Documental
La competición de documental no ha cambiado: sigue fiel a sus preceptos, actuando como antesala del mejor corto documental español que poco después cristaliza en DocumentaMadrid, aunque mantiene una línea un poco más tradicional que la del festival madrileño. En cualquier caso parece que este año el Jurado se ha puesto de acuerdo en destacar un tema en concreto: la transmisión. Es decir, la preocupación de los progenitores por comunicar su experiencia y saber a sus hijas/hijos para perpetuar su herencia en el tiempo.
La transmisión es el tema fundamental de Greykey, producción catalana (¡otra vez!) dirigida por Enric Ribes, cuya premisa convierte su sola existencia en imprescindible: Muriel Grey-Molay narra la historia de su padre, Carlos Grey-Molay, superviviente de los campos de Mauthausen, que llamaba la atención de los nazis «por ser un tipo bien formado aun siendo de una raza tan naturalmente enclenque como la negra» (¿??). El relato se construye a partir de fotos, películas, videos, materiales diversos y, sobre todo, comentarios de Muriel sobre los mismos, y desemboca en la necesidad por parte de Muriel de transmitir los valores humanistas y humanísimos de su padre a su hija. Es lógico que una obra así haya despertado la simpatía del Jurado (y la de cualquiera), pero si bien es una obra interesante y defendible tampoco es una obra redonda: la narración se antoja, a veces, un tanto prolija, y su poética llega a hacerse mecánica en algunos pasajes. De todos modos hay algo que sí funciona, y mucho: la evocación que hace Ribes no muestra imágenes terribles del holocausto casi en ningún momento, le basta con mostrar la huella que dejan las heridas profundas en el día a día.
Idéntica idea de transmisión aparece en el Premio Especial del Jurado, concedido a Cuatro y quena de Thomas Torres (Francia-Chile). En este caso el director es familiar de los dos protagonistas: su padre, artista y músico que tuvo que huir de Chile durante la dictadura y se instaló en París, y su hermano, electricista con un pie metido en la delincuencia callejera. Enseguida todo se desarrolla como podía imaginarse: antes de morir, el padre quiere transmitir el amor a la música chilena al hijo pandillero, y con él el respeto a sus raíces y a su pensamiento, que traerá consigo su propia regeneración como persona. Tengo dos problemas con este documental: primero, no puedo con la música tradicional andina; segundo, el desarrollo tanto formal como narrativo me parece demasiado previsible. Pero al mismo tiempo el clasicismo de la pieza, unido al evidente cariño de Torres hacia sus personajes / familiares, trae consigo escenas realmente bellas, sobre todo aquella en la que el padre enseña al hijo una vieja película suya en la que actuaba de músico en Chile. De acuerdo, lo hemos visto cientos de veces, pero siempre vuelve a emocionarnos.
Animazine
La selección menos lucida de cortometraje de Málaga no tiene la culpa de serlo. Básicamente, mientras no haya un apoyo más claro de las instituciones, el cine de animación español es el que hay, conformado sobre todo por el empuje vasco y gallego (ahí estaban Soy una tumba de Khris Cembe o La noche de Martín Romero), el 3D heredero de la animación comercial de EEUU, y un puñado de maravillosos francotiradores. Este último es el caso de César Díaz Meléndez, que después del recordado Zepo ha vuelto a la carga con una pieza casi tan buena como la citada, Muedra, de la que ya hablamos por su pase (y su premio) en Medina; o Patchwork de María Manero; o La increíble historia del hombre que podía volar y no sabía cómo, videoclip de Manuel Rubio a partir de un tema de Izal.
Sin embargo, el Palmarés apostó por la línea más tradicional. Tal vez tuvo que ver el hecho de que el Jurado era el mismo que el de ficción, es decir, no especializado, aunque eso, en principio, no tiene por qué afectar a su criterio y su rigor. Pero el caso es que otorgar la Biznaga al Mejor Cortometraje de Animación a Viacruxis de Ignasi López tal vez no sea la opción más acertada. Este cuento cómico de dos alpinistas que aspiran a ser los primeros en llegar a la cima de un pico impracticable, y que se inspira más en la Aardman que en Pixar, tiene buenos gags, pero en conjunto resulta algo agarrotado, lejos de la redondez que muchas veces exigen este tipo de productos. Eso sí, el desenlace es realmente bueno, y puede que eso haya decidido al Jurado para otorgarle un premio que posiblemente le venga algo grande.
Más logrado resulta el burtoniano La noria de Carlos Baena, Premio del Público. Baena no inventa nada: desde el principio al fin La noria parece un homenaje a toda regla al autor de Eduardo Manostijeras, pero es obligado decir que su homenaje está plásticamente muy trabajado; que su universo, aunque no muy original, transmite convicción; y que su propuesta argumental, en la que los miedos y los monstruos no son tan terribles como los pintan, está bien trabada y, sobre todo, escenificada. La noria es uno de esos casos en los que la precisión y perfecta coordinación de sus elementos (fotografía, dirección artística, diseño de personajes) dan como resultado algo parecido a una personalidad. Y para finalizar, un inciso: el Marilyn de Christian Flores podría haber concursado aquí perfectamente. De ese modo habría dejado constancia de que buena parte de la animación española más contundente está surgiendo entre los creadores digitales. Y documental y ficción también, pero eso lo dejamos para otro día.
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