Para entender qué está pasando en México, pueden prestar atención a las breves noticias de los telediarios sobre las luchas presidenciales y la guerra contra el narcotráfico, frecuentemente mediatizadas o reductoras. O pueden ver este cortometraje de 11 intensos minutos, con el que yo, personalmente, he entendido mucho, pero que mucho mejor la realidad mexicana.
No es de extrañar que su director, Víctor Orozco, haya realizado su corto en Alemania, en el seno de la Academy of Fine Arts de Hamburgo. Una historia tan estremecedora como esta necesita mirarse con un poco de distancia geográfica y emocional. Estremecedora no sólo porque lo que revela es una situación terrorífica, sino porque ese terror forma parte de la vida cotidiana de todo México.
Orozco comienza su relato como una evocación de México realizada desde la tranquilidad de su estancia alemana. Esa tranquilidad le permite describir, en primera persona, una realidad salvaje con trazos suaves, a través de unas imágenes de rotoscopia estilizada, comentadas por una voz dulce.
Y a partir de ahí, Reality 2.0. habla del narcotráfico, pero también de la fascinación por la muerte que siempre lo acompaña. Una fascinación, como se verá, fuertemente arraigada en la cultura mexicana. A través de una narración y un off modélicos, Orozco relaciona conceptos en principio dispares de manera prodigiosamente equilibrada: el Día de los Muertos, la política mexicana, los cárteles del narco, internet y los videojuegos y, como fin de trayecto, una nueva estética del horror.
La tradición y la actualidad están unidas de manera indisoluble. El narcotráfico lo rodea todo de la angustia que provoca la muerte, pero, como dice Orozco, la cultura mexicana transforma esa angustia en espectáculo. Los toros y el Día de los Muertos son espectáculos. Y las muertes del narcotráfico, también.
Así lo han entendido los narcos, que han desarrollado esa nueva estética espeluznante a través de los medios. Disputándose las primeras planas de las revistas de sucesos, colgando videos de decapitaciones en youtube, copando los contenidos de webs enteras dedicadas a ellos, como Blog del Narco o ¡Wikinarco!. Y no se trata sólo de colgar contenidos, sino de cómo colgarlos: los narcos han desarrollado una puesta en escena sórdida, seca y taxativa, inspirada en muchos casos por videojuegos como el clásico Doom.
La estilización visual propuesta por Orozco es un acierto total, porque con ella establece una distancia frente a los hechos que no enmascara el horror de lo narrado, sino que lo hace soportable a nuestros ojos, del mismo modo que la barbarie del nazismo, el stalinismo o las dictaduras latinoamericanas nunca ha sido reconstruida en cine con todo lujo de detalles. Porque no lo soportaríamos, o porque nuestra mente lo encontraría inverosímil.
Una buena muestra del estilo de Orozco gira en torno al video real en que el narco Manuel Méndez Leyva es ejecutado en directo por sicarios de un cártel. Orozco no muestra ese video (yo no me he atrevido a verlo), sino el contraplano: es decir, el video (convenientemente rotoscopiado) de unos jóvenes presenciando las imágenes de la ejecución. Sólo oímos las últimas palabras de Leyva y el ruido aterrador que preside la ejecución, pero al ver las expresiones de los jóvenes curiosos no necesitamos ver más. Unos se horrorizan, otros se llevan las manos a la cara, alguno sonríe nerviosamente. Pero ninguno puede dejar de mirar.
O ese movimiento de cámara imposible pero magnífico, que relaciona un festejo callejero (imagino que el Día de los Muertos) con el pavoroso cementerio de Jardines del Humaya en Culiacán, donde los principales narcos pugnan por ser enterrados en la más lujosa de las necrópolis, convirtiendo su propia muerte en el espectáculo definitivo.
El propio Orozco se confiesa prisionero de esa fascinación por la muerte. De hecho, rebuscando entre sus primeros cortos, encontramos títulos tan significativos como La letra con sangre entra o El teatro de la crueldad. Este último comienza con una cita de Antonin Artaud, según la cual no puede haber espectáculo sin un elemento de crueldad.
Y sin embargo, Reality 2.0. rebosa amor a México y una ternura insospechada. No sólo por la dulzura con la que Orozco describe ese universo atroz, sino porque el director, protagonista y guía del relato, reconstruye instantes de su vida en los que la cultura de la muerte le pasó rozando, con imágenes llenas de poesía macabra: los conejos que se convierten en ratas; los ojos del narco de los Zetas, cayendo en silencio; el toro con alas; la bellísima evocación de su infancia, cortándose el pelo, hasta que aparece un hombre que le mira fijamente, y que parece tambalearse entre la vida y la muerte; o ese final inexpresable que no revelaré aquí.
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