Filmando el diario íntimo.
Notas sobre el largometraje en producción Proyecto Diario
He pasado parte de los últimos dos años y medio abriendo candados con horquillas y leyendo libros secretos, que fueron escritos de espaldas al mundo: diarios de mujeres adolescentes.
Lo que me atrapó desde el primer momento, cuando oí las impresiones de Carla (Calleja)al reencontrar por casualidad y releer su diario juvenil, y me sigue atrapando de esta escritura-trinchera es una mezcla de su clandestinidad y espíritu contra-literario y el hecho de que funciona como espejo deformante de los valores sociales y familiares que circundan a las autoras adolescentes, devolviéndome además, cada bendita vez, una imagen también deformada de lo que fueron mis propias experiencias, vividas a través de ortopedias expresivas que lo hacían todo mucho más lento, doloroso y absurdo.
Lo que me lleva a los lenguajes. Cuando Carla y yo descubrimos el diario adolescente femenino como tema narrativo, planeábamos hacer una película juntas. Sentimos que habíamos topado con un tesoro y decidimos tratarlo en algún tipo de película documental mutante. La cuestión de los lenguajes, cuáles y cómo usarlos, no fue una preocupación al principio. Lo que personalmente me podría haber desestabilizado más era toda la cuestión teórica de fondo: entender lo que el diario como dispositivo íntimo supone en términos de creación cultural, y cómo leerlo en clave de culturas y subculturas juveniles, todo ello atravesado por la crucial cuestión del género. Pero yo había coqueteado con casi todas estas cuestiones hacía años estudiando asignaturas extracurriculares y posteriormente en mis estudios de doctorado y no sentí complejos en tirarme a la piscina. Así que decidimos hacer una película sobre dos cosas: la experiencia adolescente femenina, contada en primera persona y con su propia retórica y el problemático reencuentro con una producción de dormitorio fantasmagórica, como el diario íntimo, ya como mujeres adultas.
A partir de ahí hemos ido explorando la idea en conversación con nuestras amigas, las amigas de éstas, familiares y desconocidas, en fiestas, encuentros, grupos de discusión, por la calle, por correspondencia, a través de redes sociales. Nos hemos entrevistado con cientos de mujeres y muchas de ellas nos han dejado acceder a los escritos que una vez habían producido con la promesa de nunca mostrarlos a nadie.
A medida que el proceso avanzaba y pasábamos de una idea alegre a una investigación tirando a seria, se hacía necesario posicionarnos en torno a los lenguajes. La traducción, la mezcla, y en último término, el cine. Cómo trasladar un libro a una película, cuando lo que importa del libro no es sólo el relato, son las palabras con las que se arma ese relato, es la caligrafía con la que se escriben esas palabras, la tinta del boli, las manchas en el papel, las hojas arrancadas, su color y su aroma suavizado por los años pero todavía implacable, el aroma y los motivos ñoños de unos libritos que se fabrican afirmando que la infancia y adolescencia femeninas son pura cursilería, y resulta que nada más lejos.
En otoño de 2015 inauguramos una exposición sobre diarios y cultura de dormitorio que proponía un cruce de miradas entre los padres y madres de las niñas, nosotras, como autoras del trabajo, el público y, de forma relevante, las propias adolescentes. Articulamos el discurso en varios lenguajes, vídeo, fotografía proyectada e impresa, audio, y una muestra documental física con parte de la colección de diarios que temporalmente atesoramos, además de un libro-conversación con Mery Cuesta, que trabajó estrechamente conmigo.
La diferencia entre ese y este trabajo, me refiero a lo cinematográfico, es la edición.Sophie (Blais) me subrayó que a la expo se podía acceder a través de puertas muy diferentes. La edición en cine me da más miedo por cerrada, si bien me recuerda que la razón por la que a veces hago películas es que el cine funciona bien como lienzo para la técnica mixta. Aquí estamos partiendo de una materia prima diversa (literatura, gráfica, foto, y varios tipos de grabaciones en vídeo), y aunque no me guste la palabra «pastiche» que una persona me sugirió para este proyecto tiempo atrás, es cierto que la diversidad de medios traslada inmediatamente la cuestión central del proyecto: la cuestión de la mirada, la mirada ajena, la que objetualiza, la que aplana, la que se apropia de la memoria social y finalmente incluso de la propia memoria e identidad, en tensión con la mirada propia.
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