Quebec – Canadá
Más allá de la colección de interesantes cortos internacionales que reúne Regard cada año en su competición internacional, si por algo destaca este festival, es por constituir un perfecto ejercicio para tomarle el pulso a la producción nacional, y en concreto a los cortometrajes creados en Quebec. A este respecto, no nos cansaremos de repetir la excelente calidad media que presentan estos filmes, que trasladan al espectador tanto la profesionalidad de los cineastas locales, como los esfuerzos públicos y privados para impulsar una filmografía nacional tremendamente universal y competitiva.
Contrarrestando la tendencia de la programación internacional, sí que hay, cuando se trata de cortos quebequeses, una mayor atención hacia la no-ficción, y los varios ejemplos que se integraron en la selección de 2017 reflejan una inspirada variedad de puntos de vista y técnicas. Además de los premiados (ya comentados en estas páginas), merece destacar dos piezas extremas: por un lado Oscar (Marie-Josée Saint-Pierre. Canadá-Quebec, 2016), documental que se sirve de materiales de archivo e imágenes animadas creadas para la ocasión, que pone en valor y rescata del olvido a uno de los más grandes talentos musicales de Montreal, el pianista Oscar Peterson. Es cierto que Oscar resulta bastante convencional y hasta televisivo en algunas de sus decisiones narrativas y que se contenta con construir una hagiografía del personaje y destacar su pasión por la música como elemento central de su existencia, pero no se le puede negar sinceridad, honestidad y encanto visual. De tal manera que, con sus limitaciones, termina siendo una pieza estimable y bonita, agradable, humilde y cálida, como la propia personalidad de su protagonista.
Muy distinto es 24.24.24 (Daniel Dietzel, Canadá-Quebec, 2016), trabajo experimental que reflexiona sobre el tiempo en relación con un único espacio: un plaza que el Dietzel divide en 24 bandas verticales, donde se representan distintas horas del día de manera simultánea. El planteamiento, con elementos de video arte e instalación, no es del todo novedoso, pero suscita interés y anima a la reflexión, dentro de su sencillez.
Dentro de la animación, la producción local juega una de sus bazas más fuertes, y es que para ello cuenta con talentos de gran repercusión internacional para defenderse. Esto hace que, aunque había otras obras estimables en este terreno, sea muy difícil hacer sombra a un tridente tan poderoso como el compuesto por Blind Vaysha (Theodore Ushev. Canadá-Quebec, 2016), Une tête disparait (Franck Dion. Francia/Canadá-Quebec, 2016) o la más desconocida The salesman (Benjamin Steiger Levine. Canadá-Quebec, 2016), pesadilla kafiana sobre un hombre que progresivamente se va convirtiendo en un muñeco de madera, que es, además, todo un prodigio técnico.
Por último, la ficción también proporciona un buen número de cortometrajes destacados, sobre todo aquellos que buscan congeniar con el público general sin dejar de rebelarse inquietos a la hora de explorar personajes, historias y formas.
Dentro de los que practican una narrativa más tipificada, aunque desarrolladora de intensos argumentos, se encuentran varias piezas enmarcadas dentro del cine teen: Mutants (Alexandre Dostie. Canadá-Quebec, 2016), Drame de fin de soirée (Patrice Laliberté. Canadá-Quebec, 2016) La course navette (Maxime Aubert. Canadá-Quebec, 2016) y Mon dernier été (Paul-Claude Demers. Canadá-Quebec, 2016). Mutants bebe directamente de las influencias del indie americano más estandarizado, sin dejar de sujetar al público con su bien contada historia acerca de un equipo de baseball infantil poblado de perdedores a punto de abandonar la niñez. Mon dernier été es el que arriesga más con el estilo, jugando con acierto con las elipsis y los silencios, y eso le termina salvando de una historia un poco estereotipada y previsible. La course navette resulta ser el más convincente de este grupo, hallando un justo equilibrio entre la limpieza narrativa del primero y la introspección psicológica del segundo, siendo además capaz de contar una historia sobre el bullying escolar de una manera original. Por su parte, Drame de fin de soirée, es un esforzado trabajo que se desarrolla en el interior de un coche, donde, al modo de Cachorro (Jesús Rivera. España, 2016), se desenvuelve una (in)tensa conversación entre madre e hijo, que se beneficia tanto de unos estupendos diálogos como de unas buenas actuaciones.
También cierto aire adolescente, post-adolescente para ser más exacto, comparte Slurpee (Charles Grenier. Canadá-Quebec, 2016), un film que aunque irregular, no deja de ser simpático al estar dotado de un gran desparpajo y una irreverente despreocupación por la mesura (para lo bueno y para lo malo). Se percibe así como un corto fresco y algo anárquico y deliberadamente descuidado, que oscila por momentos entre el drama y la comedia, o, mejor dicho, entre la gravedad y la parodia, sin querer quedarse en un único territorio.
Buceando en otras temáticas, no podemos concluir sin alabar el inquietante y estimulante Oh! what a wonderful feeling (François Jaros. Canadá-Quebec, 2016) y el no menos singular Tout simplement (Raphäel Oullet. Canadá-Quebec, 2016), un brillantísimo cortometraje sobre la soledad repleto de ideas y de personalidad, que no deja de sorprender en cada momento; no en vano Ouellet es otro de esos valores en alza dentro del cine canadiense (y también de la fotografía).
Junto con estas dos piezas, sin duda las dos mejores producciones canadienses de Regard 21 (junto con Blind Vaysha), también merecen una mención La voyante (Alexandre Auger, Alexis Fortier Gauthier. Canadá-Quebec, 2016) y sobre todo el intenso drama Apnée (Alexis Chartrand. Canadá-Quebec. 2016). Ambas son dos obras que destilan cierta amabilidad hacia el público y que demuestran un saber hacer detrás de las cámaras, y una sensible atención al retrato de sus personajes.
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