En 2017 Andrea Guzmán y David Varela asumieron la dirección de DocumentaMadrid. Por circunstancias de todo tipo tuvieron que montar el Festival en escasos meses, y esa premura de tiempo se notó en el resultado. Este año han podido organizar el certamen de manera más pausada, más reflexiva, y también se ha notado: la oferta de actividades ha sido de lo más estimulante, con presencia de personalidades como Agnès Varda, Alain Bergala o Ross McElwee; la línea de programación ya está claramente definida, mucho más próxima a la era Delgado que al período Mozo/Olaciregui; y, por lo que a nosotros respecta: los cortometrajes han sido interesantes, a veces mucho. Incluidos, por supuesto, los nacionales.
En anteriores reseñas hemos llamado la atención sobre el anquilosamiento que parecía atravesar el corto documental español. Un documental que, a fuerza de invocar la ruptura de los códigos estaba cayendo, paradójicamente, en fórmulas cada vez más codificadas (el observacionalismo empezaba a ser insufrible) y en un cierto agotamiento expresivo. Esa molesta sensación se ha borrado de raíz en esta edición: por fin propuestas nuevas, frescas e inspiradas, piezas que van más allá de lo esperado, que buscan nuevos caminos. Y eso sí, vuelve a repetirse la tendencia más acusada de los últimos años: en este momento, el corto documental es mujer.

Wan Xia: la última luz del atardecer, de Silvia Rey
Preferiría no tener que hablar de cuestiones de género, pero no hay más remedio: la superioridad de las mujeres ha sido manifiesta. Podría pensar que el certamen ha favorecido expresamente la selección de piezas realizadas por mujeres. Si fuera así, lo cierto es que estas ofrecían material de sobra para conformar una selección más que convincente. Pero no tengo ninguna razón para pensar que haya sido así, más bien lo contrario: la mayoría de los mejores cortos documentales de la última temporada han sido, sin más, dirigidos por mujeres. También podría pensar que los hombres están tan concienciados que han cedido su espacio generosamente para que las mujeres se expresen con libertad, pero me temo que no vivimos en el mejor de los mundos y que estas han tenido que abrirse paso a codazos dialécticos. Por tanto, solo me cabe concluir que los hombres, tal vez, deberían ir menos al fútbol.
Mujeres de todas las generaciones
Si en el 2017 llamábamos la atención sobre el alarmante predominio de nombres consagrados frente a nuevos realizadores (no solo en la programación de los festivales de documental, sino en los festivales en general), hay que celebrar que este año el equilibrio entre unos y otros (más bien unas y otras) ha sido notable.
Sin ir más lejos, uno de los mejores trabajos de la competición era obra de cinco novísimas, alumnas del Máster de Documental Creativo de la Universitat Autònoma de Barcelona: Galatée a l’infini. Galatée obtuvo una Mención Especial del Jurado que sabe a poco, y es tan bueno que los nombres completos de las cinco directoras merecen ser transcritos: Julia Maura (nacida en Francia), Mariangela Pluchino (Venezuela), Ambra Reijnen (Holanda), Maria Chatzi (Grecia) y Fátima Flores (Perú).
Galatée a l’infini es un corto beligerantemente feminista que parte del mito de Pigmalión y Galatea para exponer temas beligerantemente feministas: el ideal de belleza femenina construido por el hombre a su medida y conveniencia; el terror atávico del hombre a la ‘vagina dentata’ y a la sangre menstrual; la mujer como máquina ideada por el hombre para la producción/reproducción… El caso es que sus argumentos están expuestos con deliciosa imaginación, una inventiva visual rabiosa y desbordante, un trabajo de archivo absolutamente admirable, y más de una secuencia extraordinaria (ahora mismo recuerdo la de los vagones del metro, pero hay unas cuantas más). A veces fascinante, a veces divertido, a veces terrorífico, Galatée a l’infini, título ideal para proyectar en el descanso de una final de la Champions, merece mucho más que este comentario de urgencia, y habrá que volver sobre él con mayor detenimiento.
La Coordinadora de Proyectos del Máster citado de la UAB es la veterana y ampliamente reconocida Virginia García del Pino, que además de tener buenas razones para sentirse orgullosa de sus alumnas, presentaba a competición su último trabajo, Improvisaciones de una ardilla. Me remito al comentario publicado por Jorge Rivero a raíz del Primer Premio Documental que obtuvo el cortometraje en el último Festival de Málaga, y simplemente añado una consideración personal: Improvisaciones no me parece tanto un trabajo excelente como el montaje sin afinar de un trabajo excelente. Algunas secuencias se antojan demasiado largas, algunos comentarios repetitivos, y las reflexiones brillantes se alternan con ciertas obviedades. Si García del Pino hubiera trabajado un poco más su montaje, estaríamos hablando de un corto soberbio. Hoy por hoy, Improvisaciones se queda en un corto bien planteado y grabado, con momentos imprescindibles (hay planos destinados a convertirse en verdaderos iconos) pero, quizás, concluido antes de tiempo.
En una generación intermedia entre las cinco Galateas y García del Pino figurarían realizadoras como Silvia Rey o Nayra Sanz. Wan Xia: la última luz del atardecer de Silvia Rey obtuvo el Premio al Mejor Cortometraje, y aunque este cronista pueda preferir algún que otro título, se trataba sin duda de uno de los mejores trabajos y su Primer Premio es totalmente razonable. De Wan Xia ya hablamos en nuestra reseña de Madrid en Corto, y su directora Silvia Rey Canudo lo comentó abiertamente en una Firma Invitada. Aquí solo querríamos incidir en cómo su aspecto aparentemente clásico, de documental de buenas maneras, no es más que una fachada que acaba revelando una pieza disfrutona, caótica, que juguetea a placer con el sinsentido y con las fronteras entre realidad cotidiana y ultraterrena, y extrañamente hermosa a pesar de su renuncia a todo esteticismo, o precisamente por eso.
Por su parte, Nayra Sanz regresa con En estas tierras al documental metafórico iniciado con su galardonado Sub Terrae, y a mi modo de ver lo supera. En estas tierras se apoya totalmente en un discurso sobre la alienación colonizadora (los árabes, que en la Alta Edad Media introdujeron nuevos cultivos en Al Andalus, hoy trabajan semiesclavizados para los españoles, forzados a ocuparse de esos mismos cultivos y sin derecho a disfrutarlos). Ahora bien, el discurso en ningún caso impide que las imágenes respiren por sí mismas: los limones, las hojas de los árboles, los magrebíes trabajando en las plantaciones, todas estas imágenes tienen vida propia, y hacen de En estas tierras una pieza de difícil sencillez, tan bien pensada como sentida.

En estas tierras, de Nayra Sanz
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