Una de las cualidades del cine, y por extensión del arte en general, es la capacidad de materializar y corporeizar sensaciones, sentimientos o ideas que laten en nuestro interior. ¿Pero qué ocurre cuando en ese interior no hay nada? ¿Cuando la angustia ha devorado toda la esperanza? ¿Cuando mirar hacia dentro de uno mismo es asomarse a un pozo negro? ¿Cuando el organismo se defiende y se aísla para anestesiarse y dejar de sentir dolor, para dejar de sentir? ¿Cuando vivir es sólo una huida hacia adelante sin solución de continuidad? Desde su expreso título, el nuevo corto de Sergio Martínez quiere enfrentarse al reto de plasmar en imágenes esas oscuras lagunas del alma.
Lo de plasmar en imágenes es en este caso una expresión muy apropiada, porque dentro de ese vacío existencial que sufre la protagonista del cortometraje el primer gran hueco que se percibe es el de la historia. Sencillamente, en Vacío no hay historia, no hay trama, no hay desarrollo argumental. Pero esto no quiere decir que no pase nada, claro. Pasan muchas cosas, aunque no se cuentan de una forma explícita. Y es que aunque el director del ya llamativo Corazón (2016) -de nuevo con la estupenda Susana Abaitua liderando el elenco- consigue universalizar el retrato de su protagonista para consumar el retrato de toda una generación (o al menos de buena parte de ella), que se ve impelida por una inercia caníbal y suicida a una contradicción: por un lado a ir siempre más allá en la búsqueda de emociones y experiencias nuevas, más excitantes, más peligrosas, más intensas, que le haga sentir viva; mientras que por otro lado esa huida hacia adelante sirve para escapar de la profunda desazón, de la frustración, del abatimiento.
En este sentido, el Vacío del título puede hacer referencia a muchas cosas: a esas carencias interiores, a la falta de expectativas o ilusiones, a la superficialidad de las relaciones personales, al hueco imposible de llenar por mucho alcohol, drogas, sexo o peligro que se consuma, a la desubicación de una generación a caballo entre la adolescencia y la madurez, a la falta de credibilidad de un proyecto social, moral, político, afectivo o personal… Pero también el Vacío puede ser ese espacio amortiguador: la soledad, el olvido, el abandono, el regreso a la placenta uterina donde el dolor, el terror, la angustia y el vértigo desaparecen.
Si uno se asoma a Vacío verá que, a pesar del premeditado despojamiento argumental ejecutado por Sergio Martínez, todos estas matices están presentes. Se han materializado en el enfadado hieratismo de Susana Abaitua. Afloran en la tensión de su rostro, de sus hombros. En sus movimientos nerviosos y secos. En sus silencios y sus aceradas miradas. En ese deambular noctámbulo y casi sonámbulo por un limbo de carreteras, discotecas, baños y calles que desembocan en un nuevo y triste amanecer.
No voy a decir aquí que Sergio Martínez ha descubierto la pólvora. Es evidente que son varios los cineastas (y otros artistas) que han asomado sus cámaras a estos abismos del alma (Fernando Franco con La herida, sin ir más lejos), pero Vacío es un trabajo preciso y conciso, entre crepuscular, psicodélico y onírico (algo patente en su fotografía), realizado con talento y gusto, firmemente interpretado y repleto de emociones. Sorprende por tanto que aún no haya terminado despegar. Su paso por Medina del Campo fue injustamente discreto, al igual que en la Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid. Ahora ha sido seleccionado para participar en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Moscú. Tal vez este sea el punto de inflexión que necesita y logre que a partir de ahora sus méritos se valoren más.
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