Si hace unos días celebrábamos el ajuste de la línea editorial que el Festival Internacional de Cortometrajes de Clermont-Ferrand ha emprendido de un tiempo a esta parte y que se confirmaba en la Competición Internacional de este año, en el caso de Labo, el espacio dedicado a un cine más rupturista, no queda más remedio que repetir la satisfacción. Labo ha sabido reinventarse completamente, limitando la presencia de ejercicios meramente formales, y dejando más espacio a la innovación en el lenguaje y las narrativas, sin lanzarse a tumba abierta a las experimentaciones totalmente radicales en este sentido. Así ha logrado crear un espacio donde puedan convivir ciertos elementos de vanguardia con aspectos más asibles, atrayendo a un público, si bien más inquieto, también más amplio y menos específico.
Labo ha ido prescindiendo de experimentaciones fílmicas al uso para incorporar filmes que transgreden los límites de los géneros, mezclan códigos y dispositivos de lo más dispar, buscan territorios narrativos infrecuentes y rehuyen de la exposición directa. También hay, claro lugar para la experimentación formal, pero siempre vinculada a una expresión narrativa, restringiendo las derivas abstractas. Lo único que tal vez pueda reprochársele es que en ocasiones el límite entre esta sección y la internacional no es muy nítido y se encuentran en Labo películas que a estas alturas de la evolución del lenguaje no justifican su inclusión en este grupo (sin menoscabo de su calidad), caso por ejemplo del espléndido documental All inclusive (Corina Schweingruber Ilić. Suiza, 2018), que bien podría competir sin miramientos en la Sección Internacional.
El Gran Prix Labo fue para el documental Last year when the train passed by, de Pang-Chuan Huang, quien se llevó también este mismo premio el año pasado con Retour (Francia, 2017). El viaje en tren es de nuevo el leit-motive del nuevo corto del cineasta de origen taiwanés. El origen del corto está en un viaje que realizó el año anterior, en el que fotografiaba desde la ventanilla del tren algunas casas del entorno rural de Taiwan. Intrigado por las vidas de los habitantes de estos edificios, modestos y anónimos personajes con vidas rutinarias y tranquilas, Pang-Chuan Huang regresa para entrevistarles y saber qué estaban haciendo en el momento en que él pasaba a su lado en el tren.
El punto de partida es sencillo y discreto, pero de esta investigación resulta un corto cálido y cercano que retrata la rutina, el tiempo detenido en las vidas de unos personajes, casi todos ellos ancianos, que representan también un momento casi al borde de la desaparición. Más allá de una radiografía del campo taiwanés, Last year when… habla de la vida en sí misma, del inexorable paso del tiempo, del camino hacia la muerte, de lo cotidiano y lo sencillo, pero dota la narrativa de una gran carga poética, salpicada de nostalgia gracias a las fotografías en blanco y negro, urgentes y a veces movidas, donde el tren asume esa metáfora tantas veces recurrente del tren como símbolo del paso del tiempo que no se detiene ante nada. Pang-Chuan Huang sí ha querido detenerse en esos anónimos lugares para entregra una ligera reflexión sobre la memoria y la levedad de la existencia. Además del gran premio de la sección Last year when…, estrenado en el festival de Locarno, y también seleccionado en el IDFA, Poitiers o 25fps, fue galardonado con el Premio al Mejor Documental (Documentaire sur Grand Écran).
El Premio Especial del Jurado Labo también fue a parar a otro documental galo, Swatted, dirigido por Ismaël Joffroy Chandoutis. Es este otro de los casos en los que un corto de Labo bien pudiera estar en la Competición Internacional. La excusa para estar en esta sección deviene del uso fundamental de imágenes procedentes de un videojuego, que unidas a algunos clips rescatados de Youtube denuncian una práctica tan curiosa como despreciable: en el ambiente de los videojuegos online, algunas personas denuncian falsamente a otros jugadores de haber cometido crímenes para que equipos de asalto (reales) de la policía irrumpan en sus casas y los reduzcan en una suerte de humillación pública.
Es indudable que esta historia merece la pena ser contada y sacada a la luz pública, y para muchas personas esta actitud resultará algo tan sorprendente como despreciable. Las experiencias relatadas por algunas víctimas de esta práctica son trágicas y está del todo justificado el dispositivo elegido por el director para articular el corto. Sin embargo, al final el film es un poco reiterativo y algo plano, demasiado evidente y simple, por más que claro y directo.
Más enjundia tienen las dos menciones concedidas por el Jurado, al la producción colombiana María de los Esteros, de Eugenio Gómez Borrero, una hermosa y terrosa cinta que navega entre lo documental y la ficción, entre la tradición y el realismo mágico, entre lo prosaico y las canciones populares, y que nos acerca de uin modo fantasmagórico a la vida de las buscadoras de ostras de la selva; y Fest, una breve y rabiosa animación dirigida por Nikita Diakur, quien ya el año pasado obtuvo muy buenos réditos con Ugly. Recurriendo de nuevo a un estilo sucio, que parece aún en una fase de boceto, con las mayas visibles y las texturas colocadas de forma basta, Fest describe a través del uso de múltiples puntos de vista que repiten las acciones de los personajes, una rave en un barrio, donde todo se va de las manos. No cabe duda de la frescura y el desparpajo de un corto que de su gran brevedad hace una de sus mayores virtudes. Para comprobarlo, basta sólo con disfrutar de él, ya que a continuación lo ofrecemos íntegro.
Otro de los grandes triunfadores de esta edición fue The passage, un inusual film estadounidense que marca una nueva colaboración entre el guionista y actor Philip Burgers y el director Kitao Sakurai, aupados ya como dos de los más rutilantes valores del humor indie en Estados Unidos. The passage, que se llevó de Clermont-Ferrand el Premio del Público y el Premio Canal+, apuesta claramente y a tumba abierta por el humor absurdo y todo en él es una loca huida hacia adelante, la de un personaje mudo del que no conocemos nada, que es perseguido sin saber por qué por un par de matones.
La lógica no es importante en The passage, lo que en un principio puede desconcertar al espectador que busca un asidero tradicional en la trama. Todo esto ya queda claro en la primera secuencia, en la que el protagonista queda solo, comiendo un bocadillo, en una avioneta sin tripulación sin disponer tampoco de paracaídas. Por corte, sin saber cómo se ha salvado o si es un flashback, vemos a este entrañable y destartalado heredero de Buster Keaton en una nueva situación, si cabe más loca. Como decía, todo es una huida en The passage, un viaje loco y relativamente mudo, de un escenario a otro, en el que los cineastas nos ofrecen un caleidoscópico tour por la diversidad cultural de Los Ángeles, pues en cada episodio (rodado todo sea dicho a través de complicadísimas tomas, largas y generalmente muy pobladas de personajes), nuestro antihéroe se ve ayudado por un colectivo cultural distinto (latinos, asiáticos, africanos, europeos…). Es esta diversidad y el apoyo y buena voluntad de todas las razas lo que vertebra y justifica un film que, a pesar de no disponer de un argumento al uso y de elegir premeditadamente no subtitular cuando los otros personajes hablan, no prescinde de un mensaje político muy claro. Y todo ello desde la óptica de una comedia heredera del slapstick, del cartoon y de la serie B setentera. También ofrecemos a continuación la posibilidad de ver The passage íntegro.
Cierra el palmarés de Labo un cortometraje más que digno, The sound of falling, una coproducción entre Reino Unido, Colombia y Taiwán orquestada por Chien-Yu Lin, y que es uno de los films más minimalistas de la selección. Articulado en dos fases y rubricado con un epílogo, The sound of falling cuenta la historia de un hombre que trabaja en un huerto de mandarinas, y que de repente pierde el trabajo cuando el dueño de la plantación decide venderla. Esto le sumerge en un estado entre la vigila, la desconexión y la parálisis vital que le lleva a vagabundear por un hospital en la ciudad, sin saber qué hacer en este espacio. Así, del realismo social y poético, saltamos a una especie de ciencia ficción extraña con la que el film quiere contarnos también la desaparición de la vida rural y la asepsia fría y desapasionada del mundo urbano.
No quisiera cerrar este repaso por una edición de Labo realmente magnífica sin citar otros grandes filmes que merecen ser tenidos en cuenta: los ya comentados en otras ocasiones Solar walk, The chute, All inclusive y Screen, a los que cabe sumar Sous le cartilage des côtes (una magnífica animación canadiense del gran Bruno Tondeur), la también animación The flood is coming, donde Gabriel Böhmer ilustra de manera muy pictórica (con cierta influencia de Thedore Ushev) una historia fabulosa, el viaje documental recogido a modo de diario ilustrado Marfa, de los británicos Myles McLeod y Greg McLeod, Le Sujet (Patrick Bouchard) y el espléndido Our song to war de Juanita Onzaga.
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