La gran expedición
Siempre me he planteado cada nuevo proyecto audiovisual como un viaje, como una exploración en la que sólo conoces el punto de partida, y como mucho, alguna intuición de lo que te puedes encontrar en el camino.
¿Para qué hacer las maletas si ya sabes cómo va a ser hasta el último detalle de tu viaje?? Lo emocionante, lo que te hace volar es lo desconocido, los imprevistos, los descubrimientos que te depara ese nuevo viaje.
Este cortometraje nace de una pequeña catástrofe cotidiana que desembocó en una obsesión que se ha prolongado en el tiempo. Ha sido un proyecto lleno de hallazgos y contratiempos.
Todo surge debido a un texto extraviado. Mi padre escribió hace unos 40 años un cuento de ciencia ficción titulado La Gran Expedición. Entonces no existía internet y los cuentos se escribían en máquinas de escribir eléctricas, que eran lo último por aquel entonces. Años más tarde di con aquel manuscrito en las estanterías del armario de mi padre. Existía una única copia de aquel texto y recuerdo que me produjo un efecto similar al de las lecturas de Julio Verne en mi adolescencia. Cuando descubrí aquel texto, aún no me dedicaba al cine.
Años después, cuando ya estaba involucrado en esto de contar con imágenes y sonidos, el texto volvió a mi memoria, reapareció un día cualquiera por sorpresa, mientras conducía o en la ducha, quién sabe. Volví a leer aquel manuscrito, ya descolorido, y empecé a fantasear con la posibilidad de llevarlo a la pantalla. Era un proyecto a priori complicadísimo además de carísimo, y por tanto inalcanzable. Estimulante. Naves espaciales, agujeros negros, rebeliones a bordo de las naves más allá del sistema solar, procesos evolutivos en la especie humana, seres con dos hígados y dos corazones, humanos que se comunican por señales táctiles, remotas galaxias, velocidades superiores a la velocidad de la luz… y el borgiano punto Aleph.
La única forma de abordarlo sería quizás por medio de la animación, pensé, y me dije que era mejor dejarlo para cuando fuera ya un director reconocido y contara con grandes presupuestos, ejem. Adelantándome a ese hipotético futuro, empecé a digitalizar aquel manuscrito por miedo a que se perdiera… Era un texto largo, y cuando había salvado cerca de un cuarto del texto original…. El manuscrito desapareció. En breve llegó una mudanza y fue imposible recuperar el texto perdido. Y ahí arrancó la obsesión por el texto, pero por mucho que rebuscáramos en las carpetas y archivadores de toda la familia, nunca volvimos a dar con él. Nunca valoras algo lo suficiente hasta que lo echas de menos… Tan cierto como la ley de la gravedad.
Años más tarde, otro hallazgo y otra obsesión. Empecé a sentir una irrefrenable necesidad por ver las viejas películas familiares que un tío mío de las antípodas hacía cuando yo era un crío y venía de visita para ver y filmar a su hijo. Mi tío Edward recuperó aquellas viejas cintas de Super 8 junto con bobinas magnéticas de audio que aparecieron en unas cajas olvidadas en un garaje de la familia en Australia. Aquel tesoro llega a Donosti y empieza el proceso de visionado y fascinación. Junto a otros imprevistos, en aquellas películas estaba recogida parte de mi infancia… Hice un montaje de algunas imágenes para hacer un pase familiar que disfrutamos en privado, pero siempre me quedé con las ganas de probar algo más con aquellas viejas imágenes de Super 8. Nunca había trabajado con material familiar y no encontraba la manera de construir una película con unos materiales, en su origen, tan íntimos.
Junto al material de mi familia vasca había unas bobinas de la familia australiana de mi tío, totalmente desconocida para mí. Aún tengo pendiente esa visita a las antípodas. Y un buen día monté en mi cabeza esas imágenes con el cuento de ciencia ficción de mi padre…. Me senté frente al ordenador y empezó la magia del montaje. Dos materiales tan ajenos y lejanos maridaban perfectamente… Empecé a construir el relato imaginando una voz en off que relataba el cuento desde el futuro y a una banda sonora proveniente de las viejas grabaciones radiofónicas registradas por mi tío. El pequeño Frankenstein empezaba a tomar forma.
Mientras montaba, buscaba imágenes de archivo de filmes de ciencia ficción añeja, descubrí unas representaciones visuales del universo y las galaxias en un libro publicado a principios del siglo pasado en Ucrania, la galaxia en una taza de café de aquella película de Godard, cortos de animación de ciencia ficción rusa vintage, comics de ciencia ficción a tutiplén… Se acercaba el 50 aniversario del 2001: una odisea del espacio, de Kubrick…
Hasta que un día, escuchando la radio mientras conducía, descubrí la voz en off de una locutora gracias a la que todo encajó. Grabamos la voz en off, nos encerramos en la sala de montaje, y gracias al deadline de la convocatoria de cortos vascos de Kimuak, decidimos terminar La Gran Expedición. “I don’t need time, I need a deadline”, como dijo no sé si fue John Coltrane o Duke Ellington. Sin ese deadline, aún seguiría buscando materiales, leyendo sobre astronomía y ciencia ficción, rebuscando en archivos… Una película te exige todo, te come toda la energía y pierdes el norte… Gracias a ese deadline, conseguí escapar del agujero negro.
Una vez terminado el cortometraje, puedo decir con orgullo que tengo una familia de ciencia ficción. Una familia llena de maravillosos actores involuntarios que me ha empujado a aventurarme con mi primer experimento de ciencia ficción.
Si Claire Denis ha dicho respecto a su reciente High Life que no hacen falta extraterrestres para hacer una película de ciencia ficción, yo aún diría más: ni siquiera hacen falta naves espaciales ni astronautas.
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