El dúo formado por el canario Samuel M. Delgado y la gallega Helena Girón ya dio muy buenos frutos en su trabajo anterior, Sin Dios ni Santa María. Un experimento lleno de personalidad que, con pasmosa sencillez, lograba transformar presuntos 16 mm antiguos, banda sonora y rayajos varios en un universo más allá del espacio y el tiempo, atrevimiento que le valió el respeto de los principales festivales internacionales.
Ahora, Delgado y Girón vuelven por sus fueros en esta obra de título turbador, que se presentó en la sección Wavelenghts del Festival de Toronto. Nunca mejor dicho: turbador. Porque Montañas ardientes que vomitan fuego trata sobre la turbación, el momento previo al fin del mundo, a la transformación.
El prólogo de Montañas ya nos pone sobre aviso. Sobre una banda sonora que parece emular los primeros estertores de una erupción, vemos filmaciones de rocas volcánicas, presentadas con una textura vieja, repleta de rayaduras, veladuras, toda clase de imperfecciones. La tierra se agrieta y tiembla. La propia película se agrieta y tiembla también. Sin caer en las pedanterías habituales, Delgado y Girón interrelacionan admirablemente cine y realidad.
Lo que sigue recuerda bastante a la suspensión espacio-tiempo de Sin Dios ni Santa María (para no repetirnos demasiado, nos remitimos a la reseña que escribimos sobre el corto): presuntas recuperaciones de viejos 16 mm filmados en el monte, entre los que destaca la silueta de una mujer que se interna en lo más profundo de una cueva (en sentido literal y metafórico), a través de un plano bellísimo.
A partir de aquí sería conveniente alertar sobre posibles ‘spoilers’, pues aunque no se puede hablar de narración, sí hay una serie de sucesos y vueltas de tuerca que multiplican, y mucho, la tensión dramática.
Ilustración del libro Mundus Subterraneus de Athanasius Kircher
Llegados a un punto, Delgado y Girón proponen una ruptura con el verosímil fílmico que han creado: las filmaciones se centran en la superficie volcánica de la cueva, y bruscamente esa filmación se transforma en grabación digital actual. El efecto es extraordinario: a partir de ahí, Montañas abre nuevos vasos comunicantes entre mito y presente, y sobre todo, entre materia fílmica y realidad filmada. Porque el corto avanza poco a poco hacia el cine abstracto: primero la calma efímera y acto seguido el temblor, que ha mutado de la textura de las viejas filmaciones a la de las propias rocas. Cine y naturaleza se funden en un solo lenguaje.
Lo de los ‘spoilers’ no era una broma. Durante toda la reseña tengo la sensación de estar revelando demasiados misterios de esta envolvente pieza, si bien es cierto que los misterios de Montañas no pueden ser explicados con meros conceptos literarios: sólo contemplando el corto (y escuchándolo, Delgado y Girón cuidan extremadamente el sonido) puede apreciarse su complejidad, cuerpo y fantasía. Porque Montañas ardientes que vomitan fuego es, sin duda, cine fantástico, y no se ve, se contempla.
Así que me limitaré a apuntar dos aspectos que, a mi modo de ver, disparan los posibles significados: uno de ellos es la inclusión de viejos grabados y fotografías en medio de este entramado atmosférico, que recuerda no poco al empleo de las fotos familiares en la famosa noche de Tren de sombras; el otro se basa en un plano leve pero mágico: en medio de la calma efímera de las imágenes digitales, vemos a una mujer durmiendo. Tal vez sea la misma mujer que se internó en la cueva unas décadas o unos siglos antes, y aunque parezca rizar el rizo, tal vez la transformación que está a punto de llegar sea una transformación femenina, un retorno a lo más profundo de la Madre Tierra.
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