Hasta hace pocos años, el Palmarés de la Competición Internacional del festival francés era poco menos que una cita obligada para todo programador, convencido de que allí encontraría buena parte de los grandes cortos de la temporada. Pero esa posición de privilegio está peligrando últimamente, por dos razones: la competencia, cada vez mayor, de otros festivales de envergadura (Vila do Conde, Berlín, Tampere, Quincena de Cannes…); y el escaso olfato de los jurados para descubrir las auténticas joyas escondidas en el interior de la Competición. En el Palmarés Internacional 2017 no hay ni un solo corto memorable. Solo un puñado de buenos títulos, rodeados a su vez de piezas que van de lo agradable a lo insuficiente.
Lo mejor del Palmarés
Puede que el Gran Premio de este año, el estadounidense DeKalb Elementary de Reed van Dyk, no sea el corto revelación del 2017, pero nadie puede discutirle su solidez y su convicción. Van Dyk se enfrenta a un tema de impacto fácil y propenso al efectismo: la matanza indiscriminada llevada a cabo por algún pobre loco en cualquier ciudad perdida del EEUU profundo.
Afortunadamente, la propuesta es inteligente y matizada: Dekalb Elementary aborda la historia real de un joven que aparece en la secretaría de una Escuela Primaria de Illinois armado con una escopeta. La cámara nunca sale de la Secretaría, y el joven está en un tris de disparar a cada momento pero nunca acaba de decidirse. La tensión resultante recuerda no poco a Dog Day Afternoon (Tarde de perros, 1976) de Sidney Lumet, solo que aquí no hay espacio para humor alguno. Dekalb Elementary está dirigida de manera absolutamente clásica, pero su mirada seca, física y humanista dota de verdadero cuerpo a los dos protagonistas: la secretaria secuestrada es una heroína cotidiana, y el chico de la escopeta también es contemplado con inusitado cariño. Por van Dyk y por el espectador. El final es complejo y emocionante, porque es a la vez un éxito y un fracaso.
Dekalb Elementary, de Reed van Dyk
Sin duda, las sensaciones más gratificantes del Palmarés proceden de la Mejor Animación. La polaca Cipka de Renata Gasiorowska ya había dado sus vueltas por algunos festivales, pero siempre resulta reconfortante encontrarse con esta miniatura sobre una mujer que se dispone a masturbarse, hasta que su vagina decide tomar vida propia y restregarse por todo aquello que encuentra por la casa. La animación, ingenua pero precisa, se coloca al servicio de un torrente de ideas divertidas (la vagina díscola se mueve a su aire, pero la mujer nota los efectos igualmente: pueden imaginarse lo que ocurre cuando la vagina atraviesa un cactus), y la diversión no impide que la pieza rebose sensualidad y encanto.
El germano-austríaco Wannabe de Jannis Lenz, Nominación al Mejor Corto Europeo para la EFA, no es nada especialmente rompedor. Se trata de una narración tradicional sobre una joven ‘youtuber’ que aspira a ser actriz, para así poder escapar de la mediocridad reinante en el mundo adulto. Un relato que podía haberse quedado en el más simple de los tópicos de rebeldes sin causa, pero que sale adelante gracias a un guion bien construido e hilvanado, que alterna adecuadamente lo dramático, lo cotidiano y lo tragicómico (los intentos de la joven para introducirse en el mundillo de la interpretación suenan preocupantemente veraces; por ejemplo, en la escena de la grabación del videoclip, la joven trabaja de figuración, pero el director dice que hay demasiada gente y la joven es la primera en ser retirada del plano), y sobre todo una protagonista, excelente Anna Suk, que es imposible no querer a pesar de sus miserias y su miedo atroz a transformarse en una ‘loser’. Al igual que Dekalb Elementary, el final es soberbio, porque es a la vez un éxito y un fracaso.
Los otros títulos
Entre los cortometrajes que se reseñan a continuación hay piezas de todo tipo: simpáticas, pretenciosas, más o menos estimulantes… Lo único que tienen en común es la pregunta que, al verlas, se hacía este cronista: «Pero realmente, ¿estos eran los mejores cortos de la Competición Internacional?»
Estimulantes pero imperfectos. Es el caso de una de las Menciones del Jurado, el muy curioso Disco Obu de Anand Kishore (India-Singapur-Estados Unidos), ficción alrededor de Obu, un antiguo niño prodigio recordado por una célebre película india, que hoy en día se gana la vida conduciendo una calesa para turistas. Disco Obu cuenta la relación, progresivamente tensa, entre Obu y un equipo documental dispuesto a manipular la realidad diaria del conductor para venderla como una tragedia social. No es la primera vez que el cortometraje aborda el fenómeno de la Pornomiseria (desde Agarrando pueblo hasta Vampiro), por eso algunas de las situaciones resultan un tanto manidas (por ejemplo, el realizador pagando a unos niños para que jueguen al fondo del plano, porque transmiten la imagen ideal de miseria), pero el conjunto tiene gracia, sobre todo a raíz del personaje de Obu, sencillo, digno y vulnerable.
Pretenciosos. Como el Premio Especial del Jurado, el archigalardonado Home de Daniel Mulloy (GB). Mulloy es un veterano capaz de lo mejor y de lo peor, y aquí se impone lo segundo. Home se basa en una idea como mínimo resultona: ¿cómo se sentiría una familia europea de clase media que, de repente, tuviera que pasar por la trágica situación de dejar su tierra y pasar a engrosar la lista de refugiados? La inversión de roles se remonta a El príncipe y el mendigo (por no irnos muy lejos), y lo único que hace aquí Mulloy es repetir, invertidos, todos los tópicos de una historia de refugiados. Eso sí, la niña llora de maravilla, y todo está brillantemente rodado: es como si el guionista se hubiera ido de vacaciones y el realizador se dedicara a ocultar la nulidad de la propuesta echando mano de su indiscutible profesionalidad.
La ensalada de obviedades sociales se prolongó en Battalion to my beat de Eimi Imanishi (Estados Unidos, Argelia, Sahara Oriental), Premio Canal +, sobre una adolescente argelina que, en plan Teniente O’Neill, quiere luchar a toda costa contra los marroquíes en el Sahara Oriental (hay frases temibles, tipo «Las chicas no luchan en la guerra», «Las chicas deben quedarse en casa cocinando»). Al menos el final, con la joven conduciendo un batallón, es bonito, pero también es confuso: honestamente no entiendo a dónde quiere llegar.
Y pretenciosa era la otra Mención del Jurado, And so we put goldfish in the pool de Makato Nagahisa (Japón), flamante ganador de Sundance 2017. De modo similar a Wannabe, el trabajo del japonés trata sobre unas adolescentes que intentan escapar del vacío y el aburrimiento que les rodea. Pero si en Wannabe acabamos queriendo a su protagonista, aquí las chicas terminan resultando un tanto tristonas y cargantes. Nagahisa tiene ingenio visual, y se dedica a hacer todo tipo de juegos con las imágenes, pero en demasiadas ocasiones esos juegos se revelan vacíos e inútiles. No siempre es así. Hay escenas soberbias, como la emotiva secuencia final en la piscina, y el exquisito gusto literario de algunos pasajes («Este es un pueblo estrecho. Hasta el cielo parece estrecho»). Pero Nagahisa, aspirante a liderar el ‘indie’ japonés, se centra demasiado en el vistoso envoltorio y se olvida de dotar de alma a sus personajes.
Simpáticos. Al lado de tanta oquedad, una comedia sin pretensiones como la española Como yo te amo de Fernando García-Ruiz Rubio, Premio del Público y Mejor Comedia, sabía a gloria. No es que sea ningún gran logro, de hecho algunas de sus partes son bastante flojas, pero este cronista se rió a carcajadas unas cuantas veces. Empieza bien, muy bien. Un ladrón de poca monta elogia, en off, las grandes virtudes del amor mientras comete, en on, un sórdido atraco; el contraste es descacharrante, pero aún es mejor cuando descubrimos que su amor platónico es la policía que le detiene después de una larga persecución (muy bien rodada y montada, por cierto).
Una idea espléndida que, por desgracia, tira por el camino de la acumulación de gags y estrellas invitadas, hasta convertir a su entrañable personaje en una marioneta sujeta a mil y un situaciones a cuál más absurda. Aún así no naufraga, gracias a la profesionalidad de García-Ruiz; la solidez de un guion mecánico, sí, pero bien estructurado (obra de un guionista tan experimentado como Antonio Mercero); y la indudable gracia de algunos momentos (sobre todo las apariciones de un magnífico Luis Zahera, el único que en ningún momento se hace el gracioso; tal vez por eso es el más divertido). El corto remonta el vuelo al final: el esperado reencuentro del protagonista con su amada es divertido, pero también inteligente y, de algún modo, conmovedor.
La misma simpatía despertaban los restantes cortos del Palmarés, piezas modestas pero agradables: el drama neozelandés The world in your window de Zone Mcintosh, que poseía un título delicioso (se trata de la ventana de una caravana) y una hermosa escena final en un cementerio; y dos animaciones, la rusa Big Booom de Marat Narimanov, Premio Canal+ Family, que condensa toda la historia de la Tierra y su posterior destrucción por el ser humano en cuatro chispeantes minutos; y la británica Relaxatron 5000 de Andrew Brand, divertida ocurrencia alrededor de la obsesión actual por la meditación, con un final espléndido. Como habrán podido comprobar, en el Palmarés de Clermont abundaron los buenos finales. Pero los buenos finales por sí solos no hacen buenas películas.
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