Documental y compromiso
Si alguna categoría de los Premios Goya debe replantearse el mecanismo de las nominaciones, esta es especialmente la de documental, ya que nuevamente se quedan fuera de lo elegible muchos de los trabajos más destacados del año, especialmente aquellos que optan por un acercamiento más experimental o híbrido dentro de la no ficción, sin desmerecimiento de los que han logrado llegar a la recta final.
Cabezas habladoras, de Juan Vicente Córdoba, es probablemente el más arriesgado de los cuatro nominados, aunque no podemos calificarlo estrictamente de original al basarse en un ejercicio ya perpetrado anteriormente por Kieslowski. A pesar de ello, Cabezas habladoras consigue tener cierta autonomía para funcionar como lo que es, un retrato coral y mural de un lugar (España) y un momento (el actual), a través de las respuestas que ante las mismas preguntas ofrece una larguísima galería de personas de edades comprendidas entre los 0 y los 100 años.
Tampoco Palabras de Caramelo, obra de Juan Antonio Moreno Amador, incide en la originalidad de planteamientos, pero sin dejar de tener cierta poesía en su interior. Moreno se muestra sensible y cálido a la hora de plantear una historia rebosante de sentimiento y dulzura, que además milita abiertamente dentro de la causa saharaui. A estas alturas, Palabras de Caramelo no llega a sorprender del todo, pero sí conmueve, y mucho, al desarrollar la historia de un niño mudo refugiado que trata de aprender a hablar con la ayuda de su mejor amigo, un pequeño camello.
El compromiso y la divulgación presiden también el nuevo trabajo como cineasta del productor Álvaro Longoria, Esperanza, aunque su pieza escapa a lo estrictamente cinematográfico para situarse más bien dentro del reportaje periodístico. No cabe objeción a la factura técnica, a las poderosas imágenes y al aliento aventurero que palpita dentro de los tripulantes del barco de Greenpeace que da título al filme, pero termina siendo demasiado funcional en lo narrativo.
Algo parecido sucede a The Resurrection Club, de Álvaro Corcuera y Guillermo Abril, también surgido al amparo de una ONG (Amnistía Internacional), aunque el trabajo resulta aquí más redondo. The Resurrection Club se apega al documental/reportaje norteamericano más académico para acercar al espectador a cuatro hombres que estuvieron en el corredor de la muerte y que salvaron sus vidas in extremis al descubrirse su inocencia en los crímenes por los que habían sido condenados. Corcuera y Abril rubrican un corto impecable, sólido y muy correcto en todo momento que se va convirtiendo en un alegato contra la pena de muerte. Es imposible dudar de su eficacia, pero hay cierto automatismo en su dispositivo narrativo.
Un momento dulce para la animación española
Aun echando de menos alguna pieza que bien merecía una nominación, es justo decir que los cuatro finalistas de la categoría de animación son dignos representantes del buen momento de la animación española.
Lo mismo que Timecode en el caso de la ficción, pocas dudas había de que Decorado, de Alberto Vázquez, llegara a la final. Y no hay nada que objetar al respecto. Decorado es un paso más en la trayectoria personal y artística del cineasta coruñés, que afianza tanto su estilo como su evolución creativa. Es además un corto tan irreverente como divertido, oscuro y amargo, y con una gran técnica; aspectos que le hacen partir como favorito.
Si Decorado tiene un rival de altura este puede ser Made in Spain, último trabajo del ya ganador de un Goya Coke Rioboó, que firma aquí el que puede ser su mejor cortometraje hasta la fecha. Siendo en lo plástico más colorista y luminoso que su contrincante, Made in Spain comparte con Decorado un demoledor sentido del sarcasmo y una profunda mala baba a la hora de realizar un retrato con brocha gruesa de la España más chafardera, lo que lo convierte en uno de las animaciones más ácidas e hilarantes de los últimos tiempos producidas en el estado español.
También simpático y divertido es Darrel, un pequeño ejercicio realizado por Marc Briones y Alan Carabante, que se apuntan a la comedia negra romática a partir de la historia de un camaleón que se queda obnubilado al encontrarse con una congénere en una vacía estación de metro. Darrel actúa sobre los resortes más clásicos de la comedia con soltura y precisión, y por encima de su sencillez, destaca también por estar dotado de un buen trabajo técnico.
La nota sentimental de la categoría la pone Uka, de Valle Comba Canales, un esmerado cortometraje de stop motion que presenta a una niña pintora que reside en un mundo plomizo y triste, pero que a través del arte descubre la alegría y el color. Se trata, evidentemente, de un corto muy orientado al público familiar/infantil, pero en este terreno cabe reconocer que es una pieza tan eficaz como emotiva. Tal vez adolezca de poca imaginación, pero su puesta en imágenes lo hacen totalmente salvable.
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