsillos y echan pestes de algo que no terminan por identificar como su patrimonio.
En suma, se está construyendo una sociedad más pobre, en todos los sentidos. En unas semanas la distribución de copias en soporte de celuloide comenzará a ser una excepción en España hasta desaparecer en poco tiempo. Muchas salas se verán abocadas al cierre al no haber podido emprender la transición al formato digital, y muchas otras temblarán en la apuesta de poder rentabilizar la inversión. La buena noticia es que los formatos digitales se han estandarizado tanto que cada vez es más fácil hacer una película. La mala que cada vez hay menos lugares donde disfrutarla y menos oportunidades para sobresalir entre la maraña de oferta que rodea la industria del ocio, ese coliseo donde las compañías del espectáculo desean siempre llevar el combate de lo cultural. Pero esta es una trampa semiótica.
Ante una crisis prolongada como la que atraviesa España y en un asiento de primera fila ante la desintegración de un Estado de Bienestar es fácil ser apocalíptico (y aquí Eco no entra en juego), por eso trataremos de no serlo. No diagnosticaremos el ocaso del cine, de la cultura ni de la esperanza, pero nos reafirmamos ante la sensación de estar ante el fin de una época (el del celuloide, el de grandes cadenas independientes, el de un modelo cultural), y suponemos que el indicio del inicio de otra es lo que mantiene la esperanza.
All comments (0)