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Sin Dios ni Santa María

Director: Samuel M. Delgado y Helena Girón (2015) España |

En los últimos años, el corto documental español se ha visto asediado por auténticas plagas de cineastas procedentes de, por ejemplo, Galicia y Canarias. Benditas plagas. La gallega es consecuencia directa del Novo Cinema Galego: Xacio Baño, Diana Toucedo, Alberte Pagán… La canaria se ha convertido en una verdadera andanada: David Pantaleón, Víctor Moreno, Nayra Sanz, José Ángel Alayón, Gerardo Carreras, Octavio Guerra… El caso es que ambas están destacando poderosamente por sus incursiones en terrenos fronterizos e inexplorados.

Sin Dios ni Santa María

No es de extrañar que el encuentro de una gallega, Helena Girón, y un canario, Samuel M. Delgado, haya dado como fruto uno de los cortometrajes españoles más atractivos del año. En voz baja y sin hacer mucho ruido, Sin Dios ni Santa María ha convencido allá donde se ha proyectado: IBAFF, Filmadrid, Alcances, Las Palmas, Vila do Conde, New York o Toronto. Porque esta colección de imágenes viejas y sonidos defectuosos acaba revelándose como una obra única, cautivadora, a la vez real e irreal.

Sin Dios ni Santa María se presenta ante el espectador como un cortometraje tradicional de materiales de archivo. En apariencia, y sólo en apariencia, muestra imágenes de una isla canaria en los años 60: un campo en el que labora una mujer mayor. Inmediatamente rememoramos aquella época en que el campesinado vivía sometido a un continuo embrutecimiento cultural, y en el que la mujer llevaba la peor parte… Ahora bien, las imágenes están terriblemente desgastadas, llenas de rayajos y veladuras. Y esa textura particular les otorga, ya de primeras, un aura fantasmagórica, como si ese tiempo evocado estuviera mucho más lejos. Como si fuera un tiempo atávico.

Entonces interviene el sonido, tan repleto de taras como la imagen, y escuchamos voces de varios campesinos de aquellos años 60, todos ellos hombres. Cuentan inquietantes historias de brujas como si ellos, o algunos conocidos suyos, hubieran sido testigos presenciales. Sin duda esos hombres creían en las brujas, y sin duda sus creencias estaban asociadas a su miedo inconsciente a la liberación femenina, que por aquel entonces comenzaba a asomar con fuerza. La sombra de Häxan (La brujería a través de los tiempos, 1922) de Benjamin Christensen planea durante todo el metraje.

Sin Dios ni Santa María

Esta extraña pócima audiovisual, resultado de mezclar imágenes de la mujer mayor con declaraciones mágicas de los campesinos, crea una sorprendente riqueza de significados y sensaciones. Sin Dios ni Santa María es una observación histórica sobre la condición social y política de la mujer en aquel tiempo, sí, pero también sobre esa misma condición desde tiempos milenarios. Por eso, aunque es fácil datar las imágenes en un pasado más o menos cercano, es como si nos halláramos ante una película rodada en días anteriores a la invención del cine. Como un cortometraje feminista filmado en siglos perdidos.

Por si fuera poco, Sin Dios ni Santa María ofrece, aún, otra vuelta de tuerca. Las voces escuchadas en el corto son de los años 60 pero, al parecer, todas las imágenes son actuales. Lo que quiere decir que Girón y Delgado han desplegado un trabajo de manipulación virtuoso, rodando con material caducado de 16 mm para hacerlo pasar por viejas películas de hace 50 años, y a la abuela de Samuel Delgado por una abuela de aquel tiempo. De acuerdo, el espectador no tiene por qué saber todo lo anterior mientras ve el corto, pero esta elección estética tiene consecuencias que todo el mundo puede apreciar. Consecuencias subyugantes.

Porque el espectador se pregunta: ¿Qué estoy viendo realmente? ¿Imágenes documentales de los años 60? ¿Imágenes fantásticas, propias de un cuento de Lovecraft? ¿Imágenes actuales soberbiamente avejentadas? ¿O todo a la vez?

De este modo, Sin Dios ni Santa María multiplica sus capacidades: por un lado sugiere que las estructuras sociales de los años 60 no sólo proceden de muchos milenios atrás, sino que aún perviven en el campo canario; por otro, ese espacio del campo, sus casas humildes, sus montes brumosos, sus rostros castigados, podría ser cualquier campo del mundo (sensación reforzada por el extraño lenguaje empleado por los campesinos, que al espectador medio se le antoja, por momentos, incomprensible: una lengua improbable en un lugar ilocalizable); y por otro, el tiempo suspendido del corto tiene lugar, a la vez, en los años 60, en un tiempo perdido en el fondo del inconsciente, y en la más absoluta actualidad. Al final, Sin Dios ni Santa María se descubre como un documental alternativamente terreno y divino. Un testimonio socio-político sobre la condición de la mujer, que parece rodado más allá del Espacio y del Tiempo.

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