Si en algo coinciden la mayor parte de los cortometrajes de Medina del Campo es en ser todos historias de personajes; obras que pivotan sobre guiones concretos, dotados de fuertes cargas emocionales, rodados con eficacia, oficio y esmero técnico, y que en general se sitúan entre el neoclasicismo y el realismo social. No es este un festival que apueste por las fracturas narrativas, los espacios fronterizos o los experimentos conceptuales (tampoco tiene por qué), y se preocupa por ofrecer una mirada al tiempo actual que se trasmite a través de las temáticas, los argumentos, los arquetipos, y también de los cineastas más despuntares de la actualidad (especialmente los españoles), lo mismo delante que detrás de la cámara.
Medina se erige así como un festival accesible para el público general, como una cita con el cortometraje amparado en tramas lineales pero firmes, que también permite al aficionado reconocer a algunos de los talentos que en años próximos estarán copando la atención popular y que se orientan hacia un cine que oscila entre lo autoral y lo comercial (y no se entienda esto como algo peyorativo).
La Tierra llamando a Ana es uno de los mejores ejemplos de esta encrucijada en la que se levanta la identidad del festival castellano-leonés. El corto de Fernando Bonelli, ganador del Roel de Oro al Mejor Cortometraje y del Premio de la Juventud dentro del Certamen Nacional, es ante todo una bonita historia centrada en la relación de una pareja de novios, a quienes el director y su equipo se han esforzado en rodear de la mayor elegancia posible. Cierto que no es un film que sorprenda, ni que plantee una situación nueva (una discusión de celos), por mucho que algunas pinceladas (como el trasfondo de la protagonista) le den cierto aire de originalidad a la trama, pero la solvencia con que se resuelven las apenas tres secuencias en que se compone consigue que el público se mantenga interesado en lo que les sucede a esta pareja.
Buena parte del mérito, como puede entenderse, recae en los intérpretes, Laia Manzanares (El Reino) y Javier Pereira (Stockholm), que logran que los excesos de almíbar que destila el guión no empalaguen, o que se pasen por alto algunos detalles muy forzados en el guion. La Tierra llamando a Ana se convierte así en un agradable y bienintencionado corto para un público medio que quiera dejarse llevar plácidamente por el amor entre los protagonistas, y sobre todo un buen ejercicio de presentación para su director (el segundo ya) y la productora en la búsqueda de proyectos más ambiciosos.
Junto a Donde nos lleve el viento, el Jurado quiso destacar con una Mención Especial a Suc de sindria, lo que supone un nuevo reconocimiento para el segundo trabajo de Irene Moray (Bad lesbian. España, 2018), tras su paso por la Berlinale, donde obtuvo la Nominación para los Premios EFA. Suc de sindria también se alzó con el Premio a la Mejor Actriz, para su protagonista Elena Martín.

Donde nos lleve el viento, de Juan Antonio Moreno
Juan Antonio Moreno es un nombre ya conocido, especialmente dentro del cine documental, con una amplia trayectoria como director gracias a títulos como Palabras de caramelo, y también como productor (Walls. Si las paredes hablasen. Miguel López Beraza. España, 2015). Donde nos lleve el viento, premiado con Roel al Mejor Documental, ahonda en la línea de trabajos de no ficción, cercanos al reportaje periodístico, pero reforzados con un lenguaje más cinematográfico y aquí con un notable trabajo estético.
El film es básicamente el retrato de una mujer emigrante, llegada a España en la primera patera integrada únicamente por mujeres tras un tortuoso periplo a través de varios países, y víctima además de la trata de blancas y de otros horrores. Está embarazada y planea encontrarse con su marido, y mientras espera a dar a luz, relata en off a su hijo nonato sus peripecias, sus sufrimientos, sus anhelos y sus miedos. Todo es de una eficacia aplastante a la hora de ejemplificar en un único caso la tragedia cotidiana de cientos de miles de emigrantes. Un relato humano y humanizador que busca la concienciación a través de la calidez y la cercanía, apostando en todo momento por una belleza estética por momentos muy estilizada, lo que termina a la vez por conferirle un poco de artificiosidad. Es un relato, por tanto, más que correcto; bonito y tierno, y también en cierto modo, amable con el público.
El Premio al Mejor Corto de Animación fue para Muedra, nuevo trabajo del excelente César Díaz Meléndez, responsable del aclamado Zepo (España, 2014). Muedra es una obra en stop motion que gira alrededor de un ser, mitad humano mitad lagarto, que habita en un mundo fantástico y rocoso y que lucha por alcanzar una cima espiritual y mística frente a todo tipo de adversidades: una alegoría de la vida y la muerte que pone de manifiesto la insignificancia e incluso el absurdo de la existencia. Para ello, Díaz Meléndez alterna pinceladas que van de lo épico a lo tragicómico, enmascarando bajo una capa de sencillez un esmerado trabajo y un rodaje en exteriores que se intuye complejo y laborioso.
Por su parte, Nacho no conduce, del joven realizador Alejandro Marín, se llevó el Roel al Mejor Corto de Ficción, además del Premio al Mejor Montaje. Nacho no conduce es un típico retrato generacional, con el característico toque ESCAC (buena factura, claridad narrativa, buenas interpretaciones), enmarcado dentro del realismo juvenil. Cuenta el regreso de un joven a la ciudad de su infancia y adolescencia, y el reencuentro con sus amigos de siempre (y su ex novia, claro), tras llevar viviendo una temporada en Barcelona. Bajo el amparo del cine indie, se esconde una historia clásica sobre los cambios de la vida provocados por la edad y la distancia, las etapas que se cierran y que se abren, las cuentas pendientes y el abismo del futuro. Todo ello se concentra a nivel metafórico en el motivo real que empuja a Nacho a regresar, sacarse de una vez el carnet de conducir tras no se sabe ya cuántos intentos. Un hecho que realmente supone la despedida de un universo anterior para comenzar una nueva vida. Una vez más, no encontramos nada especialmente novedoso ni arriesgado en este corto, pero no por ello carece de méritos y eficacia, y es un interesante punto de partida para su director, que demuestra habilidad para manejar y retratar con naturalidad y agilidad a sus actores y desarrollar la trama.

Muero por volver, de Javier Marco
El tándem formado por el realizador Javier Marco y la guionista Belén Sánchez Arévalo, responsables de cortos como Uno (España, 2018) o El vestido (España, 2016), tampoco se han ido de vacío este año de Medina del Campo, y han compartido el Premio al Mejor Guión con uno de los filmes más interesantes de este certamen, Mujer sin hijo, de Eva Saiz. Muero por volver, historia donde la muerte es el elemento central (lo mismo que en los dos cortos citados) tiene indudablemente un buen oficio detrás, sobre todo en la sobriedad de la planificación, la fotografía y en el tempo elegante, unos buenos intérpretes dando vida a personajes creíbles (la tónica, como decía, de esta selección), e incluso tiene una gran idea como punto de arranque. El problema está en que desvela demasiado temprano algunas de sus armas argumentales y luego el espectador va a remolque de algo que anticipa desde el primer momento en un guion en exceso canónico. Así, y sin ser en realidad un corto fallido, está muy lejos de la brillantez de El vestido, pues se le echa en falta esa frescura que al principio parece que va a tener.
Más acertado está en este sentido Mujer sin hijo, otro retrato de soledades y parejas, pero mucho más inmediato y con un puntillo más de riesgo, que indaga en un nuevo tipo de familia y relación, cuando una mujer que acaba de perder a su madre, alquila una habitación libre a un joven que ha venido a la ciudad a hacerse la vida, hecho que hará aflorar algunos deseos reprimidos. Además del premio de guión, este corto logró el de Mejor Sonido, y en breve nos detendremos más en él.

Mujer sin hijo, de Eva Saiz
Cerramos el repaso por el palmarés nacional mencionando el Premio al mejor Actor, o mejor dicho a los Mejores Actores, que compartieron Fele Martínez y Juan Carlos Vellido por Tu día de suerte, comedia sobre los sentimientos reprimidos que dirige el primero; los Premios a la mejor Fotografía y al Mejor Vestuario obtenidos por el epistolar Flora, donde Javier Kühn se impregna del romanticismo y el goticismo de Emily Dickinson y el Premio a la Mejor Banda Sonora, conducido al ilustre Jordi Sabatés por su trabajo en Bright side in D Minor, de Joan-Marc Zapata.
A pesar de la tendencia principal por el corto narrativo que destaca en el palmarés, también tuvieron cabida en esta competición algunas obras un poco más incómodas, como el apocalíptico La sonrisa de los maniquíes, de Asur Fuente (España, 2019), estética llamada de atención sobre la deshumanización, el aislamiento y el silencio sobre el suicidio, Ancora lucciole (María Elorza. España, 2018) el bellísimo ensayo visual que nos lleva desde la desaparición de las luciérnagas hasta la extinción de los cines.
Por su parte, la emotiva animación Patchwork, de María Manero fue el cortometraje vencedor de la categoría La Otra Mirada.
Certamen Internacional
No nos extenderemos mucho más en el Certamen Internacional, pues en general ya hemos tratado la buena parte de los cortometrajes seleccionados, especialmente los ganadores. Sumando un nuevo laurel más, el Roel de Oro al mejor Corto Internacional fue para el inevitable Fauve, magna obra de Jeremy Comte (Canadá, 2018), que bien mereció arrebatarle el Oscar al melifluo Skin (Guy Nattiv. EE.UU. 2018), que aquí tuvo que conformarse con el Premio de la Juventud. La Mención Especial del Jurado recayó sobre otro de los grandes títulos del momento, la brillante animación Entre sombras (Mónica Santos, Alice Guimarães. Portugal, 2018).
Otros interesantes trabajos que se mostraron en esta sección fueron All inclusive (Corina Schwingruber Ilić. Suiza, 2018), All these creatures (Charles Williams. Australia, 2018), Cadavre exquis (Stephanie Lansaque, Francois Leroy. Francia, 2018), Drzènia (Dawid Bodzak. Polonia, 2018), El verano del león eléctrico (Diego Céspedes. hile, 2018) o The orphan (Carolina Markowicz. Brasil, 2018).
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