Probablemente habrá sido la suma de las virtudes habituales de Juanjo Giménez Peña, ya expuestas en el artículo sobre su larga trayectoria, la que habrá encandilado al Jurado de Cannes. Para resumir: juegos con la narración tradicional, seguridad y buen gusto en la realización, sentido del tono, imágenes de un musical sin música.
En Timecode (2016) una joven, que trabaja como guardia de seguridad de un parking, descubre que el guardia que se encarga del otro turno posee una curiosa particularidad: baila, o más concretamente, deja que su cuerpo se exprese libremente, sin necesidad de música exterior (al menos nosotros no la oímos). Y desde ese momento, la joven se dedica a dejarle mensajes privados a través de las cámaras. Porque mira por dónde, ella también es particular.
Curioso planteamiento que, una vez más, no se aprecia tanto por su relato como por su manera de contarlo. El barcelonés juega a placer con las posibilidades narrativas que le ofrecen las cámaras de seguridad y los códigos de tiempo que permiten localizar grabaciones, digamos, ensoñadoras. De nuevo asoma esa poética matemática del musical, en esta ocasión a través de una confrontación coreográfica y claramente simbólica: por un lado, la asepsia de una actividad diaria que representa como ninguna otra el autocontrol que la sociedad actual impone al individuo; por otra, el desafío que supone la explosión de libertad que se abre camino en los sótanos del parking.
Más de uno se estará imaginando algo parecido a la escena del garaje de West Side Story. Nada más lejos de la realidad. Giménez Peña rehúye el espectáculo y se centra en la esencia de las cosas, contando su historia con miradas, mitad precisas mitad furtivas, y escasos diálogos (aunque el que cierra el corto es estupendo).
Por último, estoy convencido de que muchos directores hubieran naufragado estrepitosamente con un planteamiento tan propenso a la blandura y el mal sentimentalismo, pero a Giménez Peña nunca se le escapa de las manos. Su sentido de la medida continúa en forma, sólo que aquí es una medida al servicio de las emociones ocultas, y finalmente liberadas.
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