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Los desheredados

Director: Laura Ferrés | Año: 2017 | Nacionalidad: España

Pere Ferrés, protagonista de Los desheredados y padre de la directora del cortometraje, parece un personaje salido de una película de Gene Hackman de los 70. La empresa familiar de autocares ha caído en picado, y Pere se ve obligado a vender su flota y, sobre todo, a alquilar y conducir un furgón para bodas, despedidas de soltera y charangas alcohólicas. Todo parece indicar que el fracaso profesional y sentimental (la mujer de Pere y madre de la directora no aparece en ningún momento, y eso la hace especialmente presente) le ha transformado en un hombre descreído, un punto cínico, propenso a la mala hostia.

Con estos antecedentes, Laura Ferrés construye un personaje definitivamente adorable, un antihéroe que se mete al espectador en el bolsillo. Y la directora lo consigue no a través de la complacencia que suele acompañar a este tipo de docudramas familiares, sino de medios estrictamente cinematográficos. El comienzo es soberbio: el enfurruñado Pere conduce el furgón mientras, en off, las eufóricas ocupantes despedazan a voz en grito una canción de la Carrà. En efecto, la alegría está fuera de la vida de Pere: los momentos de esparcimiento y desbarre de sus insolentes clientes siempre se ven fuera de campo, reflejados en un espejo, a través del cristal, o en planos lejanos. Y claro, todos deseamos que Pere les pase por encima con uno de sus autocares.

Las escenas de fiestas y despedidas, planteadas con un humor socarronamente sano, contrastan con el día al día de este personaje tan solitario como el Harry Caul de La conversación (1974). Laura Ferrés se revela como una excelente retratista, que sabe en todo momento qué debe mostrar, en qué tamaño de plano, y que debe estar dentro de este y qué no (supongo que habrá sido crucial la colaboración con la directora de fotografía, Agnès Piqué Corbera, que por cierto hace un trabajo formidable).

Podríamos hablar del Pere empequeñecido en medio de los grandes planos generales del hangar de suelo mojado, o bajo el letrero de las obras de la linea de metro cuya inauguración herirá de muerte a su negocio, o de la extraña fuerza de dos planos relacionados con aviones, uno como aparatoso graffiti y otro como un avión real que surca el cielo mientras él pasea por el campo como una hormiga en plena jornada de reflexión. O de aquellos momentos que muestran cómo Pere mantiene, pese a todo, su vida interior: Pere bailando solo (y bien) en mitad de la pista, cantando en playback (y bien) dentro del furgón, o simplemente fumando a su rollo. Es mérito de la directora que un plano de Pere echando un pitillo nos atraiga, porque ha conseguido que el personaje nos importe.

El retrato se completa con la relación de Pere con su madre, que proporciona el punto exacto de calidez que, de una vez por todas, nos rinde ante el personaje. Una relación en la que el cariño y la carcajada se dan la mano («Llegaremos si Dios quiere», dice la madre, y Pere responde «Y si no, también»; o una impagable escena, tan divertida como conmovedora, con una bola de nieve), y en las que los pequeños detalles dibujan la relación de modo admirable, como aquel momento en el que Pere levanta la persiana del dormitorio y vemos a la madre durmiendo, al fondo, en la penumbra, mientras la cama contigua permanece vacía.

Tal vez sea el momento de hablar de los defectos que, justo es decirlo, arrastra Los desheredados: empezando por el título, innecesariamente altisonante, y siguiendo por la deficiente interpretación de buena parte de los no-actores (aunque la directora, consciente de esas deficiencias, las minimiza apoyándose en el off o los planos amplios y lejanos ya comentados). Pero esos defectos se olvidan al lado de la indiscutible intuición cinematográfica de Ferrés, que además ha tenido la inteligencia de apoyarse en un equipo espléndido: a la ya mencionada operadora Agnès Piqué Corbera habría que añadir la excelente labor de montaje de Diana Toucedo (responsable de un retrato propio sobre el padre, Imágenes secretas) o el sonido de Alejandro Castillo. Así, el trabajo de Laura Ferrés logra sortear peligros tan habituales en el documental español como el estatismo, el esteticismo, el retrato tan elaborado como frío. Los desheredados es una obra viva, y no solo nos convence de que la directora quiere a su padre, sino que nosotros también acabamos queriéndole.

 

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