A nadie se le escapa que los Oscars de Cortometraje de Ficción siempre han tendido a apoyar las historias con niños o ancianos, inmigrantes, discapacitados, colectivos desfavorecidos, y por supuesto la apuesta por la paz y concordia en medio de turbios conflictos bélicos. En los últimos años esa ha seguido siendo la tónica dominante, pero hay que reconocer que esa política ha dado pie al descubrimiento de algunos títulos que abordaban esos temas habituales con especial ingenio o talento: el Oscar ha sido el territorio de Avant que de tout perdre, Aya, Alles wird gut, Boogaloo and Graham o La lampe au beurre de yak.
Las nominaciones 2016 parecen refugiarse en el territorio más conocido: cortometrajes de corte asumidamente tradicional, espléndidamente realizados y producidos (causa envidia, y cierta vergüenza propia, ver el despliegue de medios del que dispone un corto ‘standard’ fuera de España y la Región), caracterizados por el tono amable, la limadura de aristas, el buen rollo por bandera. Hay una excepción, y la dejaremos para el final de este artículo.
Por supuesto, Timecode de Juanjo Giménez Peña (España) entra dentro del grupo de la amabilidad. Pero es justo decir que lo hace con especial inteligencia. Esta historia de dos seguretas que se descubren bailarines profesionales a través de las cámaras (supongo que, a estas alturas, este dato ya no es ningún secreto) juega con los sentimientos pero jamás abusa de ellos. Hay baile, sí, pero no hay violines en el aire, ni pianos insistentemente líricos, ni lagos de los cisnes. El director deja que la emoción vaya creciendo por sí sola, sin alzar la voz en momento alguno, y al final consigue que todo encaje y conmueva.
La amabilidad es la protagonista de otros tres cortos, pero en este caso la estrategia de sus directores no es la afinación, sino la asunción total de su carácter sentimental. Son cortos que apuestan sin ambages por una emoción simple y llana, y sin duda los tres acaban encandilando por completo al espectador medio al que van dirigidos. Algo que sin duda pueden permitirse, porque en todos los casos asumen las formas del cuento, si no infantil sí al menos blanco, ingenuo y positivo.
Un cuento para niños. Mindenk! de Kristóf Deák (Hungría). Claramente inspirado por el éxito mundial de Les choristes (Los chicos del coro, Christophe Barratier, 2004), el corto relata la gran ilusión de una niña cuando ingresa en el coro del colegio, y su posterior decepción cuando la directora del coro le ordena por lo bajo que no cante en voz alta, para que así mejore el conjunto del coro. Lo mejor es la claridad de exposición de su historia, la espontaneidad lograda en el trabajo con los niños (sobre todo la amiga de la niña) y la escena en la que la niña se mira al espejo y comienza a ensayar el falso canto, raramente intensa. El desenlace, especie de versión blanca del final de Whiplash (Damien Chazelle, 2014), convierte a Mindenk! en un firme candidato a ganar cuantiosos Premios del Público.
Silent Nights, de Aske Bang
Un cuento navideño. La Navidad permite muchas licencias, entre ellas la posibilidad de abordar una temática naturalmente dura con un optimismo que resultaría espinoso en otras épocas del año. Eso es lo que ocurre en Silent Nights de Aske Bang (Dinamarca), que aborda situaciones propias del cine social más sórdido (madre alcohólica y terminal, inmigrante que necesita urgentemente dinero, racismo exacerbado) con ese tratamiento esperanzador antes aludido. Llama la atención la concentración dramática: en Silent Nights ocurren muchas cosas, muy intensas y muy rápidamente. Y aunque es cierto que esa concentración cae a veces en el esquematismo (Bang no se detiene demasiado en ninguna de sus historias), también lo es que el ritmo y la progresión son impecables.
Un cuento de amor. Desde mucho antes de Amélie el cine francófono ha gustado de las pequeñas historias intimistas de amor, protagonizadas por seres tan cotidianos como dolientes. Para ello, La femme et le TGV de Timo von Gunten (Suiza) cuenta con una preciosa historia, al parecer inspirada en hechos reales: la correspondencia amorosa entre una anciana, soñadora, imaginativa y, a veces, algo arisca con sus vecinos (una Jane Birkin que, por mucho que se vista de pastelera de pueblo, sigue destilando el ‘charme’ de una gran dama) y el supuesto conductor de un tren que todos los días pasa rauda y fugazmente frente a la casa de esta. La femme et le TGV se pone enteramente al servicio de su cautivador relato, y todo funciona como un precioso reloj antiguo en esta realización esmerada y algo idealizada (esas sombras de las bailarinas tras el cristal traslúcido de enfrente de la pastelería).
Y la excepción. Un título del que hemos hablado repetidamente a causa de su valentía, su complejidad y su virulencia. Estaba cantado que Ennemis intérieurs de Selim Azzazi se colaría entre los nominados. Este juego del gato y el ratón entre dos personajes poderosamente descritos e interpretados, un argelino que aspira a conseguir la nacionalidad francesa y un policía francés de origen árabe dispuesto a ponérselo muy difícil, desprende una tensión dramática que a veces recuerda a los clásicos. Nos remitimos a la reseña publicada en su momento en Cortosfera, no sin antes concluir que, a su manera, Ennemis intérieurs también es un corto que acaba atrapando a todo tipo de públicos. Solo que, en este caso, la capacidad para crear un sano debate es su mayor aliada.
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