Siempre hay dos cosas que se pueden decir de los anglosajones y la narrativa: una, que no hay nada más inglés que todo lo inglés; la otra, que WOW con los actores ingleses, ¿pero qué les dan a esta gente de desayunar, Stanislavski Kellogs? El caso es que The mass of men no es ninguna excepción a ninguna de estas dos conclusiones.
Éste es uno de esos cortos que, muy narrativamente, construye una historia ficcional con el único objetivo de envolver la auténtica bomba “mensajística” que lleva dentro. Abre con una secuencia a través de la cámara de seguridad de una oficina con sus mesas y ordenadores reducto del burocratismo atroz de toda la vida con el añadido de nueva empresa de “te voy a joder igual sólo que con frío buen gusto y prohibido fumar”. Un tipo con una bolsa de plástico entra y se sienta frente a la dependienta. Hablan.
En esas entra otro tipo con una gran pistola y se lía a tiros con la dependienta creando un lógico caos. El de la bolsa de plástico sale escopetado y dos enchaquetados se acercan para intentar reducir al de la pistola pero terminan acribillados tras una mesa del fondo. Mientras el de la pistola acribilla el de la bolsa de plástico vuelve sigiloso a la mesa de la ex dependienta y rápidamente registra, abre cajones, hasta que finalmente se va cogiendo unos papeles que hay encima de la mesa. Sale.
El resto del corto vuelve a contar la historia desde el principio y con punto de vista real. El tipo de la bolsa de plástico, gabardina típicamente inglesa, entra sudando como un pollo porque, según explica al guarda de seguridad llega 3 minutos tarde, 3 minutos repito, a su cita en esta oficina de empleo. El hombre espera sentado un par de minutos más y finalmente pasa para ser atendido por la empleada, una de esas señoras frígidas con cara de folio reciclado a las que la cinematografía y el teatro inglés cuidan tan bien.
El hombre, nervioso como está, comete la enorme torpeza de intentar caer bien a la empleada frígida pidiendo disculpas por su retraso. La frígida pasa y le busca en el fichero. Empieza una de esas conversaciones que no hace falta saber inglés para comprender y revivir. Que si dónde está tal papel, que si ya lo entregué, pues yo no tengo constancia, pues verá honestly me ocurrió un percance que… Sí, sí, un percance, siempre hay un percance, que no, que yo siempre cumplo pero ahora estoy en una situación en la que no puedo perder esta ayuda… En fin, todos sabemos: sólo hay una retórica más universal que la de la burocracia y es (menos mal) la del amor.
La frígida se enciende porque claramente este señor y todo lo que representa le pone nerviosa. Vete tú a saber, quizás le recuerda a un padre alcohólico, o a un marido demasiado impotente o sencillamente al lugar que ella podría llegar a ocupar en caso de perder su puesto a este lado de la mesa. El caso es que se va cabreando por segundos y en progresión geométrica y cuando ya no aguanta más le suelta que no, que no le dan la ayuda… porque ha llegado 3 minutos tarde. ¡Ole! El hombrito balbucea como un pez unos segundos, segundos que ella aprovecha para empezar un alarde interpretativo realmente alucinante.
De sus labios de papel de fumar empiezan a salir uno por uno todos los argumentos del poder establecido contra seres como el de la bolsa de plástico o como ella misma o como tú o como yo: usted es un vago, usted y sus excusas, usted que es la escoria, como si en medio de una serie de la tele un día se les escapara un bloque de publicidad hecho con todos los subtextos de todos los bancos, grandes-empresas, multinacionales, emporios y todo el mal que en el mundo es y ha sido.
Este despliegue, corazón del corto y de su razón de ser, desmenuza en pocos minutos con destreza de entomólogo apasionado la siempre perturbadora dialéctica del esclavo haciendo proselitismo de su esclavitud, el “buen sirviente”, el gran traidor a lo suyo y a los suyos en quien hoy más que nunca nos hemos convertido todos.
Los ingleses es que son muy ingleses y estas cosas las hacen increíblemente bien. Lo hacía Dickens, y Jane Austen desde aún más ironía, lo hacía Shakespeare envuelto en poesía pero sin dejar títere con cabeza. Uno no puede ver o leer algo bueno inglés y reírse sin más, porque los anglos son así: ven una situación, apuntan y disparan, se acabó. Como el tipo de la gran pistola. Son adoradores de la hiperrealidad y por tanto de la contundencia (para eso se sacaron un master en ironía, para pegar más duro).
The mass of men debe su título a una cita del anarquista norteamericano Henri David Thoreau que aparece al final del corto: “La mayoría de los hombres vive en una silenciosa desesperación”, cita el corto. Pero la frase de Thoreau sigue: “A lo que se llama resignación es desesperación consolidada”. En este corto todo está bien, pero lo que hace que no sea sólo un corto más (con excelentes interpretaciones) es esa libertad de la narrativa anglosajona según la cual ésta es una de las pocas piezas que yo haya visto en los últimos tiempos que diga tal cual lo que en estos momentos necesita ser dicho.
La argumentación de la frígida no suena extraña a cualquier oído de clase media occidental, y tampoco está ahí para ser señalada como la de una hija de puta cobarde con la que nadie tiene nada que ver. No hay esperpento, ni exageración, ni burla siquiera. Hay una tía soltando el discurso de su jefe 16 plantas más arriba que gana, según estadísticas, 400 veces lo que ella. Una tía soltando el discurso que a ella misma la tiene encadenada como si esa cadena fuera lo único que la sigue ligando a la vida. O sea, lo que vemos y hacemos casi todos los días en cualquier café patrio. Y captar el espíritu de los tiempos aunque no nos gusten esos tiempos ni nuestro papel en ellos… ¿no es esa una de las mayores grandezas del arte?
Puedes ver The Mass of Men en este enlace, íntegro y con opción de subtítulos en castellano
La verdad es que todo el análisis esta muy bien.
Pero si no estoy muy confundido el director es francés y el guión es de un frances y un nigeriano.
Lo digo por lo de la narrativa inglesa y tal.