El aluvión de proyecciones y actividades de la Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid es tan intenso y estimulante que, a estas alturas, resulta todo un privilegio contar en él con un espacio de programación estable, continuado, dotado de una identidad propia labrada a lo largo de los años.
El caso es que Cortosfera Latina, la sesión habitual dedicada al corto latinoamericano que coordina Cortosfera, parece haberlo conseguido: ya son cinco años poniendo en pie esta sesión, que cuenta con un público numeroso y fiel que acude el domingo, último día de la Semana, al Cinestudio del Círculo de Bellas Artes, con la intención de ver algunos de los logros más notables del cortometraje latinoamericano de la temporada. Como siempre, la entrada es gratuita hasta completar aforo.
En esta ocasión, Cortosfera Latina dedica su contenido a la problemática de los derechos humanos, o más exactamente a la vulneración de los mismos, desde las más diversas ópticas: la infancia, las instituciones de acogida a adolescentes con familias desestructuradas, la identidad sexual, los derechos de los animales o la represión brutal de la expresión popular. Para ello, ha programado cinco cortos ampliamente reconocidos en el cortometraje internacional:
El hombre de cartón de Michael Labarca (Venezuela-Francia) relata, a través de planos bellamente compuestos, la historia de un niño que ve cómo su equilibrio familiar (y probablemente su infancia misma) cae hecho pedazos a raíz de un descubrimiento personal. Lo que confiere su personalidad al corto no es tanto la historia como la manera de contarla, con escasos diálogos, a base de elipsis, sugerencias y un montaje paralelo que hace aún más amarga la celebración del cumpleaños del niño.
Nos faltan de Lucía Gajá y Emilio Ramos (México) es, sin duda, la animación latinoamericana más reconocida del momento. En cuatro intensos minutos despliega una alegoría en torno a la desaparición forzada de 43 estudiantes en Iguala, que tuvo lugar en septiembre de 2014. El trabajo de Gajá y Ramos esquiva el esquematismo gracias al poder de sus imágenes, con conceptos que le confieren gran fuerza poética, y que ilustran un recorrido que va desde el simple horror hasta la esperanza de que todo esto haya servido para algo.
El cielo de los animales de Juan Renau (Argentina) describe la humillación y la cosificación de los animales a partir de una exposición de belleza canina. Para exponer su punto de vista, el director no necesita cargar las tintas en el retrato de sus dueños, ni recurrir a efectismos de ningún tipo. Le basta con mostrar lo que ve, y observar su alrededor con inteligencia: las imágenes de los esquilados, peinados, coloreados de los perros concursantes resultan, por momentos, dolorosas, y definen tanto a los animales como a sus dueños.
Damiana de Andrés Ramírez Pulido (Colombia-Brasil) es una ficción estremecedoramente real sobre una chica recluida en un campamento de acogida de adolescentes. No hay concesión alguna a la esperanza: la realidad es la que es, y el director de El Edén la expone con absoluta crudeza (con momentos tan espeluznantes como la llamada al orden de la monitora: difícilmente un discurso sobre el respeto a uno mismo puede pronunciarse de manera más cruel), hasta el punto de que el propio paisaje natural que rodea al campamento parece impregnado de hostilidad.
Y Chike de Lucía Ravanelli (Argentina), probablemente el corto que hace gala de mayor delicadeza en toda la sesión. En él una estudiante quinceañera, enamorada de una compañera de clase, experimenta el sentimiento de saberse, en realidad, un hombre con cuerpo de mujer. El corto sabe atrapar las miradas furtivas de las dos mujeres en diversos escenarios (la clase, el gimnasio, las fiestas), la presión subterránea pero implacable de un entorno poco amigo de la diferencia y, sobre todo, los momentos de intimidad, retratados con deliciosa naturalidad.
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