En los últimos años el cortometraje español ha conseguido librarse, por fin, de ser considerado como un microcosmos de «nuevos valores» o «nuevos realizadores», a raíz de una nueva situación histórica que ha traído consigo sus más y sus menos, pero entre los más figura que los cineastas puedan dedicarse al cine sin distinción de formatos o metrajes, lo cual ha dado lugar a que el corto español se llene de veteranos que en ningún caso se plantean dejar de hacer cortos. Hasta aquí fantástico, y ojalá que no se pierda.
Ahora bien, de un tiempo a esta parte parece que las cosas están virando al otro extremo, de modo que los veteranos copan en demasía las ayudas, los premios, la difusión… Sería estupendo si este movimiento citado coexistiera con la aparición, y el apoyo, de trabajos de las nuevas generaciones, y con él de nuevos conceptos y enfoques. Pero lo cierto es que no parece darse esa coexistencia: las Secciones Oficiales aparecen llenas de nombres gratos y reconocibles, pero escasea la savia nueva.
Veamos, sin ir más lejos, la Sección Oficial de la última Semana del Corto de Madrid: Gaizka Urresti, Carlo d’Ursi, Lino Escalera, Wiro Berriatúa, Carlota Coronado, Eduardo Cardoso, Belén Herrera, Mario de la Torre, Daniel Remón, Grojo, Javier Kühn, Rodrigo Sorogoyen, María Reyes Arias, Álex Montoya… Eso ciñéndonos únicamente a nombres de directores.
No se trata de negar a nadie el legítimo derecho de dedicarse a esto y de seguir haciéndolo (y, en algunos casos, innovando) sino de un problema global que comienza a hacerse perceptible: el envejecimiento del cortometraje español, y con él la desconexión con las nuevas generaciones. Y su lógica consecuencia: cuando no se deja espacio a la juventud, el cine corre un serio riesgo de enquistarse en esquemas ya conocidos.
Una situación que corresponde atajar, en primer lugar, a las instituciones, demasiado habituadas a jugar sobre seguro y arriesgar poco, y en segundo lugar, a una concienciación de todo el sector (incluyendo al llamado «otro cine», que en su campo también comienza a estandarizarse; y por supuesto, tampoco nos libramos los críticos). De lo contrario no tardaremos en enfrentarnos a una situación indeseada y que, aunque no es culpa de nadie en concreto, afecta negativamente a todos.
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