No es habitual que un cineasta comience su andadura dentro del largometraje para, después de un par de películas, realizar un cortometraje. Pero este es el caso de Xavier Marrades con Cucli, un tierno y elaborado documental que lo aleja un tanto de la búsqueda de la experimentación de The stranger’s land (2009) y The pilgrim’s dive (2016), y que le ha valido el Premio al Mejor Cortometraje en el Festival Internacional de Cartagena de Indias tras haberse estrenado en el prestigioso IDFA de Amsterdam. Sin duda un comienzo inmejorable que ya anticipa una prometedora carrera.
Si algo caracteriza Cucli es una tremenda sobriedad, una insobornable sinceridad y una cálida cercanía; elementos que desprende a raudales su protagonista: Ramón, un camionero viudo de mediana edad que vive con sus padres tras haber perdido a su esposa, y que encuentra una vía para soportar el dolor y la pérdida cuando adopta una paloma herida (la Cucli del título). Este fortuito encuentro cambiará la vida del hombre, y le sirve a Marrades para urdir un sencillo cuento de soledad, amor, amistad, muerte y resurrección que ablanda los corazones más rocosos.
Marrades cede la palabra a Ramón, quien a través de la voz en off va exponiendo el inicio de su relación con Cucli para poco a poco ir entrando en más detalles acerca de su vida y de su pasado. Sale entonces, poco a poco, a relucir no solo su historia, sino también su modo de entender la vida. La narración va conduciendo así la historia a territorios más profundos y privados, para llegar a las convicciones más espirituales y existencialistas de Ramón. De aquí, el paso a la idea de la reencarnación, del ángel de la guarda, de las almas que se quedan perdidas en el limbo a la espera de una liberación definitiva queda un paso.
Ramón lo da con naturalidad y Marrades lo capta con respeto y ternura, entendiendo que lo que el primero cuenta no es la resurrección de su mujer fallecida, sino la suya propia, transformado en otro hombre: en un hombre mejor, más consciente, más maduro, más sensitivo. Y así lo expone el propio protagonista en uno de los momentos más logrados de esta obra.
Y es que ni Ramón ni Marrades pretenden hacer de Cucli un cortometraje hermético ni complejo (en lo referente al discurrir del discurso). El cineasta es en todo momento sabedor que para llegar a relatar la historia de Ramón y su paloma debe mantenerse siempre a su altura y hacer de la obra un fiel reflejo de la personalidad del primero. La tristeza y la ternura se dan la mano y se suceden con una tranquilidad y limpieza narrativa que encuentran su acomodo en un ritmo pausado, pero que nunca se detiene. Tampoco se refugia en elaboradas metáforas visuales, sino que se pone en todo momento al servicio de la contemplación y la descripción, muy atento al detalle y captar la belleza de la relación central, por mucho que a veces el tono sea lúgubre, algunos escenarios sean destartalados y se nos muestre la vejez, la soledad y el silencio de los hombres a cada paso.
Pero también hay algo más. Hay una pequeña parte de luz, pureza y esperanza, de redención, de curación de las heridas del alma, que convierte Cucli en una historia casi mágica (y no necesariamente mística) y en un brillante documental que solo pecará de clásico entre quienes ya no sean capaces de ver la belleza y la sinceridad del género nublados por la muchas veces pretenciosidad del formalismo conceptual.
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