Babylon no fue la única incitación al caos. Destacaron dos animaciones estupendas que apostaban abiertamente por la libertad narrativa absoluta. En el caso de Solar Walk de Réka Bucsi (Dinamarca), premiado con el Audi Short Film Award, su autora consigue conformar un hipnótico universo (nunca mejor dicho, ya que propone un viaje interplanetario) empleando una escritura automática que da lugar a momentos de rara belleza, como aquel en el que un gigante orina un universo nuevo, lleno de estrellas y planetas… y los dos astronautas deciden bañarse en él. Por su parte, el desbordante Coyote de Lorenz Wunderle (Suiza) apela a la animación bestia de apariencia infantil, a lo Ralph Bakshi, para construir su relato de un coyote que decide vengarse de unos lobos Ángeles del Infierno que han despedazado a toda su familia. Coyote no ahorra detalles sanguinolentos, y tanto su tarantiniana historia como sus derivas sobrenaturales poseen tanto ingenio como bruta plasticidad.

Coyote, de Lorenz Wunderle
Nos queda Burkina Brandenburg Komplex de Ulu Braun (Alemania), que obtuvo la nominación a los Premios de la Academia Europea. El título es suficientemente gráfico: se trata de ubicar a alemanes medios viviendo en un Burkina Faso de postal, con museos de cultura prusiana en los que se exponen latas de ‘Red Bull’ y chamanes que invocan sortilegios con los que crean dentífrico. Suena genial, pero lo cierto es que los resultados del corto se sitúan por debajo de tan prometedor punto de partida, y solo en contados momentos logran provocar o, simplemente, divertir.
Lo mejor del estrecho margen
Dentro del cine que más fácilmente puede enmarcarse en unos códigos reconocibles, la excelente labor de los programadores permitió descubrir un buen puñado de títulos capaces de ofrecer nuevas direcciones. De todos ellos, me gustaría destacar el excelente documental Terremoto Santo de Bárbara Wagner y Benjamín de Burca (Brasil).
Wagner y de Burca ya participaron en Berlín con otro curiosísimo documental, Estas vendo coisas, en el que los directores mostraban al desnudo todo el proceso de fabricación de éxitos musicales del ‘Tecnobrega’ brasileño. De ese modo, despojaban al ‘Tecnobrega’ de todo su brillo, y desenmascaraban la lacerante realidad social que se oculta detrás de tan complejo entramado industrial. Pues bien, Terremoto Santo hace lo propio con grupos evangélicos de Pernambuco, a través de una sucesión de números musicales cantados (y bastante bien) por diversos miembros de estos grupos de actividad social un tanto dudosa.
El desenmascaramiento de la nada que hay detrás de tanta loa a Jesús es, aquí, inventivo y brillante: los apasionados cantos ‘gospel’ son grabados en mitad de un estudio desangelado; la pasión por el señor se graba en un paisaje con cascada o en un río que convierte el Jordán de San Juan Bautista en la más rancia postal… y así sucesivamente hasta llegar a escenarios aún más insospechados. Terremoto Santo se muestra respetuoso y distante con los individuos que integran los grupos, pero implacable con aquello que representan. Y aunque tiene momentos que incitan a la carcajada, nadie se ríe finalmente.
Llegados a este punto, es obligado comentar el Oso de Oro 2018, The men behind the wall de Ines Moldavsky (Israel), nuevo caso de una obra que, si bien posee grandes virtudes, no consigue extraer todo el partido a su soberbio planteamiento. Moldavsky, joven israelí, adopta la forma del diario filmado para grabarse a sí misma entrevistándose con diversos hombres a través de aplicaciones tipo Tinder… solo que estos hombres viven en Gaza y Cisjordania. Una premisa de grandes posibilidades, en la que Moldavsky emplea las nuevas tecnologías para sumergirse en el eterno conflicto árabe-israelí a través de la cotidianeidad. Qué duda cabe que se trata de un título lleno de sugerencias, pero estas son tantas que difícilmente podían satisfacerse todas. El resultado es bueno, pero era legítimo esperar aún más.
Casi no queda espacio, pero aún quedan cortos que merecen un amplio comentario. No podemos olvidarnos de Alma Bandida de Marco Antônio Pereira (Brasil), documental sobre un chico de un pueblo perdido en la jungla, que impaciente por casarse con su chica se arma de un pico con la aventurada pretensión de encontrar piedras preciosas entre las rocas. La novedad es que, del mismo modo que ocurría con el cada vez más importante Martin pleure, Pereira inserta imágenes del ‘Grand Theft Auto’ para describir la, digamos, heroica y muy masculina decisión del protagonista.
Como mínimo mencionar los estimulantes documentales Russa de João Salaviza y Ricardo Alves Jr. (Portugal-Brasil) y el a veces subyugante And what is the Summer saying de Payal Kapadia (India), con momentos tan hermosos como lo es su título; o esa bonita ficción sobre el destino representada en Besida de Urhobo (Nigeria). Y ya que hemos mencionado África, finalizamos con el precioso Oso de Plata, Imfura de Samuel Ishimwe (Suiza-Ruanda), relato antropológico en el que un joven vuelve a su pueblo 20 años después del célebre genocidio hutu-tutsi (en el que murió su madre), encontrándose con una comunidad que le acoge como un hijo pródigo, pero en la que se siente un auténtico extraño. Sentimiento de extrañeza que impregna de melancolía esta descripción veraz de un modo de vida que sobrevive, a duras penas, a un tiempo de devastación.
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