Locarno imprimió un nuevo giro en su competición internacional de cortometrajes después de dos ediciones en las que se daban cita dentro de esta categoría propuestas que buscaban la vanguardia y otras con una narrativa más convencional, donde el peso recaía en el buen hacer y las tramas solventes. En la última selección se atemperaron más los extremos buscando una identidad más compacta, sin renunciar del todo a atender a estos dos puntos del continuo para acoger tanto soluciones innovadoras, pero en general asequibles, como historias de calado emocional resultas con cierta modernidad.
Con todo, si algo destacó este año en Locarno fue el gran acento iberoamericano: España estaba representada con tres cortometrajes (A liña política, de Santos Díaz; Las vísceras, de Elena López Riera; Nuestra amiga la Luna, de Velasco Broca), al igual que Portugal (À Noite Fazem-se Amigos, de Rita Barbosa; Estilhaços, de José Miguel Ribeiro; An aviation field, de Joanna Pimenta), a los que se deben añadir un corto chileno (Non castus, de Andrea Castillo) (más un italiano rodado en Chile, Valparaíso, de Carlo Sironi) y el nuevo trabajo bajo pabellón galo del colombiano Camilo Restrepo (Cilaos).
El Palmarés internaconal
Esta dominante latina dejó su impronta en el palmarés de 2016, a pesar de que el Pardino d’oro al mejor cortometraje internacional, al igual que la nominación que concede el festival para los Premios del Cine Europeo (EFA), fue a parar a la coproducción franco-belga L’immense retour (Romance) (Bélgica-Francia, 2016), dirigida por Manon Coubia.
Se trata este de uno de los films más sencillos en su formulación de la competición, elaborado a través de unas pocas secuencias que cobran sentido a través de la voz una off femenina que relata la historia de un escalador fallecido en los Alpes y su viuda, que durante años espera que la montaña le devuelva su cadáver. Coubia busca ilustrar con metáforas simples, pero efectivas, cada uno de los actos de este cuento. No estamos ante un corto espectacular, pero la directora consigue evitar precipitarse en la banalidad que podría amenazar su propuesta fílmica y de su sencillez de ideas logra sacar petróleo. Construye así un corto sobre el paso del tiempo bastante emotivo y original, de hondo aliento romántico, que dentro de su experimentación no deja de ser asequible para todas las audiencias.
L’immense retour (Romance), de Manon Coubia
Más complejo resulta Cilaos (Francia, 2016), con el que el realizador de origen colombiano, pero afincado en Francia, Camilo Restrepo consigue el Pardino d’Argento por segundo año consecutivo. Cilaos se aleja bastante del exitoso ensayo documental La impresión de una guerra (Francia/colombia, 2015), y se presenta como una suerte de musical situacionista, que a partir de la búsqueda que emprende una mujer en pos de su padre muerto, se deja arrastrar hacia la expresión un extraño ritual caribeño que invoca las relaciones y los vínculos entre los vivos y los muertos.
Esquivo y ambiguo, como el hombre a quien la mujer busca, Cilaos termina siendo un film oscuro, trepidante, entrecortado y, en cierto punto, poéticamente existencialista. Por todo ello es este uno de los trabajos más fascinantes y extraños de la competición de este año, además de la constatación de que Retrepo es un cineasta siempre imaginativo y sorprendente.
Por otra parte, tanto Valparaiso (Carlo Sironi. Italia, 2016) y Non castus (Andrea castillo. Chile, 2016), cortos que completan el palmarés internacional con el Premio Film und Video Untertitelung y la Mención Especial del Jurado, respectivamente, se decantan por unas líneas narrativas más claras, apostando por historias conmovedoras.
En el primer caso, con una frialdad cercana al documental que se traslada al trabajo de cámara y al tratamiento de la luz, Valparaíso sigue los pasos de una joven emigrante que durante un tiempo goza de permiso de residencia al estar embarazada, aunque esto no es ni mucho menos el fin de sus problemas. Asistimos con ella a una cotidianidad insalvable de centros de internamiento, transportes públicos, habitaciones miserables, consultas médicas y soledad. Valparaíso responde a esa secuencia de acciones y escenarios con sobria y apática lógica, mostrando a su protagonista como prisionera autómata de una cadena de acontecimientos de la que no puede escapar y que anulan casi su voluntad e identidad, reflejando de este modo la experiencia del emigrante.
Mientras tanto, Non castus deriva hacia el intimismo más abrupto al exponer un doloroso incesto, perpetrado por una madre y un hijo como tremenda respuesta a la muerte del padre. Un trabajo convincente y pausado, que maneja con astucia las transiciones que propone entre la crudeza de las situaciones y la empatía hacia sus personajes.
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