Somos optimistas. Esta es la razón por la que hemos venido retrasando la publicación de esta editorial hasta casi terminar el año. Esperábamos un cambio de opinión, una brusca marcha atrás, un “vale, me he pasao”… Si errar es de humanos, rectificar es de humanos sensibles e inteligentes. Lamentablemente esto no ha sucedido, y 2012 se ha convertido en un largo invierno pletórico de descontento, en el año 1 de la tijera, en la apoteosis del desguace.
Como los vecinos de Punxsutawney, aguardábamos inquietos las instrucciones de la marmota, y las noticias no son buenas. La marmota ha dicho que la sombra de la recesión y de la herencia adquirida es alargada. La sombra promete seguir repartiendo desesperanza e intransigencia a discreción, pero, como las penas de este mundo, estas también van por barrios; y parece ser que vuelve a ocurrir que la desesperanza nos toca a los demás, y la intransigencia se instala entre nuestros dirigentes políticos/culturales. Ésos para quienes lo nuestro es un lujo. Entretenimiento. Ocio. Esparcimiento. Tiempo libre. Aquello que nos enseñó León Siminiani: tiempo de descanso (para seguir produciendo), desperdicio íntimo donde el Estado no pinta nada. Si la cultura es un lujo no podemos quejarnos, porque tenemos un ministro de lujo. Y nos está costando muy caro.
En 2012 las inversiones estatales en cine español han caído bruscamente y además el sector cinematográfico (el cultural en términos generales) ha tenido que contribuir doblemente a la recuperación de la economía del Estado español y del sistema financiero gracias a una desproporcionada subida del IVA. Los resultados han sido los previstos por cualquiera: caída de la asistencia a las salas de cine, y muy en especial a las producciones españolas (si no hacemos caso a la operación de maquillaje en la que uno o dos títulos salvan los porcentajes de todo el cine español); cambio de modelo para que las películas españolas sean cada vez menos personales y más estándar (con los estándares de quienes todos sabemos); colapso de las empresas de producción y distribución; desplome del número de producciones llevadas a cabo; desempleo entre los profesionales; reducción de las compras de las televisiones… Estaría bien conocer una comparativa sobre el volumen de IVA recaudado por la exhibición cinematográfica una vez elevada la tasa y balancearlo con la aportación del IRPF para conocer si realmente colocar el impuesto al 21% ha repercutido en mayores ingresos para el Estado, ya que sabemos que no ha sido así para el conjunto del sector.
También los festivales se han llevado lo suyo. Lejos de ponerse a arreglar el descontrol del circuito festivalero imprimiendo desde el ICAA una política razonable de promoción y coordinación entre los incontables (esto es literal, nadie sabe a ciencia cierta cuántos festivales de cine hay en el Estado español, ni cuántos siguen abiertos, ni cuántos van a poder organizar una edición en 2013, ni en qué condiciones), 2012 nos ha dejado una auténtica debacle festivalera entre certámenes cancelados, aplazados con futuro incierto, ceses arbitrarios de directores y programadores, sustituciones igualmente caprichosas y un hachazo generalizado en la financiación de todos (esta ha sido una medida verdaderamente democrática). Pero seamos justos, y no depositemos sobre las anchas espaldas del Ministerio de Cultura responsabilidades que también se extienden a presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes, concejales y gestores culturales de todo pelo.
Centrémonos en lo que aquí nos ocupa. En momentos de crisis es fácil cebarse con los más débiles y desorganizados. El cortometraje ha sufrido como el que más. Principal vehículo de aprendizaje y andamiaje, cantera innegable para profesionales de todas las áreas del sector audiovisual, espacio de investigación arriesgado e innovador y generador permanente de satisfacciones para la cinematografía española; la progresión de un formato en continuo crecimiento cuantitativo y cualitativo ha visto cercenada su trayectoria.
Tal vez se pueda argumentar que cuando se saca el hacha se podan todas las ramas, pero proporcionalmente el daño infligido al corto español ha sido demoledor. De nada han servido argumentos por todos conocidos como su cada vez mayor presencia en festivales y palmareses internacionales, el aumento objetivo de la calidad artística y técnica de las obras, el crecimiento de profesionales vinculados a esta (pequeña) industria procedentes de las decenas de escuelas de cine diseminadas por el territorio (incluso de fuera de nuestras fronteras), o el hecho de que todos los nuevos cineastas españoles que hoy admiramos y mantienen vivo el cine español hayan sido destacados cortometrajistas. No han servido de nada porque nadie los ha defendido.
Gaizka Urresti sugería en la reciente gala de entrega de premios de Cortogenia que de existir una FAPAE del corto tal vez no se hubieran suprimido las ayudas a proyectos de cortometraje, sugerencia esta de Urresti aplaudida por la directora del ICAA. Pero es que tal vez el corto español no necesite una FAPAE, sino una política cultural sensible. Los cortometrajistas son muchos más y mucho más heterogéneos que los empresarios del sector cinematográfico. Sus propuestas artísticas y de producción divergen muchísimo a veces, lo mismo que sus intereses. Puede que esto haga inviable un organismo estable como FAPAE y que el Ministerio necesite ser también un poco más creativo con en el corto a la hora de comunicarse con sus autores a la hora de entender sus necesidades, de atender sus demandas, de apostar por su futuro. Y esto ha de hacerse pronto, antes que nuevos recortes dañen más al cortometraje español, antes de que el Ministerio de Cultura sufra otro nuevo tajo y termine convirtiéndose en el Misterio de Cultura.
Aun así, somos optimistas. Tenemos fe en el talento de los creadores, en la ilusión de todos los que se suman a la aventura que es hacer un corto, en su tesón, en su insobornable empecinamiento por ver, decir y hacer las cosas como las sienten. Por eso, aunque la marmota siga viendo una profunda sombra que lo anega todo de tristeza y oscuridad, no vamos a hundirnos en la conmiseración. Si no se nos ve, brillaremos más. Si no se nos oye, seguiremos gritando… hasta que todas las marmotas salgan por fin de su fúnebre trance.
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