Si en la Competición de Cortometraje Nacional de Documenta el reinado de las mujeres ha sido público y notorio, tanto en la selección como en el Palmarés, en la Competición Fugas (dedicada a las piezas a priori más arriesgadas o fronterizas) la participación de mujeres y hombres era, sin duda, más equilibrada, así como los logros de unas y otros. Por eso tal vez los premios del Jurado resultaron un poco exagerados, ya que otorgaron ¡otra vez! sus premios a cortos dirigidos por mujeres. Pero si en la Nacional el Palmarés femenino era poco menos que indiscutible, en Fugas la cosa no estaba tan clara.
Discurso, y buen cine
Nada que objetar al Premio al Mejor Cortometraje: Zakhm de Maryam Tafakory (Irán, Reino Unido). Zakhm, que significa ‘herida ausente’, establece una oposición entre un grupo de hombres y una mujer iraníes. Todo sucede un mismo espacio, pero la sala de los hombres está vedada a la mujer. Los hombres bailan ritualmente alrededor de un círculo, girando alrededor de él en una especie de invocación guerrera. La mujer se oculta en los baños, lavándose y purificándose, escondiendo su rostro de las cámaras.

Zakhm, de Maryam Tafakory
Zakhm consigue ir mucho más allá de su discurso abiertamente feminista a partir de una elaboración puramente cinematográfica: el empleo de los textos que ilustran el pensamiento de la mujer, superpuestos sobre el húmedo alicatado de los baños, o sobre objetos rituales de la sala prohibida; el inteligente montaje, que alterna dos maneras de entender el mundo, dos ritmos, dos energías; la imaginación visual (ese hermoso plano de la mujer escondida tras la puerta del baño, cuyos pies asoman por debajo, dice mucho más del sometimiento de la mujer que cualquier manifiesto); la capacidad para convertir prácticas de una determinada cultura en símbolos universales (el agua del baño como símbolo de fertilidad, la sangre menstrual como icono de resistencia femenina…). Son, casi casi, las mismas cualidades con las que contaba Galatée a l’infini, Mención Especial en la Competición Nacional y, precisamente, el otro corto abiertamente feminista que pudo verse en Documenta. Si en un futuro próximo a alguien se le ocurre escribir un libro sobre cine feminista, creo que Galatée y Zakhm deberían aparecer de forma obligada.
Discurso, pero poco cine
Algo que objetar a la Mención Especial del Jurado, Sehrlangan de Saodat Ismailova (Uzbekistán, Noruega). Al igual que Zakhm, aquí la directora también pretende establecer un juego simbólico: narra la historia del Tigre de Turan, animal ya extinguido que llega a ser una representación de la identidad perdida de Uzbekistán. Desaparecido el Tigre, desaparece la esencia de la cultura de un pueblo. A partir de esta sencilla idea Ismailova elabora un ‘collage’ sobre las consecuencias de la colonización, y procura dotar al Tigre de una atmósfera fantasmagórica grabando a un tigre real en el fondo de una cueva, con prímerísimos primeros planos de sus ojos, su boca, su piel respirando.
Todo lo anterior es válido y compartible, pero no tanto el resultado final: Sehrlangan desemboca en un puzzle algo monótono en el que la idea motriz se repite una y otra vez, los primerísimos planos del Tigre aparecen una y otra vez, el lamento por la desaparición del Uzbekistán mítico se prolonga a lo largo de 23 minutos que llegan a pesar. Al parecer, Ismailova ha sido la primera mujer que ha conseguido realizar un largometraje en Uzbekistán. Nadie discute su mérito, pero ese hecho no valida a este corto de por sí, y hace pensar que la Mención del Jurado se ha debido más a razones políticas que a las puramente cinematográficas.
Un par de joyas escondidas
Porque, desde luego, había cortos mejores en Fugas, y muy bien podían haber conquistado el Primer Premio. Es el caso de Silica de Pia Borg (Australia, Reino Unido), estupendo documental de ciencia-ficción-realidad que ya mereció una crítica aparte en nuestra revista. Y, por supuesto, es el caso de Woods & Waters de Antoine Parouty (Francia), que si no fuera por ciertos pequeños detalles podía haber sido una obra maestra.
Woods & Waters retrata un recorrido nocturno en barca por un río tranquilo, en una zona boscosa. Eso es todo, y es mucho. Si alguien desea saber qué es la contemplación, probablemente este corto le ayude a entenderla. El director consigue atrapar, literalmente, la magia del lugar retratado. Impone un ritmo lentísimo, el mismo que lleva la barca mecida por el agua, en el que la cámara va descubriendo un paisaje de fuerza subyugante, muy levemente iluminado con lámparas tenues instaladas en la barca (mucho menos de lo que se ve en la foto). Las sombras aquietan, las texturas se palpan, el leve sonido del agua incita a la calma interior. No se trata de una clase de ‘new age’: Parouty pretende mostrar que ese lugar reconcilia a una persona con la vida, y lo logra.

Woods & Waters, de Antoine Parouty
Solo una cosa enturbia la magia de Woods & Waters: después de haber conseguido encantar al espectador con una cámara en continuo movimiento, lentísimo pero movimiento, Parouty da paso a algunos planos fijos que rompen, relativamente, el encanto, pues llegados a ese punto el movimiento ya se había convertido en parte integrante de la energía vital del lugar (aún así hay planos fijos hipnóticos, como aquellos en los que se adivinan pequeños animales entre los arbustos, o sobre las ramas). Es el único borrón de esta pieza deliciosa que, además, se permite escarceos con el cine abstracto: el plano detalle del reflejo de la luna sobre el agua, deshaciéndose y rehaciéndose según se mueven las ondas, fue, sin lugar a dudas, la imagen más bella que pude ver en el festival.
Pero como esto es una crónica general, no hay más remedio que acabar de una manera más prosaica y menos apasionada. Así, entre el resto de la competición es obligado destacar el irregular pero enormemente interesante With history in a room filled with people with funny names 4 de Korakrit Arunanondchai (Estados Unidos, Tailandia, Sudáfrica, Reino Unido; como ha podido verse a lo largo de este artículo, el documental es cosa de co-producciones). El corto, tan incontinente como su título, se articula como una carta dirigida al dron-espíritu Chantri, en la que reflexiona sobre el papel de las imágenes y la memoria en Oriente y Occidente: es imposible que algo tan barroco resulte homogéneo, y With history desemboca en una vorágine de imágenes y pensamientos que unas veces fascinan y otras agotan. El conjunto, insisto, no deja indiferente, aunque al final queda la sensación de que cualquier espectador debería leer unos cuantos libros, viajar a unos cuantos países y experimentar unas cuantas cibernéticas experiencias para poder disfrutarlo plenamente.

With history in a room filled with people with funny names 4, de Korakrit Arunanondchai
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