La Berlinale es el único Festival entre los Tres Grandes que se toma el cortometraje realmente en serio. Cannes ofrece una amplia variedad de secciones y contenidos, pero sus resultados, comparados con lo que cabía esperar, son decepcionantes (con la ilustre excepción de la Quincena de los Realizadores, casi siempre excelente). En cuanto a Venecia, mejor no hablar. En cambio, los cortos de Berlinale Shorts (y, en menor medida, los seleccionados en otros apartados del Festival) pueden gustar más o menos dependiendo de los gustos de cada uno, pero no cabe duda de que sus programadores saben lo que hacen, eligen con gusto, son auténticos profesionales. Berlín sigue desplegando, hoy por hoy, el placer del descubrimiento.
Portugal y Berlín: una historia de amor
Si el año pasado el portugués Balada de um batráquio de Leonor Teles se alzó con el Oso de Oro de Cortometraje, en esta ocasión el preciado Oso ha vuelto a recaer en un título luso, Cidade pequeña de Diogo Costa Amarante. No solo eso: Berlín había seleccionado la friolera de cuatro títulos portugueses para su competición oficial, así que se puede hablar de un idilio en toda regla entre Portugal y Alemania, y de la consagración de una cinematografía breve que llama poderosamente la atención en los mercados internacionales por su marcada personalidad.
Es fácil reconocer a la primera un corto portugués de renombre. Se trata de un cine de gran belleza plástica y extrema preocupación por la composición de los planos, que juega con el lenguaje cinematográfico con la alegría de un Godard y aspira a sublimar la realidad con la profundidad de un Erice. También es un cine tendente al cerebralismo, totalmente desinteresado por comunicar con el espectador de a pie, y en sus créditos aparecen a menudo las mismas productoras y los mismos nombres: Gabriel Abrantes, Salomé Lamas, Jorge Quintela, Susana Nobre… Son cineastas convencidos de ser artistas, y si bien es verdad que, a veces, su autoconsciencia autoral se torna insufrible, también lo es que nadie puede discutir el rigor con el que afrontan sus propuestas.
Diogo Costa Amarante, el director de Cidade pequeña, el Oso de Oro, es el responsable de un corto anterior, As rosas brancas, que recuerdo como una de las pedanterías más insoportables de los últimos tiempos (aunque me consta que algunos buenos compañeros lo adoran). Cidade pequeña es infinitamente mejor. El planteamiento es bellísimo: el despertar a la conciencia de la muerte por parte de un niño, que a su vez despierta aún más la conciencia de la muerte en la madre que le observa. Desde luego no es La morte rouge de Erice, pero en él se alternan los momentos vacíos y esteticistas con escenas magníficas. Puesto en imágenes con un formato aún más apaisado que el scope que pretende, y consigue, aprisionar a los personajes, se revela más brillante en los textos narrados, realmente hermosos, que en las propias imágenes. Las escenas en las que habla algún personaje multiplican por lo indecible la intensidad de los momentos que ilustran.
Pero dijimos cuatro títulos. No podía faltar Gabriel Abrantes, que más que idilio vive con Berlín una relación incestuosa. Después de haber sido varias veces seleccionado (y premiado) en el certamen alemán, Abrantes volvió con una propuesta tan loca como sugestiva, que le valió la Nominación a la EFA: Os humores artificiais relata el aprendizaje emocional de un pequeño robot esférico llamado Coughmann, tutelado por una francesa y una habitante del Mato Grosso, y prepárense, la historia de amor entre esta última y Coughmann. Haciendo uso de un lenguaje a caballo entre el cine de Hollywood y el documental etnográfico, Abrantes realmente está rompiendo moldes. Ha descubierto el Humor, y ese descubrimiento no puede ser más saludable.
Fuera del Palmarés, los portugueses también llamaron la atención con Altas cidades de ossadas de João Salaviza: aquí el protagonista es un joven africano de las afueras de Lisboa que se esconde entre las sombras, un rapero anacoreta que da la espalda a la sociedad de Lisboa para protestar contra la opresión que ha sufrido su pueblo. Todo se articula en torno a los encuentros del rapero con amigos y familiares, pero todo resulta, quizás, algo frío, con excepción del encuentro con la hija, que posee la intensidad que requería el conjunto.
Coup de grâce, de Salomé Lamas
Y tampoco podía faltar la consagrada Salomé Lamas: al contrario que Cidade pequeña, el punto fuerte de Coup de grâce no está en la belleza u originalidad de sus textos, sino en la inspiración de Lamas para crear imágenes memorables que otorgan una nueva dimensión a un relato mil veces visto. Imposible olvidar ese plano explosivo de las bandadas de pájaros surgiendo milagrosamente del interior de un camión, el de la chica de espaldas ante diversos estantes de un hipermercado (¿qué mejor manera de representar la rutina?) y, sobre todo, esa imagen extraordinaria del hombre sepultado por la arena que vierte sobre él una excavadora, en medio de una mina a cielo abierto.
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