“Acabo de ver una pasada de corto”. Esto fue lo que escribí –entusiasmado- , por whatsapp a B. -cómplice y compañera en los visionados de muchos cortos-, en cuanto acabé de ver Notre-Dame des Hormones.
¿Argumento? Dos actrices en una casa de campo situada en plena y lisérgica naturaleza y la relación de deseo, obsesión y cuidado que establecen con una especie de grumo peludo balbuceante dotado de un juguetón megapezón o pequeño falo, y cómo ello afecta a las relaciones entre ellas, introduciendo una pugna radical por apropiarse del engendro. Así como suena. Un guión que en realidad no es más que un pretexto para desarrollar una película plena de libertad narrativa, visual e ideológica (no me pregunten por qué, pero tengo la impresión de que la película contiene un peculiar, provocador y libérrimo feminismo).
Y es que Notre-Dame des Hormones es un cortometraje exuberante y pleno de imaginación visual que nos traslada a un mundo surreal en el que el deseo y el onirismo –aderezados con la dosis justa de gore y sentido del humor- imponen su caprichosa dictadura a las dos actrices protagonistas. Actrices que hacen de actrices, cuyas distintas peripecias nos son presentadas por la voz en off de ni más ni menos que Michel Piccoli: un guiño más al espíritu buñueliano que supura esta película. Y metanarración, por supuesto, que llega a incluir ni más ni menos que el asesinato de alguien muy importante en la realidad para la película. Todo un ejercicio de barroquismo y cine total (modo Méliès), que sin embargo se sostiene gracias al extraordinario trabajo de las dos actrices protagonistas, que dotan a su interpretación de modos improvisatorios de una teatralidad espontánea y compensan algún exceso culterano de guión (en plan autorreferencial, referido a eso de la creación) que puede llegar a cargar. No es nada fácil defender sus papeles, pero Elina Löwenshon y Natalie Richard lo hacen con soltura y convicción.
De todas formas, el punto fuerte de Notre-Dame des Hormones es la creación de un universo peculiar y extravagante, decadente e irónico, libidinoso y putrefacto al tiempo, y trufado de metáforas. Para crearlo juega Bertrand Mandico con animaciones y distintas texturas de fotografía, entre otras cosas. Y acierta también el director con el ritmo y una estructura narrativa no lineal y fantástica, en la que los personajes pueden morir, resucitar, volver a morir, etc, y en la que destaca una voz en off que presenta lo que va a ocurrir en cada secuencia y que refuerza la atmósfera de perverso y alucinado cuento, pero siempre con un necesario sentido del humor que hace respirar a la pelicula.
Pero sin duda lo más llamativo de Notre-Dame des Hormones es el tratamiento que da a la naturaleza y el difícil y peculiar equilibrio que Bertrand Mandico logra entre el asco y el erotismo. Y vuelve a ser el sentido del humor el mediador entre ambos, consiguiendo que el visionado sea divertido y sorprendente, que lo mismo te rías que a veces casi tengas que contener el impulso de apartar los ojos (admirando al tiempo el virtuosismo que tiene Mandico para provocar el asco), y que nunca sepas lo que va(s) a pasar a continuación. Por su parte, la naturaleza aparece dotada de un carácter organicista y extrañamente exuberante, en la que se subrayan de manera brillante los mecanismos de degradación de la materia. Deviene la naturaleza en un personaje más, capaz de engullir a los demás, al tiempo, curiosamente, que cosifica a algunos personajes humanos (masculinos, por cierto), transformándolos en estatuas, por ejemplo.
En suma, Notre-Dame des Hormones es un cortometraje fascinante y divertidísimo que merece la pena ver, aunque gustará mucho más a los espectadores más aventureros y de mentalidad más abierta. Atrévanse a verlo. Lo disfrutarán.
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