Este domingo 10 de febrero se entregaron los Premios BAFTA a los mejores títulos y profesionales del cine anglosajón, con unos resultados que, una vez más, hacen pensar en una sucursal británica de los Oscar, excepto por detalles puntuales que apuestan por el cine autóctono. Es el caso del Premio otorgado a un nuevo escritor, director o productor británico, que en esta ocasión recayó en el largometraje Beast de Michael Pearce (a quien recordamos por su magnífico cortometraje Rite, 2010). Y también, afortunadamente, de los cortos.
Para empezar, es digno de celebración el BAFTA otorgado a una animación tan lírica y rugosa como Roughhouse, última obra de ese maestro llamado Jonathan Hodgson, capaz de aunar en el mismo relato una desbordante imaginación visual con un retrato verista, incluso sórdido, de ambientes socialmente deprimidos y personajes vitalmente desahuciados. Roughhouse no llega al nivel de esa deliciosa adaptación de Charles Bukowski que fue The man with beautiful eyes (2000), pero no por ello deja de ser una cinta de lo más disfrutable. Historia de amistad masculina puesta a prueba en los 80 de la ‘New Wave’, con la esperada aparición de un personaje cuya vida se derrumba en caída libre. Roughhouse vuelve a sorprender por la solidez de su reconstrucción histórica (se nota que Hodgson vivió esa época con intensidad, y consigue que sintamos nostalgia de un tiempo que jamás vivimos) y por la expresividad gráfica y sonora con la que describe a una juventud totalmente desidealizada, pero aun así digna del mejor recuerdo.
El otro premio ofrece una curiosidad. Los BAFTA no tienen premio diferenciado para Mejor Corto de Ficción y Documental, sino que engloban ambas categorías en una sola, Mejor Corto Británico sin más. Pues bien, en esta ocasión el galardón ha recaído en un corto documental, 73 cows de Alex Lockwood, ejemplo de ‘feel good documentary’ que suele hacer las delicias de todas las Academias. 73 cows parte de una premisa ganadora: una pareja de granjeros, que posee 73 vacas, tiene problemas de conciencia cuando llega la hora de sacrificarlas; así que, después de muchas dudas y presiones del entorno, deciden entregar todas las vacas a un Santuario Vegano para que vivan el resto de su vida en paz, y apuestan por ganarse ellos la vida con la agricultura vegana. Incluso el director se hizo vegano después del rodaje. Si a una premisa como esta le añadimos un cierto empaque visual y el innegable encanto del cine social británico, a nadie puede extrañarle que 73 cows arrase con todos los premios, jurados y públicos que se encuentre en su camino.
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