Los pájaros han sido un recurso cómico habitual en el cine de animación, y raro es el año en que no aparezcan varios trabajos de interés que prolonguen una larguísima tradición que tiene a Woody Woodpecker, las Urracas Parlanchinas o al cabezudo Piolín algunos de sus más ilustres personajes. Sin ir más lejos, Birdboy (Pedro Rivero y Alberto Vázquez, 2011), Fear of flying (Connor Finnegan, 2012) resuenan como dos importantes trabajos en esta dirección, al que cabe sumar Flamingo pride, desternillante pieza del alemán Tomer Eshed, que se ha paseado en los dos últimos años por festivales de todo el mundo.
Es verano. Todos los flamencos rosa se han reunido en una súper rave que celebra su jovialidad, su falta de prejuicios, su hedonismo, su homosexualidad desinhibida. El problema es para el flamenco protagonista de nuestra historia: el único flamenco rosa hetero de la multitudinaria fiesta. Desplazado y amargado, ve volar a unas cigüeñas y las sigue a una especie de paraíso conservador, donde todo es elegante, sofisticado, pudoroso, y en cuyo centro brilla una seductora cigüeña. No vamos a seguir, ya que más abajo se puede acceder a su visionado y no hay razón para estropearle el gozo a nadie.
Flamingo pride tiene lo mejor y lo peor de los grandes trabajos de animación (y con grandes me refiero a su envergadura, no necesariamente a su calidad). Breve y conciso, es evidente que el desarrollo del argumento no va a ser el punto más fuerte de esta propuesta, aunque la premisa que lo sostiene es francamente divertida y prometedora. Seis minutos bastan para desarrollar todo el corto y sus responsables (como sucede en ocasiones en los trabajos de animación) limitan a lo necesario la anécdota para desplegar un apabullante poderío técnico y estético.
No me puedo imaginar la cantidad de polígonos que se mueven, ni el minucioso trabajo que lleva a personalizar a casi todos los personajes, pero cualquiera puede darse cuenta de la titánica labor del equipo de animadores. Una labor que se extiende también a unos escenarios trabajadísimos hasta el último detalle y a un planteamiento fotográfico de primera categoría.
Valores que contribuyen a crear el clima y la atmósfera necesaria para esta divertida comedia; tragicomedia, si me apuran, pues su historia es tan triste como un blues: «Todos los animales tienen su pareja, menos yo, pobre infeliz». Si bien es cierto, como he mencionado, que el argumento está en buena medida supeditado a exponer y explotar el talento de los animadores, hay que matizar las cosas para ser justo. No es una gran historia en cuanto a su profundidad; incluso a veces avanza a saltos forzados, pero eso sí, garantiza seis minutos de intensa diversión gracias a un buen puñado de gags bien armados, que se potencian con los recursos expresivos con que sus creadores han dotado a los personajes, y en especial a su atribulado protagonista. Sólo por destacar uno, señalaré el del alumbramiento de una idea en el cerebro de nuestro anti-héroe.
Flamingo pride no es un corto con múltiples lecturas; ni tampoco se asoma a la experimentación. Es un ejercicio de gran talento visual que busca simplemente arrancar unas cuantas carcajadas en el respetable e impresionarle con su despliegue técnico. Dos aspiraciones que cumple a la perfección, pero que deja una deuda pendiente: ahora que hemos visto lo que Tomer Eshed sabe hacer, nos quedamos con las ganas de verle frente a una historia que sea tan divertida como esta, y a ser posible, un poco más sólida.
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