Nuevamente puede hablarse del DocumentaMadrid de Guzmán-Varela en términos de consolidación a todos los niveles: programación, difusión y proyección (da gusto ver las salas llenas de público), organización (un recuerdo aquí para el excelente trato dispensado por el equipo de prensa y comunicación)… Etapa a todas luces más sólida, interesante y elaborada que la de la época Olaciregui-Mozo. Si acaso podría argüirse que la línea de programación es similar a la marcada en la mayoría de certámenes afines, sean o no propiamente de documental, lo cual resta personalidad propia a su propuesta. Pero esa uniformidad de criterio 1) no afecta a la calidad intrínseca de la selección; y 2) no es responsabilidad específica de DocumentaMadrid, sino de la red de certámenes y entidades en las que se integra, y por tanto la cuestión será abordada en una entrada aparte que publicaremos en breve.
Perspectiva de género
En lo que respecta a la Competición Nacional de Cortometraje, por segundo año consecutivo la perspectiva de género ha cobrado un protagonismo indudable. Una vez más pensamos que, si esta política no afecta a los criterios fundamentales de mérito y capacidad, no hay nada que objetar (a lo sumo podría sugerirse que dicha perspectiva sea comentada en las bases, ya que parece ser un criterio determinante). Y lo cierto es que el nivel global sigue manteniéndose en alto sin mayores problemas. Tampoco hay nada objetable en la selección de piezas, ya que personalmente solo recuerdo un título mayor que haya echado de menos: Los seis grados de libertad de Sergio H. Martín.
A nivel personal, opino que los mejores trabajos de esta edición venían firmados por mujeres, y me apresuro a señalarlos: Ancora Lucciole, Selfie y Las casas que nos quedan. Pero si en el 2018 la diferencia cualitativa entre obras de mujeres y hombres había sido palmaria a favor de aquellas, ahora esa diferencia sigue existiendo pero, por fortuna, bastante más atenuada, ya que los títulos de procedencia masculina también ofrecían elementos estimulantes. Así, todo desemboca en una competición bien trabada y más variada que el año anterior, y posiblemente más equilibrada que las de Internacional y Fugas, más desiguales.
En cuanto al Palmarés, poco hay que decir de los dos premios principales: Premio del Jurado a Greykey de Enric Ribes y Mención Especial a Ancora Lucciole de Maria Elorza. Los dos han sido ampliamente comentados en Cortosfera, el primero a raíz de su Primer Premio en el Festival de Málaga, y el segundo a partir de una reseña propia y de las menciones a su brillante trayectoria: las luciérnagas de Elorza ya han iluminado Zinebi, Alcine, Aguilar de Campoo, Medina o Málaga.
Podían haber estado en el Palmarés
Por mi parte, hay dos títulos que no obtuvieron galardón pero que merecían todo el reconocimiento. El primero es Selfie, la hipnótica propuesta conceptual de Nayra Sanz Fuentes, asidua en anteriores Documenta (Sub terrae, En esas tierras). Como en Sub Terrae, Selfie despliega un recorrido de imágenes cuyo sentido último solo queda completado con la esclarecedora imagen final. En este caso, las imágenes de inicio muestran lo que parece ser un resplandor solar, aunque tampoco está claro si se trata del sol o de un reflejo del mismo. Y de eso va Selfie: de la realidad y su reflejo. De eso y de otras cosas.
En poco menos de 10 minutos (la concisión es una de las mayores virtudes de Sanz), la imagen del resplandor solar se va abriendo, ampliando así gradualmente nuestra información del entorno, hasta descubrir toda una ciudad con rascacielos. Y qué paradoja, cuanto más amplios son los planos más claustrofóbica es la atmósfera, por razones que solo se despejan en el desenlace y porque, además, las imágenes se ven complementadas con continuas frases, amables pero imperativas, de aparatos automáticos tipo «Recoja su tarjeta» o «Mantenga sus posesiones a su alcance», y con un turbio ambiente sonoro en el que destaca el sonido de un helicóptero que inspira la idea de constante vigilancia. Un clima distópico que admite varias lecturas, no solo la más obvia (la descripción de una sociedad reconociblemente robótica), sino también, por ejemplo, una reflexión sobre la mirada: lo que vemos es la ciudad fotografiándose a sí misma, mostrando su rostro deformado… o tal vez es al revés, el rostro deformado es la auténtica ciudad, y la ciudad es el ‘selfie’ forzadamente sonriente. Las posibles lecturas no se agotan aquí pero, en cualquier caso, las sugerentes imágenes de Selfie se niegan a ser poseídas por sus interpretaciones.
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