Un repaso a la lista de ganadores de la 56ª edición del Festival Internacional de Krakovia permite concluir que los jurados han privilegiado las historias contundentes y bien narradas que acontecen en el seno de la familia, por encima de ejercicios formales u otras vueltas de tuerca. Bien es cierto que, en este sentido, había donde elegir, pues en la amplia representación de cortometrajes que muestra el festival (es envidiable el trato que le dan a este formato en el certamen polaco) predominaron los cortometrajes que buscaban transmitir de manera diáfana una trama robustamente construida.
El Dragón de Oro al mejor cortometraje (principal galardón de Krakovia) es un buen ejemplo de la línea de programación del festival y también un notable trabajo documental que elude los territorios comunes y sabe instalarse en un terreno imparcial, sin tener por ello que renunciar a tener un punto de vista propio frente a lo que narra. The mute’s hand es el trabajo de graduación de la israelí Tamar Kay, con el que ya obtuviera el Premio Especial del Jurado para un documental realizado por un estudiante en el prestigioso IDFA. The mute’s house es un retrato en el extremo opuesto a lo que se muestra en las visitas guiadas para turistas que organizan israelíes a la ciudad de Hebron, con las que comienza y finaliza el film. The mute’s house entra en el hogar de la única familia palestina que sigue viviendo en el sector israelí, formada por una madre sorda y su hijo, que ha nacido sin un brazo. El padre vive en el sector palestino. El privilegio especial que goza Yousef de cruzar la línea divisoria entre ambos sectores para ir al colegio le convierte así en un guía mucho más efectivo, cercano y justo para los propósitos de la directora.
Más allá de quedarse en el mero retrato de un par de personajes aislados en una tierra de nadie, The mute’s house acierta a la hora de convertir a madre e hijo en un paradigma no de una resistencia numantina, que sería lo fácil, sino de una valentía interior y privada, motivada por el hartazgo hacia una situación política y social que oscila entre lo grotesco (el acoso que sufren por parte de los vecinos y turistas) y lo absurdo (la doble moral presente muchos momentos). Ni Yousef ni su madre abanderados de ninguna causa, ni Tamar Kay pretende convertirlos en ello. Son simples personas que aguantan estoicamente (de manera causal, la sordera, el mutismo y la falta de un miembro terminan adquiriendo una condición metafórica) lo que les ha venido encima sin dejarse avasallar por ningún bando. Tamar Kay firma así no sólo un gran trabajo de graduación, sino que consigue elevarse muy por encima de la media de los documentales que sobre el conflicto palestino/israelí se producen año tras año. The mute’s house obtuvo también la Mención Especial del premio concedido por The International Federation of Film Societies.
El Dragón de Plata al mejor director de un cortometraje documental se quedó en casa, al recaer sobre el conmovedor y por momentos ácido Close ties. De nuevo dentro de un ambiente familiar, como en The mute’s house, y oscilando entre ambos polos de la tragicomedia, Zofia Kowalewska se coloca generalmente en el cuarto de al lado para observar la vida de un matrimonio de octogenarios que ha vuelto a vivir junto, después de que el marido se fuera 8 años a vivir con su amante. La idea de él de celebrar sus 45 años de matrimonio sirve como excusa para examinar las heridas abiertas entre ambos. Salpicado de conversaciones impagables entre la pareja, Kowalewska va sistematizando a través de la planificación el proceso de reconciliación de la pareja: al principio las tomas son más lejanas y los protagonistas aparecen separados por tabiques y espacios, y al final tanto la cámara como los personajes se acercan mutuamente.
El premio para el mejor director de un corto de animación fue para otra pieza delicada e íntima, que toma esta vez ribetes fantásticos a la hora de contar el proceso de superación de un trauma. Esta es Tsunami, de Sofie Kampmark (Dinamarca, 2016). Inspirándose en tradiciones estéticas y fabulescas japonesas (muy al caso, evidentemente), describe la reconstrucción emocional de un hombre que ha perdido a su esposa tras un tsunami, con la tragedia de Fukushima en mente, por supuesto, y con la idea de que no sólo se está hablando de su mujer. Con toda la tristeza que acarrea esta historia, Kampmark recurre también a la fantasía onírica, a los seres mitológicos y a los colores cálidos para ir edificando sobre esa base un pequeño y emotivo canto a la esperanza.
Tsunami, de Sofie Kampmark
En la categoría de ficción, el Dragón de Oro al mejor director fue para el irlandés Damien O’Donnell por el How was your day?. Un cortometraje si bien más sencillo y evidente en su construcción, no menos contundente en su contenido, que busca transmitir la frustración y angustia de una madre cuya hija ha nacido con una enfermedad degenerativa. La principal virtud de How was your day? es precisamente saber despertar en el espectador la comprensión y la piedad hacia su personaje central en su momento más oscuro, cuando por un instante baja los brazos, se rinde a la depresión y está a punto de sucumbir a un dolor acumulado durante años. Siendo un trabajo más que correcto y que logra pulsar la fibra en un desenlace que termina realmente arriba en lo sensible, también adolece, reconozcámoslo, de cierta linealidad hasta llegar a este punto final, como si todo lo anterior fuera un trámite que nos permitiera llegar a este momento.
Aparte del palmarés oficial, Krakovia distinguió al documental No soy de aquí (Maite Alberdi y Giedrė Žickytė. Chile/Lituania/Dinamarca, 2015) con la nominación a los Premios de la Academia del Cine Europeo, y el jurado de The International Federation of Film Societies (FICC) concedió su premio The opening, soberbio corto polaco (doblete en este sentido del Studio Munka en el palmarés) dirigido por Piotr Adamski, un trabajo lleno de calculada frialdad, mordacidad y acidez, realizado con un pulso firme. The opening se centra en el mundo del arte contemporáneo, sus hipocresías, su morbosidad y su frivolidad, y narra la jornada que vive una galerista de la élite cultural polaca que prepara la última exposición de una leyenda nacional (interpretado por una auténtica leyenda del arte polaco, Zbigniew Liber), y que se exhibe a sí mismo agonizando en su lecho de muerte. Elegante y pulcro, Adamski rubrica una ficción sin fisuras que expone con claridad algunas de las falacias del alma humana.
The opening, de Piotr Adamski
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