A estas alturas debería estar claro que el cine político lo es no solo por su contenido, sino también por su forma, o su mirada. O, más exactamente, sus miradas. Porque resulta estimulante comprobar cómo un mismo objeto de denuncia política (aquí, la temible Jungla de Calais) puede dar lugar a ideas, formas y texturas tan diferentes a partir de la misma premisa.
Es el caso de dos cortos documentales españoles, ambos realizados por mujeres, cuyo punto de partida es la terrible situación de refugiados y migrantes en Calais, ciudad costera francesa donde aún se sitúa la ‘Jungla’, el mayor asentamiento provisional de refugiados en Europa. La parte sur fue clausurada en octubre de 2016, pero las vulneraciones de derechos humanos no han cesado desde entonces, y ahora Calais ha dejado de interesar a los medios: la pelea mortal entre un centenar de afganos y eritreos a principios de febrero de 2018 no alcanzó siquiera un nivel secundario en las principales cabeceras informativas.
Tanto No jungle! como Mot de passe: Fajara parten del mismo planteamiento argumental. Los refugiados tienen un único objetivo: cruzar la línea. La frontera, las vallas, los controles que impiden el paso al Reino Unido, a solo 33 km de Calais si se atraviesa el Eurotunnel. Esa distancia nimia es, cómo no, un imposible, aquello que el capitalismo avanzado no puede tolerar con objeto de asegurar su pervivencia.
Directo al grano: No jungle!
No jungle! de Carmen Menéndez se mueve en los alrededores de la Jungla. Precisamente, entre aquellos refugiados que se niegan a ir a ella, porque saben que les espera cualquier cosa menos un refugio. Como era de esperar, las autoridades no van a permitir lo que consideran una rebelión.
Menéndez apuesta por una mirada frontal, sin miramientos, sin experimentos de ningún tipo. Directa y crudamente, ella y su segundo cámara se mezclan con los migrantes, documentan de primera mano la tensión reinante cuando los refugiados descubren que un compañero ha muerto electrificado al saltar al tren, y no dudan en meterse en medio de una carga policial, con el riesgo palpable de quedarse sin cámara y de llevarse unas cuantas hostias. Contado así, No jungle! parece poco menos que un estupendo material en bruto, pero Menéndez tiene sentido de la progresión dramática, sabe transmitir cómo va creciendo la indignación de los refugiados hasta desembocar en la violenta carga.

No jungle!, de Carmen Menéndez
Una violencia que, aunque parezca mentira, casi siempre es sugerida: no vemos la muerte del hombre electrificado, pero sí las reacciones de los compañeros ante la tragedia; no vemos amenazas directas, pero sí escuchamos cómo una traductora, en medio de una situación insostenible, afea la conducta a los famélicos protagonistas ¡porque están diciendo tacos delante de los niños!; no vemos brutalidad policial, solo sus letales efectos (un hombre con la pierna torcida, otro que podría morir en cualquier instante). Los escasos momentos en los que hay violencia manifiesta, como aquel en que un policía gasea a los manifestantes, cobran, por contraste, una fuerza inesperada. Y siempre resulta estremecedora la imagen de un grupo de policías avanzando en hilera, sobre todo cuando, como en este caso, avanzan directamente hacia la cámara, o sea, hacia nosotros. No jungle! no inventa nada ni lo pretende, pero su mirada limpia e inmediata no pasa desapercibida.
El límite: Mot de passe: Fajara
Mot de passe: Fajara de Séverine Sajous y Patricia Sánchez Mora muestra a las claras cómo la estilización formal puede constituirse, a su vez, en el mejor y más emotivo comentario político. Aquí no se trata de una mirada directa y sin filtros, porque son precisamente los filtros los que le otorgan su sentido, su contundencia.
El corto parte de dos elementos dispares e insólitos: por un lado, retrata la Jungla de Calais sirviéndose exclusivamente de planos rodados de noche, en blanco y negro muy contrastado; por otro, reflexiona sobre el lenguaje de los migrantes y la subversión del mismo. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Pues, sorprendentemente, todo.
De entrada, Fajara describe el día a día cotidiano de la Jungla, desde las condiciones insalubres que rodean a los refugiados hasta sus intentos de colarse en los camiones que cruzan el Eurotunnel en dirección al Reino Unido. Pero más que día a día, habría que hablar de noche a noche. La vida en la Jungla, retratada por los planos nocturnos y contrastadísimos, es una noche eterna y helada. Los cuerpos de los refugiados parecen negativos fotográficos, ánimas en pena en medio del infierno.
En este universo espectral cualquier haz de luz cobra un sentido de esperanza, lo cual da lugar a notables hallazgos: el plano general de la Jungla cubierta de una especie de niebla o humo blanco, con un foco al fondo que parece marcar una dirección a seguir, aunque esta sea fantasmagórica; la lejanía de los faros de los camiones que se disponen a cruzar la línea; o el rótulo «London» iluminado de manera intermitente, como un sueño que aparece y desaparece. Focos, faros, intermitentes: en la Jungla la luz siempre es artificial. Y la inspirada música de Chris Blakey corrobora esa artificialidad: se suceden las frecuencias, las percusiones huecas, los sonidos rayados.
Pero, a la vez, el corto propone una desconcertante reflexión sobre la subversión del lenguaje. Las humanísimas voces de los refugiados van desgranando cómo estos han desarrollado su propio código lingüístico (Jungle, Abas, Fajara), mientras que la voz de la narradora comenta el origen etimológico de esas palabras, lo cual conduce a una apasionante revelación: el lenguaje de las culturas migrantes ha sido manipulado y reinventado por la cultura occidental, y el código personal de los refugiados no hace otra cosa que devolverles su auténtico significado. Todo confluye: recuperar el derecho a la libre circulación, la dignidad arrebatada, la estrecha relación entre las palabras y las cosas. Y para ello, hay que cruzar el límite.
Todo lo apuntado a lo largo del relato cristaliza en un desenlace soberbio: no vamos a revelarlo, únicamente diremos que el limite-palabra coincide con el límite-imagen. En ese momento Mot de passe: Fajara se transforma, definitivamente, en cine abstracto, y en la viva demostración de que la visión de una simple línea puede llegar a ser cine militante, y emocionante. Aunque las imágenes atrapadas por Sajous y Sánchez Mora no dejan lugar a dudas: logren o no su objetivo, los refugiados seguirán siendo, en Francia, en Reino Unido, o en cualquier lugar de Europa, un negativo fotográfico.
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