DocumentaMadrid comienza a salir en este 2017 del túnel en que se ha visto sumido en los últimos años, desde que fuera destituido como director Antonio Delgado hasta la llegada al frente del mismo del tándem formado por Andrea Guzmán y David Varela. En este periodo, no exento de dificultades y también de buenas películas, el certamen había perdido un poco de fuelle, no llegando a alcanzar el prestigio internacional al que aspiraba, pese a haber sacrificado para ello el ser uno de los lugares de referencia para el documental español, muy especialmente en el caso del cortometraje, cuya presencia había quedado reducida a la mínima expresión. El actual equipo se enfrentaba por tanto a numerosos retos, entre ellos el de volver a acoger y representar la producción nacional en el campo de la no ficción para volver a ser ese punto de encuentro del documental español que sí gozó en sus primeros años, y que se había ido trasladando a otros festivales (Málaga, Alcances, Punto de Vista).
Una primera edición es poco para ser taxativos y es necesario dar más tiempo al actual equipo a que expongan y desarrollen su modelo, aunque sí se pueden celebrar ya algunas buenas decisiones, como la de recuperar la competición de cortometrajes nacionales, la inclusión de obras superiores a los 30 minutos, dando espacio al mediometraje, o la de eliminar la exigencia del estreno nacional para estas obras. Aún así, el actual DocumentaMadrid necesita madurar un poco y fijar su identidad, ya que, por el momento, y en lo que respecta al corto documental español, encontramos unos tics generales similares a los comentados con respecto a la Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid: el envejecimiento de la generación de cineastas representados en la competición oficial (casi una única generación, por cierto) , el exceso de nombres habituales/inevitables, la falta de frescura y sorpresa en las obras de los realizadores más jóvenes... Sin embargo, no hay que demonizar tampoco esta selección, que pretende imprimir un nuevo giro en el devenir del festival, y que en términos generales sí que logra dar cuenta del estado del corto de no ficción en España; o al menos, de forma coherente, de una manera de entenderlo, atendiendo a distintas variantes del mismo: el retrato, la hibridación, el diario, la crónica, el reportaje...
25 cines/seg, de Luis Macías, es posiblemente la pieza más curiosa de toda la selección. Tal vez por ello, y a pesar de sus irregularidades, se alzase con el Premio al Mejor Corto en esta categoría. Macías es un cineasta más vinculado a un cine más experimental y menos narrativo, defensor a ultranza de los soportes fotoquímicos y de toda su mística. 25 cines/seg representa una línea de trabajo paralela en su trayectoria, aunque quedan aquí suficientes elementos para vincular la una a la otra. Desconocemos cuál sería el resultado de la idea primigenia de este proyecto, cuando era un largo sobre la desaparición de las salas de cine de toda la vida de ciudades y pueblos, ya que lo que aquí se presenta es una evolución de este planteamiento original, motivado por los propios azares y reveses del proceso de producción de aquella película.
Macías mantiene ese elemento arqueológico y testimonial que documenta la ruina y la demolición de viejos cines, pero toda cobra otra dimensión cuando sobre esas imágenes la voz del propio director va leyendo las cláusulas del contrato de dirección que le envía la productora de su película. Al principio, el espectador se siente desconcertado, sin ver un nexo de unión, hasta que poco a poco comienzan a florecer condiciones que cercenan la libertad artística del director/guionista, limitando el control sobre su proyecto. Entonces uno empieza a repensar lo que ve y oye y comienza a erigirse sobre esos escombros la metáfora que Macías persigue: una reflexión sobre la destrucción del cine (como arte) y su mercantilización. Un aspecto negativo del film puede ser que el espectador tarda un poco en llegar a descifrar lo que el director trata de contar en el film, y ese desconcierto entre la nostálgica poética de la ruina y la prosaica sequedad del documento legal se prolonga demasiado tiempo sin que se comprenda la dirección.
Como decía, no sabemos cómo sería la película originalmente planteada, aunque tal vez se puedan encontrar rastros de ella en 25 cines/seg, pero los infortunios sufridos por Macías le han servido para amplificar el resultado final de la obra actual y rematar una película vocacionalmente maldita donde su componente poético-crítico resuena con estruendo.
La Mención Especial para The fourth kingdom, del tándem formado para la ocasión por Adán Aliaga (La casa de mi abuela, La mujer del Eternauta) y Àlex Lora (Godka cirka, (En)terrados) es también bien entendible, por cuanto este es el trabajo más redondo del conjunto, aunque también el más canónico en cierto sentido. Los cineastas filman y entrevistan a un grupo de personas que viven/trabajan/acuden/pululan en torno a una empresa de reciclaje de plástico y botellas en una ciudad estadounidense, casi todos ellos emigrantes o negros, y algunos de ellos con trastornos mentales evidentes.
La conversación inicial gira en torno a su creencia y experiencia con los alienígenas, aunque luego derivará a otros aspectos de su historia, su personalidad o sus opiniones. De fondo, también se habla a través de audios vintage de archivo de la era del plástico y de los beneficios y cambios que este producto traerá para la humanidad. Sin esforzarse mucho, el espectador pronto comprende que la intención de los cineastas es trascender el reportaje periodístico sobre este peculiar escenario y sus personajes, para superponer en él una representación de la política estadounidense actual, con sus muros, su miedo al extranjero (alienígena), el fraude del American way of life, la gran mentira del paraíso de las oportunidades... Toda esa mitología de la grandeza de Estados Unidos que defiende Donald Trump se da de bruces aquí con los alienígenas/alienados personajes que residen/subsisten en The fourth kingdom, microcosmos que evidencia las consecuencias de los excesos de la sociedad capitalista.
Las dos piezas comentadas tienen en común el evitar circunscribirse a un único subgénero, articulando su dispositivo a través de distintas capas narrativas. Así, en 25 cines/seg conviven el documental observacional, el diario filmado, la crónica y la mirada poética, del mismo modo que en el segundo caso se equilibran el reportaje sociopolítico, el cine de denuncia y el retrato. En los restantes casos, los filmes se adhieren con más firmeza a los esquemas sobre los que se levantan. Dividiremos estos diez trabajos en tres grupos: Retratos, Diarios y Experimentos.
Retratos
En Tigger, Ibán del Campo factura una segunda entrega de la serie sobre el burlesque iniciada con el estupendo Dirty Martini (2010). Aunque el personaje protagonista no deja de tener su atractivo, y a buen seguro que es uno de los más destacados dentro de la escena undergound neoyorquina, lo cierto es que en esta ocasión del Campo no logra explotar todo su magnetismo. Tigger (el personaje) puede ser tan transgresor, divertido y subversivo como Dirty Martini, pero como corto es muchísimo más simple y menos elaborado, y carece de la radicalidad formal que tenía el primero. Estamos ante un retrato sincero, pero demasiado sencillo, con su carga contracultural, pero falto de una mayor contundencia. Algo similar sucede a Kafeneio, interesante debut de Nuria Giménez Lorang, donde las buenas ideas (la filmación del microcosmos masculino conformado alrededor de un café en Atenas que invita también a repensar la relación entre el filmado, el filmador y lo filmado) merecerían un poco más de trabajo y el conjunto un poquito más de ritmo para sortear la tremenda dificultad de filmar el tedio, la repetición y los tiempos muertos sin caer atrapado en ellos. Con sus carencias, Kafeneio es un buen comienzo que descubre a una directora valiente y con una peculiar sensibilidad.
Cucli (Xavier Marrades) y Cabeza de orquídea (Violeta Blasco, Germán López, Carlotta Napolitano, Angélica Sánchez y Claudia Zegarra), con un mayor recorrido a sus espaldas que sus predecesores, resultan ser cortometrajes mucho más logrados en su vocación retratista, especialmente en el caso del primero. Aunque hay que reconocer el encanto de Cabeza de orquídea, un mérito que comparten por igual su quinteto de jóvenes directores (es muy raro que un ejercicio colectivo de este tipo, nacido de una práctica de graduación, se materialice con tanta entereza) y la protagonista a la que retratan, una adolescente que comenta a cámara sus primeras experiencias sexuales y sus creencias religiosas.
Diarios
Llama la atención la proliferación del diario documental dentro del corto español más reciente, y más aún que en su mayor parte (y en general los mejores) hayan sido realizados por mujeres. DocumentaMadrid recogió dos muestras de este subgénero, también dirigidos por mujeres, aunque de resultados un tanto desiguales, aunque en ambos casos relatos desgarrados y directos.
Clara Martínez Malagelada consigue levantar su Días de festa, ganándose al espectador a medida que avanza su historia. Valiente a la hora de exponerse delante de la cámara, la cineasta comienza contándonos que actúa como estatua viviente de Mary Poppins por el verano en Sitges, el pueblo donde veraneaba su familia, como introducción a algunos de sus recuerdos de la infancia. Si bien Dies de festa comienza un poco a trompicones, con una voz en off demasiado casera y una planificación poco agraciada, su directora consigue a partir de un momento dado atrapar al espectador cuando todo comienza a girar en torno a su intento por recuperar una infancia perdida, cerrar algunas heridas traumáticas en su personalidad y asumir la destrucción de su familia.
Por su parte, Nu vorbesc româneşte (No hablo rumano), de Rocío Montaño, está mejor construido y acierta más que el anterior a la hora de narrar la frustración de la cineasta ante la imposibilidad de contar la historia que en un principio deseaba (de una u otra manera este ha sido uno de los temas reincidentes en esta edición). Montaño se embarca en un viaje al corazón de Rumanía para buscar los orígenes gitanos de un chico al que acaba de conocer, pero pronto va perdiendo el control de la historia y de la filmación. La película se transforma así en una lucha de personalidades a la hora de ocupar el liderazgo de la película tanto delante como detrás de la cámara, ya que la directora no encuentra otra manera que la de conquistar el plano a su protagonista para recuperar su papel de directora y de superar el proceso de aislamiento que progresivamente va viviendo. A pesar de que, como Kafeneio, es presa a veces de sus rutinas y su duración se estira un poco, Nu vorbesc româneşte (No hablo rumano) es otro gran debut que anima a seguir la pista de su directora.
Experimentos
No ha faltado tampoco en esta competición su dosis de documentales de creación, donde sus responsables buscasen expandir las fronteras del género, un terreno donde el documental español ha brillado en los últimos años. Pero es precisamente en este grupo donde podría haberse exigido más al festival ser un poco más audaz y no pisar tanto sobre terreno firme, y el resultado es un pequeña colección de obras estimables, pero un poco insatisfactorias.
El becerro pintado, de David Pantaleón, es la más llamativa del cuarteto y se encuadra perfectamente en la estela de los anteriores trabajos de su director (La pasión de Judas, por ejemplo). Aparecen las inconfundibles referencias religiosas y locales del cine de Pantaleón, mostradas con tanta potencia visual como enrevesado sentido del humor, contenedoras de verdaderas cargas de profundidad políticas. Sin embargo, y pese a momentos e imágenes de belleza incuestionable, que golpean directos a la retina, hay algo que no termina de cuajar (tal vez una estructura poco firme?) en esta personalísima adaptación de la parábola bíblica, sin que la inconfundible impronta artística de su autor y su particular universo dejen de resultar fascinantes y divertidos.
Andrekale, de Maria Ibarretxe y Alaitz Arenzan, más conocidas como Sra Polaroiska, plantean un film de sana militancia feminista, a medio camino entre la performance y el cine. En él reivindican tres modelos de mujer, tres caracteres que han influido en las mujeres de Irún, verdaderas protagonistas de este film (y artífice de un tremendo plano final, grúa incluida), que terminan conquistando la calle para comer, beber, bailar y cantar, reclamando para ellas un espacio y un imaginario que parece exclusivo de la masculinidad. Con sus irregularidades, algunos momentos un poco camp, cierto amateurismo cinematográfico y a veces demasiado deudor de su parte performática, Adrekale es la demostración de un cine feminista vivo, divertido y comprometido al mismo tiempo.
El caso de Sub terrae, de Nayra Sanz (Things in common), tiene como lastre su extrema sencillez. La idea de base es interesante y sugerente, e incluso el trabajar con pocos elementos (un cementerio, las palomas que hay en él y un vertedero cercano donde cientos de personas rastrean en la basura) y su limitada duración son un aliciente a su favor, pero todo esto no consigue hacer superar su naturaleza de apunte; aunque sus aciertos justifiquen en todo momento su visionado. Tampoco acaba de quedar del todo logrado El mundanal ruido, de David Muñoz López (Otra noche en la tierra, A propósito de Ndugu), poseedor también de interesantes ideas (sobre todo lo referente a la multiplicidad de puntos de vista que se superponen en la narración como capas que invitan a reflexionar una y otra vez sobre las anteriores y sobre el conjunto total), pero su ambicioso retoricismo termina jugando un poco en contra de una pieza en todo caso muy curiosa y original.
A tenor de esta selección, DocumentaMadrid pisa terreno seguro y no arriesga del todo lo que, a nuestro juicio, debe arriesgar un festival de no-ficción. En una selección tan pequeña como esta abundan los cineastas veteranos y habituales (Adán Aliaga, Àlex Lora, Iván del Campo, Luis Macías, Xavier Marrades, David Muñoz, David Pantaleón, Nayra Sanz). No es que sus obras no merezcan estar aquí (aunque no todas están a la altura de sus trayectorias), pero es notable la predominancia de una franja generacional (muy cercana a la del equipo de programación, por otro lado) que limita la representatividad de la selección. Tampoco es que, en general, los trabajos de los cineastas más jóvenes (mayores no hay) aporten muchos revulsivos, es cierto. O tal vez ocurre que tras un momento de éxito, el documental español esté sufriendo el mismo anquilosamiento que se aprecia en la ficción. Pero creo que estas cuestiones deben plantearse y examinarse en otro momento y terreno, y en todo caso, el que aquí nos ocupa, sí se puede confirmar un estimulante cambio de actitud en esta nueva etapa de DocumentaMadrid que obliga a depositar un voto de confianza en sus futuras ediciones.
Todos los comentarios (1)
Admito que “no hablo rumano” es algo demasiado grande y poderoso como para reducirlo a un puñado de palabras tecleadas con la urgencia de un web de actualidad, pero si de verdad pensáis homenajear a “El Mundo Today” avisad, poner un enlace o algo.
Todo lo demás, fantástico.