Si bien en la categoría de ficción los Oscar muestran una cierta pluralidad, cabe destacar que en la presente edición, lo mismo que el año pasado, en lo referente a cortometrajes de animación y de no ficción pecan de nuevo de cierto ombliguismo, concentrando todas las nominaciones en ambos casos en producciones norteamericanas o británicas. No es cuestión de arremeter contra los filmes nominados, en general dignos aspirantes a la plaza, pero por distintos motivos estos premios de la Academia estadounidense están perdiendo la representatividad y el sentido que tienen como categorías internacionales, acercándose al modelo que imponen para las categorías de largometraje, donde los cánones de la industria de Hollywood imperan.
Expresado este sentimiento de lástima y fastidio por una mirada más transversal, justa y plurinacional para los cortos animados y documentales, es preciso señalar también un rasgo común que comparten todos los cortos nominados, incluidos los de ficción: nos encontramos en todo momento ante historias y narrativas ciertamente clásicas, fieles a los estándares comerciales (salvo matices y excepciones) y con una gran capacidad para conectar con el espectador medio apuntando directamente al corazón de sus emociones. Es decir, son todas historias que buscan pulsar las cuerdas de los sentimientos, pero sin arriesgar mucho en aspectos estructurales, formales y cinematográficos, pues prefieren unas líneas de narración limpias e inequívocas que dirijan la progresión dramática hacia su objetivo sin perder fuerza ni efectividad. Sin duda son filmes con una sólida factura, bien meditados y con historias conmovedoras y hasta necesarias, pero lo mismo que una mayor representatividad internacional, se echa de menos una mayor variedad lingüística y formal.
Animación
Sin embargo, vamos a empezar por la excepción. En justicia, el más destacado de su categoría es Blind Vaysha, corto canadiense del animador Theodore Ushev, una gran figura (Sonámbulo) en este terreno que por fin alcanza su primera nominación. Este filme se escapa de la línea estandarizada que presentan otros de sus rivales y sobresale por este y otros méritos por encima del conjunto. Blind Vaysha es un cuento que camina en clave visual post-impresionista o directamente expresionista hacia una reflexión sobre el cine, lleno de ideas tanto visuales como narrativas y realzado con una técnica y estilos muy personales, por mucho que las referencias pictóricas no se le escapen a nadie.
Tal vez el segundo más llamativo en liza sea Pearl, obra del aclamado Patrick Osborne, ganador de este premio en 2015 con Feast. Osborne experimenta en esta ocasión con el cine 360° y conduce una road movie que atraviesa el espacio y el tiempo para narrar la historia de complicidad, maduración y superación de un padre y su hija teniendo como hilo conductor el coche que a lo largo de su vida les ha acompañado en sus momentos más álgidos y en los períodos de mayores diferencias. Se aprecia el esfuerzo de Osborne de elaborar una trama relativamente compleja y ambiciosa al servicio de la técnica que pretende explorar, y hay que reconocerle su mérito, aunque estemos ante un tipo de narración que aún está viendo la luz. Para quienes deseen experimentar esta historia por sí mismos, aquí lo incluimos íntegro.
Puede tener su interés también Pear Cider and Cigarettes (Reino Unido/Canada 2016), dirigida por el conocido dibujante Robert Valey. Se trata de una historia cruda y oscura, con un tratamiento afilado y seco, que describe una turbulenta historia de amistad y autodestrucción.
Las otras dos animaciones son dos trabajos en un esplendoroso 3D. Piper es el inevitable representante de Pixar en esta categoría, y está dirigido por el también muy versado Alan Barillaro (Brave, Igor, Wall-E). Es una bonita historia destinada sobre todo al público infantil que nunca deja de funcionar sin llegar a sorprender, y que cuenta el proceso de aprendizaje y de pérdida del miedo de una cría de gaviota que sale al mar por primera vez a pescar. Barillaro también está en la supervisión técnica en el quinto nominado, el espectacular Borrowed time, de Andrew Coats y Lou Hamou-Lhadj. Borrowed time es sin duda un tremendo despliegue de talento técnico que propone una trepidante historia ambientada en el Lejano Oeste en apenas seis minutos; lástima que la trama haya sido reducida a un esquematismo extremo, casi llegando al boceto, pues en otros apartados se muestra brillante.
Documental
En la categoría documental es donde más se achaca la presencia de películas apegadas a los cánones narrativos e industriales, por mucho que todas relaten historias emocionantes y a veces impactantes. También el apoyo de Netflix y otros grandes grupos mediáticos parece haber influido en la actual configuración de la línea de nominaciones de esta categoría, y los filmes que apuestan por darle una vuelta de tuerca a la formas de contar una historia han perdido fuerza ante aquellos que apuestan por la denuncia o el reconocimiento social. O en todo caso, por historias que narradas con precisión apelan a erizar la sensibilidad del espectador.
En este sentido, y bajo mi opinión, Extremis, del ya previamente nominado Don Krauss (The death of Kevin Carter/ Casuality of the Bang Bang Club) parte como favorita. Es una historia tan inapelable como patética, que nos enfrenta con elegancia pero sin contemplaciones a la agonía de un ser querido. Orlando von Einsiedel, con la no menos impactante The white helmets, es su rival más directo, un documental más urgente y nervioso que describe la labor de un grupo de voluntarios que ayudan al rescate de víctimas de los bombardeos en Siria. Esta es tambien la segunda nominacion para este director.
Cerca de esta historia, 4.1 Miles,de Daphne Matziaraki, describe las peripecias de un grupo de activistas dedicados a rescatar a víctimas de naufragios en el Mediterráneo, poniendo de nuevo el acento en Siria y África, y Watani: My Homeland, de Marcel Mettelsiefen, se mete en el corazón de Alepo para buscar el punto de vista de cuatro niños cuyo padre es secuestrado por el ISIS.
Cierra el grupo una historia igualmente conmovedora, aunque más amable, Joe’s violin, de Kahane Corn, Raphaela Neihausen y Kahane Cooperman, donde un violín sirve como vínculo para cimentar la amistad entre un niño del Bronx y un superviviente del Holocausto. Otro arquetipo argumental que nunca deja de funcionar por mucho que se vuelva sobre él.
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