En la excelente 71 (2014), de Yann Demange, Martin McCann interpreta a uno de los integrantes del IRA, perteneciente a su facción más intransigente, que persiguen al soldado británico extraviado en sus calles, con la intención de matarle. En las secuencias iniciales de la producción británica Boogaloo and Graham (2014), de Michael Lennox, nominado a los Oscar y ganador del BAFTA, un muro separa a unos soldados británicos que patrullan por las angostas callejuelas entre las casas de una localidad irlandesa, del personaje que encarna Martin McCann en uno de los patios de esos hogares. Sus palabras parecen indicar que va a darles una sorpresa no precisamente agradable. Pero no son los soldados su contraplano, sino sus pequeños hijos, Jamesy (Ryley Hamilton) y Malachy (Aaron Lynch), a los que da la sorpresa de regalarles sendos pollos.
Martin McCann en ’71 (2014), de Yann Demange
Este no es un relato siniestro, pesadillesco, como 71, sino todo lo contrario, luminoso, cálido. Transcurren en la misma época, inicios de la década de los 70, comparten la circunstancia de la ocupación británica en Irlanda, pero su enfoque busca direcciones distintas. Los contraplanos son otros, no los que se quieren hacer desaparecer, sino los que se quiere dotar de vida. Cuarenta años después, 71 introduce el dedo en la infección para desentrañar las inconsistencias de los actores que sembraron de muerte aquel escenario. La oscuridad prima, porque es reflejo de la mancha de tanta sangre, de la que el soldado británico no quiere formar parte. Es un joven que porta uniforme pero no es ni católico ni protestante ni sabe lo que es, ni siquiera entiende las rivalidades entre poblaciones en la zona inglesa donde nació. Es alguien que realiza una labor que le encomiendan, y que nada le estimula, y que quiere salvar su vida, cuando integrantes de ambas facciones desean que la pierda. En Boogaloo and Graham la valoración de la vida se extiende incluso a unas criaturas no humanas, unos pollos. Incluso, por un momento, el enemigo es alguien que sonríe desde un camión porque le enternece y hace gracia la imagen de ambos niños portando sus pollos por la calle. En un paisaje de semblantes fruncidos, hoscos, temerosos y al acecho, dos niños pasean relajados, orgullosos de sus mascotas. Unas mascotas cuyo destino suele ser el de acabar sobre un plato, listas para ser comidas.
Charlene McKenna y Martin McCann en Boogaloo and Graham
Pero la vida no tiene por qué ser comida. Para ambos niños esos pollos son parte de sí mismos, y pueden sacrificar hasta su dieta carnívora (al menos la que implica comer pollo). Los niños combaten, se enfrentan a sus padres, por salvar su vida, cuando la madre (Charlene McKenna) anuncia que está embarazada, y eso comporta el sacrificio de los pollos. Y esa preocupación por la vida de otros, de otros que no son como uno, con los que no comparten lazo de pertenencia ni seña de identidad, e incluso pertenecen a otra especie, porque son pollos, un animal además que se come, puede y debe sensibilizar. Y quizás por ello, se opte por poner un huevo, y otro, uno cada día. Aunque quizá sea un truco de magia, porque hay actitudes que prefieren ver el lado luminoso, el lado que se preocupa de no infligir pesadumbre o dolor, y por eso se opta por poner un huevo en vez de abrir un gaznate. Abrir gaznates, aunque sea el de un pollo, rima con interponer muros o enseñar, en vez de tu mirada, el cañón de tu arma. Boogaloo and Graham es una sonrisa de cortometraje. Extrae luz de donde sólo parecía emanar la contaminación de la oscuridad, los dolores que dejan huellas demasiado pesadas. Pero hay patios que se olvidan de mirar hacia los muros, y miran al cielo, mientras un padre, que no persigue a nadie, hace trucos de magia con unos huevos por sus hijos.
Excelente cortometraje. son 14 minutos que pasan relatando magistralmente una emotiva historia que bien diera para «llenar» los 90 min de una película comercial. Emotiva y que trae reminiscencias de otra época.